SIN SABER…
CAPÍTULO 11.
La mañana iba como todas las anteriores, llevando pedidos o ayudando en la cocina del restaurante; por suerte salió temprano de su casa sin dar oportunidad a que el doctor la buscara en su casa; preguntas rondaban su cabeza pues no sabía con qué fin le había hecho tal propuesta.
-¿Por qué ayudar a una persona que apenas conocía?
Para Heysli todo eso era muy extraño, suspiró y se preguntó si tal vez podría llegar a gustarle, no había tenido experiencias con hombres pero si sabía cuándo dos personas se atraían mutuamente. “¡TONTA!” por pensarlo siquiera, ¿a quién iba a engañar?” sólo eran ideas de su loca cabeza.
-Heysli querida- llamó la señora Enna, quien estaba a su lado, para darle el próximo pedido. -Es un nuevo cliente- habló emocionada, era así cada que adquiría uno nuevo. -Aquí está la dirección- le tendió la mano para entregarle el papel en donde estaba escrita la dirección, abrió mucho los ojos cuando vio lo escrito en el papel, iba hablar pero. -Da una buena impresión querida- la interrumpió la señora Enna, sonriendo para después darse la vuelta e irse.
Suspiró ¿por qué le pasaba esto justo a ella? Se encontró preguntándose. Montó su bicicleta acomodando la bolsa del pedido que llevaba con ella y empezó a pedalear, sus piernas definitivamente le agradecerían estarse ejercitando todos los días. Luego de unos minutos y sin contratiempo llegó, dejo la bicicleta a un lado, en un lugar que creyó seguro, tomó la bolsa y caminó hacia la puerta con nerviosismo.
-Bu... buenos días- tartamudeo, el vigilante la miró con desprecio.
-¿Otra vez?- habló cruzándose de brazos. -¿Qué quieres niña?
-He traído un pedido de desayuno- respondió segura ante el modo tan tosco en que acababan de hablarle.
-Dudo mucho que alguien haya pedido algo, aquí hay cafetería- Heysli lo fulminó con la mirada, el sujeto ahora le ignoraba.
-¿Sus padres no le enseñaron a tratar a las personas?- preguntó irritada, ya le estaba sacando de quicio.
-Sí, pero no me da la gana de tratarte bien a ti niña- dijo en tono algo burlón. –Entra, segundo piso, izquierda, tercera puerta- Heysli lo miró incrédula, abrió la boca para decir algo pero la cerró de inmediato, conteniendo la furia.
Entró por el camino indicado, subió las escaleras, avanzando las escalas de dos en dos. ¿Estaría el allí? No lo sabía pero no quería topárselo por nada del mundo. Recorrió el pasillo tratando de no perderse, siguiendo las instrucciones de aquel vigilante pesado y tosco, aunque estaba extrañada por esa actitud que expresó el vigilante. Al fin encontró la puerta y con un sutil toque llamó, sintió que una silla era arrastrada por el suelo y luego escuchó los pasos acercándose hasta que le abrieron la puerta.
Su cara se desencajó al ver a la persona que tenía al frente de ella, era la misma mujer que aquella vez acompañaba a Albert, la rubia de buen cuerpo y piernas lindas, ésta le miró con altivez.
-Repartidora- sonrió, fingiendo estar sorprendida. -Interesante... que bajo has caído Martins- susurró la rubia para sí misma. La pequeña joven frunció el ceño pues alcanzó a escucharle.
-¿Perdón?- preguntó al no entenderle lo que quería decir, no le respondió sólo tomó la bolsa que la joven traía en sus manos y volteando hasta su escritorio. -La paga- habló entrando a la oficina, sin ser invitada.
-Oh, cierto- dejó el desayuno en su escritorio para después rebuscar en su bolso, sacando de su cartera un par de billetes. -¿Tengo que darte propina también?-Preguntó Jennifer dirigiéndose hacia ella, la joven iba a hablar pero la mujer le tomó la mano bruscamente para empuñarle los billetes en su mano. -Cierra bien antes de salir- y se giró para sentarse en el escritorio, Heysli salió hecha furia. “¡No era su día, definitivamente!” no sabía cómo era que gente de tan altos estudios, como eran las personas que trabajaban en esa clínica, pudieran ser tan mal educados, egocéntricos y tan estúpidos, “bueno los estúpidos están por todas partes ¡pero estos eran aún más estúpidos!”.
Cruzó el pasillo muy rápido y con sus manos empuñadas “¿qué se creía esa gente? primero el estúpido vigilante, luego la rubia oxigenada ¿ahora que...?
El doctor acababa de llegar al trabajo pero lo primero que vio fue a la pequeña joven entrar notoriamente molesta; saludó al portero inclinando cortésmente la cabeza e ingresó siguiendo la figura vista antes. De seguro se trataba de algún pedido, de donde trabajaba ella, pues era lo lógico, así pensó el doctor. Frunció el ceño cuando la vio entrar a la oficina de Jennifer y verla salir hecha furia, se escondió hasta que llego ella giró por el pasillo y lo vio y se detuvo.
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amor con diferencia de edad, secretos pasados y planes ocultos
Editado: 22.09.2018