—¿Usted está diciéndome que de todo esto, nada sabía la policía? — preguntó la mamá de Alex en un tono de claro enfado.
El oficial solo se encogió de hombros: —Para serle sincero, señora; yo soy relativamente nuevo en esto, hace apenas nada he entrado, por unos contactos que tengo. Y me otorgaron esta fácil tarea, disculpe si no cumplo con sus expectativas
—Hum… —Quedó pensando la mamá en tono de desaprobación —¿Le importaría a usted si me llevo los diarios para poder leerlos yo con detenimiento?
El oficial quedó en silencio durante unos segundos —Permítame —dijo mientras se levantaba del asiento. Salió a cuestionarlo con quienes estaban “a cargo”, que eran unos policías holgazanes, después de un dialogo de no más de tres preguntas y respuestas, regresó: —Mi supervisor me ha dicho que sí, que está bien. ¿Va a desear usted los tres diarios?
—Sí. Claro.
El oficial hizo algún apunte en unos formularios, pidió las firmas de la madre, y le entregó los diarios —Espero pueda entender que hay partes de evidencias que no le puedo entregar hasta supervisarlo con superiores, pero por el momento, es todo— dijo estrechando la mano de ella.
Ella salió con los diarios en la mano y se dirigió a casa en un taxi, al entrar cerró la puerta, puso candado, asomó por la ventana, prendió la cafetera, preparó un café, se sentó en el comedor y abrió el primer diario, que es en el que se habían quedado, cayendo de nuevo en donde se había quedado en la fiscalía:
“Era tan confuso en el momento que desperté, me levanté sudado, sucio, desorientado, pero; eso sí, sin rasguños, por ningún lado. Aunque estaba en un lugar que no conocía, parecía ser un callejón, un basurero de barrio quizá, me levanté, y, con dolor en la pierna por haber reposado en una mala posición, caminé a ubicarme.
Me sentía fatal, sucio, mugriento, perdido, sin dinero, era un vagabundo, todos me miraban y hacían gesto de asco, menos mal estaba donde creía no conocer a nadie.
Después de aproximadamente veinte cuadras, me ubiqué y me dirigí rumbo a mi casa a bañarme. El tiempo pasó con el sol pegándome en la frente y después de bañarme, empezó a sonar mi teléfono. Me dirigí a él y era 3223, dudé en responder, pero supuse que si no lo hacía era peor, así que me armé de valor:
Alex, por si tenías la duda, tu amigo Josh está bien. Pero lo que hiciste fue desobedecer una de las normas del trato que teníamos. Le has contado algo a alguien, y eso tendrá consecuencias, recuerda que de ti depende que tan bien se desarrolla la conclusión de lo que sucederá contigo. Quédate pendiente a nuevas ordenes. Fin del comunicado.
Y fue ahí, cuando comprendí algunas cosas: ellos no me han matado porque no quieren, son lo suficientemente estratégicos e inteligentes para hacerlo, y si no lo han hecho es porque de algo puedo servirles, o, algo se los impide. Pero ¿qué podría detener de secuestrarme a gente tan capaz de todo?, no tenía la menor idea. De lo que estaba seguro es que no era un rival en su juego de ajedrez, era una de sus piezas.
Y, queriendo olvidarme un poco de toda la mierda por la que he pasado estos días, quise salir con unos amigos de copas, quizá no estaría tan mal.
Me “arreglé” para la ocasión, tomé dinero y salí de casa, justo cuando estoy poniendo el candado a la puerta viene una pelota de esas de colores y hule hacia mi pie. Yo volteé a verla y me agaché por ella, cuando la tomé en mis manos y vi los pies del niño frente a mí, levanté la mirada con una sonrisa y vi a mi vecino con los ojos llenos de moretones, punzadas en la cara y algunas cicatrices que aún tenían rojo vivo en ellas, cosas que claramente habían sido cosidas. Con unos llenos de ira me dijo 《No creas que no sé perfectamente lo que me has hecho, tengo la cara desfigurada y todos los niños se han reído de mí en la escuela por tu culpa. Sé que tú pudiste haber hecho algo y no hiciste nada para detenerlo…》
Y me detuvo mi imaginación —Señor Alex, señor Alex— decía el crío en realidad. Que bien sí tenía moretones, pero no salvajemente, como lo había imaginado
—Lamento mucho lo que te pasó— le dije entregándole el balón entre sonrisas
—No se preocupe, señor Alex— decía tomando el balón —mamá dice que quizá he sido un niño malo y por eso Dios me castigó con dolor físico— dijo sonriente
《No ha sido Dios. No existe Dios. No existe el infierno, y si existe, está en la tierra》, pensé yo. —No te angusties, ve a jugar—, le dije mientras terminaba de cerrar la puerta de entrada. Que ya me encaminaba directo al pequeño bar, que me gustaba mucho porque en ocasiones ponían alguna canción de Eric Clapton, Johnny Cash, Elvis Presley, ese tipo de música que me fascinaba.
Una vez llegué, me encontré con que había llegado primero una amiga hacía años no veía Ellie, le decíamos todos, para ahorrarnos el “Elisa”, o de cariño, ya ni recuerdo:
—Que milagro—, le dije sonriendo y abrazándola, le dije que esperaba se encontrara bien después del tiempo sin vernos, le conté que me hice programador, que tenía premios por ser muy bueno en eso, que me estaba yendo bien en universidad. Por en cambio, ella entró a enfermería, llevaba libros pesados a diario y era reconocida en algunas clases que llevaba. Comenzamos tomando whiskey en las rocas, para empezar, hablamos de nuestras relaciones amorosas, que ella no iba tan bien en comparación a mí, pero aún así no dejaba de buscar algo serio, cosa que, por mi parte, veía de muy buen ver. Después llegaron más amigos, Michael, Jonathan, Ethan, comenzamos a beber un poco más de la cuenta y empezó a fluir la conversación sin esfuerzo alguno, amores, desamores, trabajos, hijos, todo tipo de temas, y, cuando estaba demasiado ebrio para razonar y recordar, comencé a contarles en “secreto” lo que pasaba con 3223, les conté todo, quizá para sentirme mejor, pero no me di cuenta que llegó el momento en que todos terminaron de oírme, y se quedaron seriamente pensando. Aunque quizá cambiaron el tema por lo incómodo que fue.
Llegado el momento en que nos despedimos, un amigo ofreció a darme un aventón, pero al momento de subirnos a su carro no quiso avanzar por un neumático demasiado bajo. Así que comencé a caminar para tomar un taxi, pero realmente veía las calles solas, y, sin darme cuenta incluso yo estaba solo, no me di cuenta en que momento mi amigo se quedó en el auto dormido de lo ebrio que estaba. Riéndome seguí avanzando, hasta que a lo lejos alcancé a ver alguien parado a media calle, sin precaución alguna. Avancé hasta él y mi teléfono sonó por un mensaje.