>> Narra Sally
Después de buscar durante todo el día dentro del bosque, finalmente encontré a mi tía debajo de unos grandes ganchos, cerca de donde había encontrado a la chica princesa. Afortunadamente, seguí el consejo de la abuela de traer la guadaña ya que me sentía exhausta y agotada. Con el filo de la guadaña, corté los ganchos gruesos. Aunque la guadaña es antigua y está hecha de bambú, corta los ganchos con facilidad. Liberé a mi tía de debajo de esa maleza.
Entendiendo que la guadaña estaba tallada a mano y decorada con soles, estrellas y lunas en su afilada hoja. Colgaban un sol, una luna y estrellas, además de algunas plumas, del cordón que sostenía las cuentas principales. Mi abuela Noe se encargaba de mantenerla limpia, pero nunca antes me había detenido a observar sus detalles. Con las cuerdas que llevaba en el bulto y los ganchos de los árboles caídos, improvisé una camilla en la que acomodé a mi tía y la arrastré hasta la casa. Me apoyé en la guadaña como si fuera un bastón mientras jalaba la camilla.
Al llegar a la casa, llame gritando a mi abuela para que me ayudara a entrar a la casa. Mi abuela Noe, llorando a moco tendido, abrió la puerta tropezando y la acomodamos junto a la chimenea. La arropé con las sábanas que encontré cerca y traté de administrarle medicamentos que siempre me dan a mí. Sus ojos estaban hinchados y presentaba golpes por todo su cuerpo, algunos parecen heridas de cuchillos.
Pasó la noche y el siguiente día, y seguimos cuidando de mi tía Seli, quien sigue en estado crítico. Aunque su hinchazón facial ha disminuido, aún no baja su temperatura ni recupera el conocimiento. En cuanto a la chica, ha mejorado o mejor dicho, la princesa ya está mejor.
Es noche de luna llena y eclipse solar, quizás enfrente un destino fatal inevitable, quizás moriré sin remedio alguno. Mi abuela agotada y agitada por cuidarnos a todas todo este tiempo, mi tía Seli sigue gravemente herida, la chica exige muchas cosas y descansa en la sala y yo empiezo a sentirme enferma. A medida que avanza la tarde el cansancio, desorientación, la fatiga y los mareos me comienzan a afectar. Con gran esfuerzo, llegué al baño, quité parte de mi ropa y encendí la ducha. Tiemblo incontrolablemente, experimento frío y calor al mismo tiempo. Mi abuela llega lentamente al baño arrastrando los pies y tambaleando por el cansancio que ya tiene. Entre sollozos, me abraza y me entrega medicinas junto con los pañuelos.
- Abuela, suéltame. Te vas a mojar y también enfermarás. Voy a mejorar pronto, por favor aléjate o ve a la sala a descansar. Espero estar bien en poco tiempo. Cuida a Seli, ella te necesita más que yo en estos momentos.
- No digas tonterías mi pequeña. Te quiero tanto como a Seli. Déjame cuidarte, aunque sea por unos minutos más. Ponte este vestido, te cubrirá más que ese camisón largo y desgastado que llevas puesto. - Me ofreció un vestido oscuro con flores rosadas, el mismo que le regalé en su cumpleaños pasado.
- Pero abuela, este vestido es de tu agrado. De los pocos que te han gustado. Te prometo que te lo devolveré mañana. - Dije mientras cambiaba mi ropa en la bañera. Mientras mi abuela me pasa los pañuelos por la frente y me humedece la espalda para bajar la fiebre, reza y reza en susurros para que yo mejore pronto.
De repente, se escuchó un alboroto desde la sala. Mi abuela intentó salir del baño, pero la detuve agarrándola del brazo y la hice sentarse en la tapa del inodoro. Traté de calmarla y salí tambaleándome por el pasillo, cubierta solo con una toalla corta. Pero lo que vi al llegar a la sala fue algo que jamás esperé en mi vida: mi tía tirada en el suelo, inmóvil, sangrando y casi muerta de nuevo, con la princesa parada frente a ella, también lacerada y agitada, sosteniendo un cuchillo.
Por primera vez en mi vida, la ira invadió todo mi ser. Al ver a mi tía en ese estado sentí una furia incontrolable. Me abalancé sobre la princesa, decidida a hacerla pagar por lo que había hecho. Ambas caímos al suelo, y comencé a golpearla con los puños cerrados. La agarré del pelo y estrellé su cabeza contra el suelo. Luego, me levanté de golpe, la arrastré hacia el balcón y la arrojé fuera de la casa como si fuera un trapo sucio.
- Humana inmunda, ¿quién te crees que eres? Eres insignificante comparada conmigo. ¿Cómo te atreves a tocarme? - Me espetó, furiosa, mientras permanecía de pie.
- Tú eres peor que la basura en los contenedores y el excremento de los cerdos. A mi familia no la toca nadie, y menos alguien como tú. ¿Cómo te atreves a lastimar a mi tía? ¿De dónde vienes que no tienes respeto por la vida de los demás? Eres una ingrata, una miserable.
Me lancé desde el balcón para alcanzarla, pero de repente sentí un dolor intenso que recorrió mi cuerpo. Pensé que moriría en ese momento. Mis piernas cedieron debido al dolor, y caí al suelo retorciéndome mientras el dolor se propagaba por mi abdomen, espalda, cabeza, cuello y hombros. La princesa aprovechó mi momento de debilidad y empezó a patearme en la cabeza, los hombros y el vientre, sin piedad. Arrodillada en el suelo, justo frente a mí, apuntó su cuchillo hacia mi rostro, sosteniéndome del pelo. Sin embargo, algo extraño ocurrió: el cuchillo comenzó a humear, la princesa retrocedió y yo comencé a emitir una extraña luz azul.