Mi Diablo favorito

Capítulo XVI

Alex

Los celos me cegaron. Había golpeado a Sebastián por acorralar a mi esposa y por llamarla por apodos que solo me correspondían a mí. Ese hijo de puta me estaba tocando las pelotas queriendo pasarse de listo. Y otra: David jamás, jamás, en su horrenda vida de viudo debió meterse en el camino de ella para amenazarla.

—Alex.

La miré. Dejaba una taza de café en mi escritorio y fruncí el ceño al ver sus caderas más anchas y bonitas.

—Qué bonito cuerpo.

—Gracias, hago mucho ejercicio.

Me guiñó un ojo dándose vuelta para mirar mi oficina. Relamí mis labios mirando su trasero en ese ajustado pantalón negro. Usaba un bonito top azul que combinaba con su cabello negro.

Stella Miller… maldición, era una jodida mujer segura y hermosa. Ella tenía valor, conocimientos de mi mundo. Que supiera manejar todo lo relacionado con el narcotráfico era excitante.

De todos modos, lo aprendió a base de mi ayuda.

—¿Por qué tan callada? —pregunté tomando el café para darle un sorbo. Ella me volteó a ver mientras jugaba con su collar fino de estrella.

—Estoy esperando a mi prima.

—Le conseguí un departamento para que se largara —me miró molesta y sonreí—. Sabes que ya no la quería en nuestro espacio. Amor, seamos sinceros: no podía hacerte el amor porque ella ya estaba ahí tachándome de golpeador.

—Ella no es así.

Rodé los ojos. Sentí su suspiro y me miró nerviosa...

—Si tienes algo que decirme, dilo, linda.

—El otro día, cuando salí con Bastian a comprar, recibí una llamada. Su voz era monótona, no lograba identificarlo...

El humor desapareció. La miré serio. No podía ser posible.

—¿Por qué no me dijiste? —pregunté frunciendo el ceño, algo enojado.

—Porque tenía miedo. Sabía que estábamos rodeados y ese hombre me estaba mirando desde una distancia ciega. No sé cómo consiguieron mi número, pero me acerqué a Bastian y corté la llamada.

La sangre comenzó a hervir. Que pusieran la mirada en mi mujer me enfermaba demasiado. Eran unos cabrones bien hijos de puta por meterse con ella. De todos modos, le tocaban un solo pelo y juraba que destruiría la ciudad entera por ella. Mi mujer era sagrada, la cuidé por años para que un patán le pusiera los ojos encima y quisiera dañarla. No lo iba a permitir.

—¿Qué te dijo?

—Que me jodería, que me quería para él y que a ti te quitaría del medio.

Dijo mirándome con ojos lagrimosos...

—Lorenzo.

Dije encabronado, pero ella negó.

—No era él. Lo nombré y me dijo que no lo comparara con alguien inexperto y estúpido. Alex, no me gusta esto... No sé quién es el tipo, nos conoce.

Ahora largó el sollozo, se cubrió el rostro y me levanté para quitar sus manos y hacer que me observara.

—Nadie te pondrá las manos encima. Ese cabrón no sabe con quién se está metiendo. Te juro, nena, que nadie te va a lastimar.

—¿Y si me lastiman? —preguntó con miedo.

—Y si te llegan a lastimar, quemaré el mundo por ti, Stella. Mataré a todos los imbéciles que se atrevan a tocarte o mirarte con ojos lujuriosos.

Me abrazó. Era un nuevo enemigo. Debía rastrear desde su último llamado y verificar si podía sacar algo de ahí. No iba a dejar pasar esto.

—¿Por qué no le hablaste a Bastian?

—Porque tenía terror. No sabía ni qué contestarle... Y no quería tampoco que lo lastimaran. Es tu hermano y mi cuñado. Lo quiero, no quiero que él corra el mismo peligro.

—Debes ser consciente de que Bastian también te notó confundida ese día y me lo hizo saber. Tampoco tienes que guardarte lo que pasa alrededor. Mírame, cielo, no soy alguien santo y sabes que pondría a un ejército de gente con tal de mantenerte a salvo.

—Suenas egoísta con las personas, amor, pero gracias. Te informaré de todo lo que pase.

—Bien... Espero que así sea, cariño.

Besé sus labios y la abracé contra mi pecho. La apreté y la puerta se abrió.

—Papá, hay una mujer abajo. Te está buscando.

Suspiré pesado. Besé la frente de mi esposa y tomé lo que quedaba del café. Estaba caliente, pero leve. Tomé la mano de mi mujer para bajar y ver a Raquel con unas hojas envueltas en folios.

—Alex, qué agradable verte. Stella.

Saludó luciendo simpática, aunque eso estaba fuera de Raquel: ella odiaba a mi esposa.

—Raquel, qué bonito vestido, resalta más tus pechos.

Quise reír. Era gracioso ver a mi chica celosa con solo ver a Raquel aquí en casa. Sabía que la idea que dio mi madre de que ella viniera aquí no le agradó para nada a Stella.

También que mi mujer era mezquina con la casa, y se leía muy bien. Si algo no le gustaba, lo dejaba saber y ya. Directa, mejor dicho.

—Nena, hablaremos de algo importante. Lleva a Yaro por ahí, no necesito que escuche las conversaciones, ¿sí?

Ella asintió. Besó mis labios dejando en claro que yo era solo de ella y estaba de acuerdo. Era solo de mi mujer completamente.

—A mi despacho, Raquel.

Pasamos. Sus tacones me molestaban. Stella solía andar siempre con unas pantuflas, y a la hora de salir lucía esas hermosas piernas con tacones caros y llenos de diamantes, cosa que yo le daba sin quejas.

—Supe que Lorenzo ha hecho unos movimientos al este. Te averigüé las fechas y los tratos que hizo.

Me senté, tomando la carpeta que me tendió, y le hice seña de que se sentara.

—¿Alguna otra novedad? Sé que ese idiota ha estado viéndome la cara de pendejo al meterse por ese lado. Otra que es muy estúpido de su parte, ya que en la zona este hay solo jóvenes.

—Le ha estado vendiendo kilos a un tal Richard Ortega. Debes imaginar cuántos tiene el tipo.

Me sonrió y elevé una ceja.

—Supongo que unos treinta.

Lancé cualquier número. Ella movió sus manos en señal de que tenía razón. Suspiré, frotando mi frente, y dejé la carpeta. Ya luego la leería.

—Es un viejo sucio y pedófilo. Ha abusado de su nieta hasta matarla. Le gustan las menores.




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