Capítulo dedicado a: Lilian Beatriz Delgado Rivera - Yesita Vasquez - Mariana Monserrat Martinez Aldama - SANDRA SALVATIERRA SEVILLA - Yenifer Romero, Karla Zaragoza, Karla Jau - luisana mora - Yorgelis - Nelly Rincon - Alexia Pereira - Camila Charlin - Amisaday Belen Nuñez Avila - e0bf2470c6f94338 - Mailu -
Gracias por la oportunidad de leer está historia y darle me gusta a pesar de cómo está. Les agradezco de todo corazón. Sus votos ayudan a que la historia llegue a más lectores.
Besos y abrazos.
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—Dónde dormiré —pregunta Daisy al ingresar a la casa.
—En tu cuarto —responde, sonriente ante la realidad de poder convivir con su hija.
—Ésta no es mi casa. No tengo un cuarto aquí —puntualizo la joven.
Esas frías palabras borraron lentamente la sonrisa de la mujer, siendo reemplazada por una falsa, ocultando la tristeza que esa indiferencia le causaba.
Indiferencia que existía desde la primera palabra que cruzaron. Aunque trato, durante el viaje, entablar una conversación con su hija, ésta ante el primer intento la ignoro colocándose auriculares en los oídos.
—Te enseño el cuarto en el que dormirás —indica Elizabeth.
Estaba al tanto por Noah, lo reacia que Daisy solía ser. No quería iniciar una discusión por unas palabras. Era claro para ella que su hija no aceptaría su afecto a la primera.
Afecto que ella misma escamoteo con cada una de sus acciones pasadas.
En las escaleras a Daisy se le dificulto subir las maleta por lo que Elizabeth se dispuso a ayudarla, pero no se esperó que le fuera a levantar la voz —¡No toques mi maleta!
Cerro su mano, retrocediendo de su ayuda—Ahh…..El cuarto que ocuparas es el tercero a la izquierda —Se vuelve por los escalones subidos.
—Te preparare el desayuno. Baja en cuanto te acomodes.
No le afectaba ser desdeñosa con esa mujer.
Mucho menos le importaba que tratara de arreglar su relación. Después de todo no era tarde para hacerlo. Y no porque fuera a existir una oportunidad, más bien, porque a sus ojos nunca existió tal cosa. Lo que le fastidiaba era que en ese intento importunaba en su vida. Un ejemplo claro era que arruino su último mes de vacaciones.
Al abrir la puerta —del cuarto que habitaría por un mes— se encuentra con un vivo recuerdo de su infancia.
Una cama de una plaza con sabanas rosas floreadas, como las almohadas, cortinas y lámparas.
—¿Qué color quieres? —pregunta su padre
—Rosa —responde señalando el envase de pintura de tapa rosada.
—¿También? —expresa sonriente al imaginarse el cuarto todo rosa, sin ningún otro color existente.
—¡Sí! Quiero todo rosa — manifiesta la pequeña de vestido rosa con un moño rosa decorando su cabello.
—¿Ya escogió? —indaga su madre, llegando de la mano del niño que saboreaba su helado de chocolate.
—Mami ¿mi helado? —pide la niña al ver el helado del niño.
—¿Querías? —contesta indiferente.
Noah sujeta del brazo a Elizabeth, alejándola de los niños —¿Cuál es tu problema? ¿Por qué le respondes así a la niña? —reniega en alaridos bajos, creyendo que los infantes no los oirán.
—Por qué no le trajiste helado? —cambia de pregunta ante el mutismo a las otras.
—No sabía que sabor le gustaría. No soy adivina —Se justifica.
—Sabes que siempre pide el de frutilla —Acusa—.Ella también es tu hija. No lo olvides —denota por último, volviendo con su hija.
—Daisy, vamos a comprar tu helado —toma la mano de su hija, saliendo del local.
Ingresa al cuarto a paso lento, sin dejar de observar los colores rosas. Estando en el centro, suelta sus maletas.
En tres pasos, apresurados, se acerca a la cama. Arranca las sabanas de un jalón, arrastrando con sigo las almohadas.
Toma las lámparas de las mesitas de luz y las arroja contra el suelo.
Sujeta las cortinas, intentando arrancarlas, pero al estar sujetas por metal, no lo logra. Molesta comienza a gritar, mientras sigue jalándolas.
—¡Malditas cortinas!
Al cuarto entra Elizabeth, quien vino corriendo al oír el estallido de las lámparas contra el suelo.
—¿Daisy? —llama sorprendida por la acción destructiva de su hija.
—Decidí redecorar —responde con cinismo.
—Bueno, déjalo como te guste. Pero, hazlo después de desayunar. Ven, ten cuidado con los vidrios.
Daisy liberó con bruteza los extremos de la cortina, dejando el cuarto a paso pesado de la rabia.
La mujer permanece unos segundos observando el desastre, para luego soltar un suspiro. Se había esforzado en decorar el cuarto, eligiendo cada detalle cuidadosamente, basándose en los gustos de Daisy. Los que al perecer ya no tenía.
Sería muy difícil pero no se rendiría.
Siguiendo a Elizabeth, se adentra en la cocina. La mujer empieza a servir el desayuno, pero Daisy sin decir nada rebusca en la alacena, buscando algo para no probar lo preparado por la rubia.
—¿No prefieres panqueques? —ofrece la mujer al verla tomar el cereal.
Tenía pensado no dirigirle la palabra a Elizabeth a no ser que fuera muy necesario, sin embargo, las ganas de dejarle claro que no aceptaría nada de sus manos tenían mucho peso.
—No.
Ante la negativa, la mujer dejo de servir los panqueques para Daisy—Ahh, bueno. Creí que eran tus favoritos.
—Ya no —dijo agregando yogur al cereal.
Elizabeth con un plato en mano y café en el otro estaba por encaminarse para salir de la cocina pero al ver a su hija tomar asiento en la isla se detuvo.
Dejo su plato y café en la isla, sentándose en frente de Daisy.
Dieron unos cuantos bocados sin pronunciar palabra alguna, sin embargo, el silencio en que se hallaban fue interrumpido por el celular de Elizabeth, que tomo su celular y contesto saliendo de la cocina.
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Editado: 02.02.2021