Una mañana despertamos mi hermano y yo más motivados que de costumbre y es que no era una mañana más ya que nuestro padre nos reuniría en la mesa para decidir nuestro futuro: hablaríamos de nuestra partida, de nuestro viaje. Ya veníamos hablando del tema desde hacía unas semanas atrás. Esa mañana por fin dejaríamos todo en claro.
Mi hermano y yo teníamos todo preparado. Esperábamos algo bueno de mi padre puesto que había dejado de ir a trabajar solo para hablar con nosotros. Eso era raro, casi imposible. Mi papá era muy dedicado a su trabajo.
Éramos una familia conformada por tres integrantes: mi papá, mi hermano y yo. Mi madre nos había abandonado hacía poco. Aburrida por la rutina, lo cotidiano de la casa y los negocios de la familia, decidió viajar al extranjero con un hombre que había conocido en uno de los viajes a la capital que hacía para visitar a su familia -y todo esto lo sabemos porque se sinceró al menos con nosotros en una carta de tres hojas que dejó en la mesa de centro de la sala explicando el porqué se iba y deseándonos lo mejor a cada uno de nosotros-. Si se preguntan si la extraño pues les diré que no. Ni mi hermano ni mi padre lo hacen y hasta parece que ellos están mejor sin ella, o al menos así aparentan. No les voy a negar que así sea ahora, pero sí nos chocó en su momento. En fin, de todas formas somos maduros y lo malo se debe deja pasar, ¿verdad?
Las cartas parecían haber sido escritas lo más rápido que pudo, pues su letra se veía rara, y en la que le había dejado a mi papá, unas lágrimas adornaban el entorno como gotas de lluvia sobre las flores en primavera. En ellas sus palabras eran muy sinceras, llenas de sentimientos encontrados, y se tomaba su tiempo para explicarnos detalladamente como se sentía y lo que quería. En cada hoja nos hablaba a cada uno de nosotros, tratando de hacernos entender el motivo por el que había tomado esa decisión, expresándose como normalmente lo hacía. A mi padre le dio muchas explicaciones o excusas y a mí, por ejemplo, solo me decía chau, te quiero o algo parecido, o así lo sentí yo.
Esas cartas están al final de este libro, si es que desean leerla y enterarse más. Es una carta que solo leí una vez y no lo haré más.
Mi madre era una mujer muy inteligente, por eso me parece raro que haya tomado esa decisión, sobre todo teniendo una familia conformada, pero como decía en un libro que leí último: ‘’es fácil encontrar el amor, es fácil enamorarse; lo complicado es mantenerse enamorado, lo complicado es resistirse a un nuevo amor, a un ‘amor mejor’’’.
Después de que mi madre se marchara, mi hermano ya podía traer a su enamorada a casa sin que mi ella la ofendiera o le lanzara pequeños insultos desagradables solo por ser provinciana -lo que pasa es que nosotros vivíamos en provincia, pero no éramos de allí, aunque con mi padre nos sentíamos identificados con la gente y la localidad que nos trató bien desde el primer día en que llegamos-, y mi padre ya podía reunirse con sus amigos también en casa, tomar unas cervezas mientras escuchaba música, o jugar cartas o algunos juegos de mesa para desestresarse del trabajo diario, actividades que antes no podía desarrollar porque mi madre no entendía o no quería entender. En síntesis, ¡nos sentíamos más libres de hacer las cosas!, como dicen no hay mal que por bien no venga.
No quiero dar a entender tampoco que mi madre era una mala persona. Ella era buena madre, pero también era una mujer que se sentía inconforme con su vida. Necesitaba hacer cosas nuevas, creo yo. A menudo andaba por la casa renegando, y era peor cuando cocinaba, cuando limpiaba y hasta cuando comíamos. Le gustaba que todo saliera perfecto, e inclusive se obsesionaba con la limpieza y el orden. El único momento en el que se le veía bien era cuando salíamos a pasear o a comer fuera porque no le gustaba estar mucho tiempo en la casa, menos sola, y por eso le decía a mi padre que no trabaje mucho y no permitía que nosotros, sus hijos, estudiemos casi todo el día en la calle.
Cuando se fue de la casa mi madre tenía 45 años, se llamaba Noelia, el mismo nombre de mi abuela, y era muy controladora con su esposo y sus hijos. Tenía miedo que su esposo «saque los pies del plato», como dicen por aquí, y sentía celos de cualquier mujer que hablara con él, hasta con las empleadas de su trabajo. Yo creo que estaba enferma de celos. Mi padre pensaba lo mismo que yo, pero nunca se lo dijo, o al menos nunca delante de nosotros, él la aguantaba tanto que solo se quedaba callado y le daba la razón. Eso es inteligente, creo, porque así podía seguir con su trabajo de manera normal, sin generar tanto conflicto familiar, aunque internamente luchara consigo mismo. Todo en pos de un buen ambiente familiar. ¡Mi padre era lo máximo!
Bueno, eso es todo lo que sabrán de ella, de mi mamá.
Mi padre se llamaba Máximo, y era más conocido como el señor Max en el barrio, o Don Max en los negocios, y como Maxi por sus amigos. Era un buen hombre, muy hábil, una persona neta de negocios. Había trabajado casi toda su vida para tener lo que empezó a manejar desde hacía unos años: un negocio familiar. Les daba trabajo a muchas personas por lo que lo estimaban. No tenía pleitos con nadie, y en su vida solo hubo una mujer a la que quiso mucho, y así se quedaría porque ya no quería estar con alguien más. Yo creo que se sintió traicionado por mi madre y por eso no tenía interés de volver a pasar lo mismo con otra mujer. Por otro lado, ya tenía 50 años, tal vez se sentía mayor, pero a mí me parece que en parte también se sentía culpable de lo que pasó y que se había acostumbrado a estar solo con ella. En algunas relaciones largas suele pasar. La costumbre no es mala en realidad. Si se sabe manejar, ayuda a las relaciones a mantenerse y alargarlas. Pero en ese caso, el amor es suplantado por la rutina y esta será necesaria para continuar. Hay personas que se dan cuenta de lo que sucede y «abandonan el barco», mientras que otras tratan de sobre llevar la relación o ni cuenta se dan.
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Editado: 11.09.2022