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Durante el resto de la semana, Vicky se comportó con la misma eficiencia de siempre, pero no le dirigía la palabra a Iván más que para lo absolutamente necesario y lo hacía con toda la seriedad del mundo.
Él se sentía algo incómodo con esa situación, porque generalmente era la única persona con la que charlaba todo el tiempo, y ahora, cada que él llegaba a la misma habitación donde ella estaba, Vicky se retiraba inmediatamente.
El joven se empezó a cuestionar el por qué del enfurruñamiento de ella. ¿Tan importante era el asunto de su nombre? Por supuesto, tenía que admitirlo. ¿Cómo diablos se llamaba si no era Victoria? Esa noche, en su cama, se dedicó a tratar de recordar todo lo que sabía de ella y, asombrado y decepcionado de sí mismo, acabó reconociendo que no sabía absolutamente nada. ¿Tenía familia? ¿Amigos? ¿Novio? ¿Dónde vivía antes de mudarse con él? ¿Qué hacía en sus días libres? ¿A dónde iba? ¿Con quién los pasaba? Se sentó y apartó las sábanas. ¿Cuál era la comida favorita de Vicky? Se preguntó a sí mismo. ¡Diablos! Ni siquiera eso sabía. ¿Cómo era posible que él dependiera tanto de ella y que no se hubiera preocupado por conocer lo más elemental de su persona? Tenía que poner una solución a eso, pensó con determinación. Vicky, para bien o para mal, era su universo entero, ella había sido la única constante en su vida en los últimos años, además del futbol. El simple hecho de que no le dirigiera la palabra, le había hecho tambalear miserablemente y no le gustaba en lo absoluto descubrirlo.
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La tarde siguiente, Iván paseaba de un lado a otro de la sala mirando su reloj. No había visto a Vicky en todo el día y esperaba que regresara pronto. Esa noche era la gala a la que debían asistir y lo único que encontró en la cocina, al levantarse fue una nota de ella diciendo simplemente que se iba a tomar el día libre y que regresaba a tiempo para ir al evento.
Miró el reloj por enésima vez y se acomodó las mancuernillas en los puños de su camisa. ¿Dónde carajos estaba esa mujer? ¿Se atrevería a dejarlo plantado?
Cada vez más preocupado, sacó su billetera y la revisó. Efectivamente, ahí estaba la tarjeta de crédito que le había dado a Vicky y que ella había rechazado. ¿En serio no se había comprado nada y pensaba no acudir con él a la gala? Con frustración, se pasó la mano por el rostro. ¿Y ahora?
El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus cavilaciones y se giró inmediatamente hacia ahí, para luego quedarse absolutamente congelado en su lugar admirando la increíble visión que había aparecido ante sus ojos. ¿Quién era esa belleza y cómo es que tenía llaves de su casa?
— ¿Estás listo? — La voz de Vicky lo sacó de su azoro.
— ¡Santo Dios! — Exclamó sorprendido. — ¡Luces increíble!
Se acercó en dos pasos a ella y la tomó por los hombros.
— ¡Vicky! ¿En serio eres tú?
— ¡Por favor déjate de bromas! — Dijo ella con algo de fastidio. — Vámonos que ya es tarde y tú eres el invitado especial.
Iván asintió sin dejar de mirarla. Ella lucía simplemente espectacular. Lucía un vestido ajustado al cuerpo y largo hasta el tobillo, con un escote bajo, pero discreto y una abertura en la falda que mostraba parte de su muslo, y mostraba curvas que él jamás había notado que ella tenía. Sus pies calzaban unas delicadas sandalias de tacón alto, llenas de cristales brillantes. ¡Qué bonitos pies tenía! Pensó asombrado. Pequeños, femeninos, delicados, y coquetamente adornados con uñas pintadas en color rojo. ¿Por qué nunca los había notado antes?
Levantó la vista y miró su rostro, llevaba un maquillaje como nunca le había visto antes, marcando sus facciones dramáticamente, haciéndola lucir sugestiva, atrayente, y esos labios rojos tan besables... ¿Por qué diablos nunca se había dado cuenta de lo hermosa que era? Su cabello lo llevaba suelto, marcado en sinuosas ondas. ¡Qué largo lo tenía! ¡Qué hermoso! Jamás le había visto antes el cabello así, en todo su esplendor. La práctica Vicky siempre usaba una coleta o un moño para que no le estorbara.
— Iván... Despierta. — Dijo ella mirándolo con el ceño fruncido. — ¿Nos vamos ya?
— Estoy impactado. — Musitó él, negando y soltando un suspiro. — Absolutamente impactado. En serio Vicky, estás irreconocible.
— Ya decía yo que esa condenada estilista había exagerado con tanto maldito maquillaje. — Bufó ella con enojo.
— ¡No! — Exclamó él, asombrado. — Estoy impactado para bien. En serio. ¡Te ves hermosa! Apuesto a que voy a ser la envidia de todos los hombres de la fiesta.
Ella sólo puso los ojos en blanco y se giró hacia la puerta.
— Espera. — Dijo él deteniéndola.
Le quitó las llaves del auto y le ofreció el brazo. Ella lo miró sorprendida, frunció el ceño y luego, encogiéndose de hombros, aceptó el gesto.
Hicieron el viaje en silencio, Vicky iba nerviosa y sentía un nudo en el estómago. Estaba acostumbrada a pasar totalmente inadvertida, así era su trabajo. Pero ahora sabía que sería el centro de atención de todos los medios y de los invitados a la fiesta, por el simple hecho de ir del brazo del deportista del año. ¡Y él la había mirado! Pensó con asombro. ¡Iván la había visto por primera vez en la vida como se mira a una mujer! ¿En serio había sido necesario maquillarse y ponerse un vestido de fiesta para poder llamar su atención? Con dolor rumió su decepción. No pensaba andar con tacones y faldas todos los días. ¡Por supuesto que no! Ella necesitaba ropa cómoda y práctica para poder correr de un lado a otro cumpliendo con todas sus obligaciones. Iván la había mirado y no sólo eso. ¡La había admirado! Por un segundo se permitió ilusionarse, pero luego se obligó a volver a la realidad. Ella era su asistente, una simple empleada. Él era el futbolista más famoso del momento y podía tener a la mujer que se le diera la gana. ¿Por qué se fijaría en ella?