CAROLINE
Luke es mi mejor amigo desde que somos pequeños. Es el
hermano que nunca tuve y el que elegí tener. Sam vino mucho
después. Siempre la veía con Jenna porque eran mejores
amigas y eso, pero un día estaba sola, lo cual nos sorprendió a
Luke y a mí. Se veía triste, sentada en los columpios,
balanceándose decaída. Entonces nosotros dos decidimos
intervenir e incluirla en nuestra amistad.
—Tienes aspecto de estar fatal —fue lo primero que le dije
cuando nos acercamos a ella.
Sam levantó la mirada y entonces supe que no fueron las
mejores palabras para comenzar una conversación con una
persona deprimida.
—Pero eso se puede solucionar. —Allí estaba Luke,
enmendando mis errores con su personalidad simpática y
alegre—. ¿Quieres sentarte con nosotros? —le preguntó.
Sam se lo pensó unos segundos, pero terminó accediendo.
—¿Qué pasa con Jenna? ¿No eran mejores amigas? —le
pregunté. Luke me dio un codazo por ser tan directa.
—Eso pensaba yo —contestó Sam, cabizbaja—, pero me ha
dejado por Daniela.
—¿La chica que te odia? —pregunté. No era un secreto que
Daniela y Sam no llevaban nada bien. Ni siquiera ahora que ya
éramos grandes. Luke volvió a darme un codazo por mi poca
empatía hacia el sufrimiento de, en ese entonces, nuestra
compañera de curso—. ¡Ay! —exclamé, cansada de que
hiciera eso.
—No importa —respondió Sam, riendo por mi queja—.
Siempre me caíste bien por ser así de directa. —Esa fue la
primera vez que me elogió de esa forma.
—Es cruel, no directa —dijo Luke frunciendo el ceño—. En
esta amistad, yo soy el bueno y ella la bruja malvada.
—Corrección: él es el tonto y yo la persona coherente —
corregí, y Luke me lanzó una mirada de odio. Le saqué la
lengua. Sam volvió a reír—. ¿Y tú qué serías? —le pregunté.
—¿Disculpa? —dijo ella, sin entender.
—En nuestra amistad —me siguió Luke—, ¿tú qué papel
tendrías?
Sam miró al cielo, pensativa.
—¿Quién se ríe de sus ocurrencias? —sugirió con una
sonrisa en el rostro.
Luke y yo nos miramos.
—Hecho —dijimos al mismo tiempo.
Desde ese día somos inseparables. Jenna y Sam jamás
volvieron a ser amigas, ni siquiera hablaron sobre ello. Es
como si hablar sobre su amistad fuera un tema tabú.
Sea como sea, me alegro de que Sam y Luke sean mis
amigos. Estuvieron a mi lado cuando mi padre nos abandonó a
mi madre y a mí. Durante meses me sentí muy mal, dejé de ser
yo misma. Siempre estaba triste, dormía todo el día y apenas comía. Ellos estuvieron allí, levantándome el ánimo,
organizando fiestas sorpresas que en realidad solo eran
reuniones para nosotros tres. Son mis hermanos, y jamás
permitiría que alguien les hiciera daño. Por lo menos no sin
una consecuencia.
Mi problema en estos momentos es Jeremy. Ha destrozado el
corazón de Sam. Por más que haya llorado y sufrido durante
una semana por el fin de su relación, y que ahora insista en
que está bien, sé que sigue pasándolo mal. No puede
mentirnos. A mí no, por lo menos. No irradia la misma alegría
que antes, apenas se ríe de las bromas que hacemos con Luke.
Se ve apagada. Y detesto verla de esa forma, porque no se lo
merece.
Luke tenía razón. Él es el bueno y yo la bruja malvada.
Pues esta bruja está desempolvando su escoba.
—¡Mamá, me voy al instituto! —grito mientras abro la
puerta principal.
—No hace falta que grites —me dice mi madre saliendo de
la sala con una taza de café en la mano. Lleva puesta una
camiseta grande de color gris que tiene manchas de pintura por
doquier. Así que estaba pintando—. Que tengas un buen día.
—Igualmente, mamá.
De camino a casa de Sam, llamo a Luke para comentarle mis
planes de bruja malvada. Él está interesado en escucharme,
aunque sea para fomentar el mal. Sus padres son cirujanos y
están todo el tiempo en el hospital; anoche no pudieron ir a
casa, así que él está cuidando a sus hermanos pequeños
mientras llega su tía para encargarse de ellos.
Louis tiene cuatro años, es pelirrojo como su madre, pero
tiene los ojos marrones de su padre. De los dos, es el más tranquilo. Mientras que Lio, el más pequeño, de tres años,
tiene el pelo castaño como su padre y los ojos verdes de su
madre. Es un tornado de problemas. Siempre está rompiendo
cosas —sin querer, obvio— o quitándole los juguetes a su
hermano mayor, y eso suele desembocar en peleas
monumentales.
Para mí son guapísimos y adorables. Mi mejor amigo adora a
sus hermanos pequeños, pero cuidarlos es para él todo un
desafío.
—¿Dónde estás? —le pregunto mientras aparco frente a la
casa de Sam.
—Estoy en mi armario. Estamos jugando al escondite. —
Siempre que juegan al escondite se oculta muy bien para que
sus hermanos no lo encuentren y así él puede estar tranquilo
mirando su móvil—. ¿Tyler también formará parte de esto? —
pregunta.
—Creo que sí —respondo insegura—. ¿Tus hermanos no
deberían desayunar en vez de estar jugando al escondite?
—Si les doy comida, me la arrojarán —contesta con tono
obvio. Comienzo a reírme—. Creo que acaba de llegar mi tía.
—¡Te veo en el instituto, Luke! —digo antes de finalizar la
llamada.
Ya frente a casa de Sam, su móvil me manda directamente al
buzón de voz. Intento llamar al teléfono fijo de su casa, pero
tampoco logro nada. Bajo del coche, extrañada, al no ver
señales de vida de mi mejor amiga. Habíamos quedado en que
la pasaría a buscar a esta hora y ella jamás me hace esperar. Al
contrario, la que siempre llega tarde y hace esperar a los
demás soy yo.
Decido bajar a buscarla. Quizá con esto de la tristeza posruptura se quedó dormida. Otra opción es que esté viendo
sus fotos con Jeremy mientras gasta una caja de pañuelos. Sea
cual sea la situación, debo ayudarla.
—¡Sam! —exclama Tyler al abrir la puerta—. ¡Caroline
está…! ¡Oh, mierda!
—Hola, Tyler, yo también estoy encantada de verte… —le
saludo sarcásticamente mientras cierro la puerta detrás de mí.
Tyler me sonríe brevemente, algo nervioso, y vuelve a
desaparecer por el pasillo que va hasta la sala. Frunzo el ceño
ante esa extraña bienvenida, así que lo sigo. A medida que
camino por el pasillo, puedo escuchar sonidos de disparos,
aunque puedo distinguir que no son de verdad, sino de un
videojuego.
—¡Maldita sea, Harrison!
Me cuesta saber de quién es esa voz, pero sin duda alguna
me resulta familiar.
—¡Perdedor! —exclama Tyler.
Llego en el momento justo. La partida se ha terminado y
Tyler se pone de pie. Me sonríe como si fuera la primera vez
que me ve, como si no hubiera sido él el que me ha abierto la
puerta. Se lleva las dos manos a las caderas, soltando un
suspiro agotador. Su acompañante se vuelve para mirarme.
—Hola, Caroline.
Contengo la respiración un momento al ver a Nick Donnet
después de dos años. La última vez que lo vi fue en la fiesta de
Año Nuevo que organizaron sus padres en 2012. En ese
entonces, Nick tenía diecisiete. Yo pensaba que era un chico
maduro y genial. Era algo así como mi amor platónico secreto,
porque jamás le había dicho a Sam nada. Lo veía como algo
inmoral y dañino para nuestra amistad. Pero bueno, tenía quince. Era muy melodramática.
—Oh, hola, Nick —le respondo, fingiendo indiferencia.
Si antes era guapo, ahora lo es mucho más. El pelo le cae de
forma desordenada sobre la frente y alrededor de las orejas.
Sus facciones son ahora más marcadas. Pómulos definidos y
nariz afilada. Los buenos genes vienen de familia. Sam
también tiene rasgos perfectos como él. Aunque las cosas que
los diferencian son el color de pelo y ojos. Ella los tiene
celestes y él marrones. El cabello de Sam es castaño, aunque
cuando le da el sol parece que tiene mechones rojizos,
mientras que Nick es rubio. No obstante, parece que se le está
oscureciendo. Como si leyera mis pensamientos, una sonrisa
se dibuja en sus delgados labios.
—¿Qué tal Manhattan? —pregunto para que no haya un
silencio incómodo, ya que Tyler ha desaparecido para irse a la
cocina. Mis manos se deslizan por el sillón que está frente a él.
—He estado visitando Europa. Hace meses que no paso por
Nueva York —contesta echándose hacia delante—. He oído
que irás a la Universidad de Nueva York.
—Eso planeo —respondo asintiendo con la cabeza.
Tyler vuelve a aparecer en el momento justo y Sam viene
detrás de él.
—Menos mal que has venido temprano —Sam suelta un
bostezo. Me extraña verla aún con su pijama de gatitos—,
porque, de lo contrario, habría faltado a clase.
—La hora se me ha pasado volando —le contesta Tyler tras
la mirada furiosa que Sam le lanza.
—¿No has dormido en toda la noche? —le pregunto. Al
instante comprendo su manera extraña de recibirme. Tyler no
me responde, pero Nick se encoge de hombros, como echándose la culpa—. Ya lo estás corrompiendo —le digo,
negando con la cabeza.
Sam entorna los ojos y me dice que va a vestirse lo más
rápido que pueda. Le digo que no se apure, después de todo,
no vamos mal de tiempo. Las clases comienzan dentro de
treinta minutos y en coche podemos llegar en veinte o
veinticinco minutos. Tyler y Nick bromean sobre su noche en
vela mientras se sientan a desayunar algo rápido.
—Créeme, amigo, a partir de ahora todo será mucho más
fácil de sobrellevar. —Frunzo el ceño al escuchar a Nick.
¿Acaso a Tyler le está resultando difícil vivir aquí?—. No más
sesiones de manicura con Sam.
¿A Tyler le molestó ir a hacerse la manicura con Sam? Ellos
dos pasan mucho tiempo juntos desde que ella terminó con
Jeremy, y la sesión de manicura ha sido una de las cosas que
han hecho juntos. Sam reservó una cita para nosotras dos, pero
como yo no pude ir, Tyler fue en mi lugar.
Tyler no responde porque tiene la boca llena, pero asiente
con la cabeza. Sam vuelve a aparecer en la cocina, ya sin
gatitos.
—Mi casa se ha convertido en un albergue de vagabundos
que emanan testosterona —me suelta, mirando de mala
manera a Tyler y a Nick.
—Hey, somos compañeros en algunas clases y me va mejor
que a ti —se defiende Tyler, tras tragar lo que tenía en la boca
—. Definitivamente, no soy un vagabundo.
—Yo me gradué el año pasado y ayudo en la empresa
familiar. —Ahora es el turno de Nick—. ¿Parezco un
vagabundo? —me pregunta a mí sonriendo con aire de
superioridad. Decido no meterme.