"Los amigos te animan incluso cuando tú no quieres ser animado y solo quieres estar solo."
Yaroslav
Tomé el resto de alcohol que quedaba en el vaso y fijé mi mirada en la sala de estar, perdiéndome otra vez en los recuerdos.
-Ella me recuerda a...- Sacudí mi cabeza para evitar el rumbo de mis pensamientos, no se parecían en nada y no eran la misma persona- Nunca más las compares.- Susurré para mí.
Me levanté de mi asiento para servirme más pero unos golpes en la puerta me alertaron. Detuve mi andar y me dirigí hacia la entrada, dudando. Esos recuerdos me dejaron desorientado y mi mente saltaba entre el pasado y el presente.
-¿Qué hacen aquí?- Gruñí con cierto fastidio al abrir la puerta. La verdad es que no tenía ganas de tener compañía, menos de ellas, eran muy irritantes y alteraban drásticamente todo a su alrededor.
-Vinimos a visitarte, querido amigo.- Dijo Azahara mientras me hacía a un lado para pasar junto con su hermana, Akira, la cual chocó mi hombro con su puño en forma de saludo- Concordamos en que te hace falta salir un poco de tu cueva.
-Los tres sabemos que no vinieron a visitarme solamente.- Bufé frustrado. Nunca vienen a verme, solo cuando quieren algo y creo tener un indicio de que fue lo que las trajo hasta aquí, a mitad de la noche.
Akira sonrió inocentemente y se encogió de hombros, mientras me miraba a través de sus largas pestañas. Entrecerré los ojos en su dirección, su cara de niña buena no me iba a convencer de que no sabía nada.
Ella llevaba un vestido floreado que le llegaba hasta las rodillas junto con unos accesorios raros y llamativos, su cabello rubio no tenía imperfecciones y hacía resaltar más sus enormes ojos azules, que me miraban con diversión al ver mi reacción. Akira era una bruja blanca, controlaba a la perfección todo tipo de hechizos y pociones relacionadas con la magia blanca.
Azahara era todo lo contrario a su hermana. Su pelo era negro azabache con algunos destellos rojos, sus ojos eran grises y su vestimenta constaba casi siempre de unos pantalones negros rasgados en las rodillas, junto con una blusa blanca que dejaba ver su ombligo. Ella era una bruja negra, que desarrolló de una forma magnífica el arte de las sombras, podía transformar la oscuridad en lo que ella deseara.
Son completamente diferentes, opuestas, pero si se juntan se convierten en las brujas más poderosas del siglo XXI... Y en un gran dolor de culo para mí. Me agarré el puente de la nariz y suspiré. La primera vez que las vi, se encontraban junto a Adelaida.
Pasé las manos por mi rostro varias veces, tocando las cicatrices que me había hecho Paris y despeiné mi pelo con desesperación. No tenía tiempo para sus juegos, tenía que pensar que iba hacer con Luz, antes de que sus padres la encuentren.
-¿Entonces?- Pregunté de nuevo, completamente cansado, cruzándome de brazos y alzando una ceja en su dirección.
-Si lo preguntaras bien, te responderíamos...- Murmuraron ambas en coro, para luego mirarse con desesperación y bufar fastidiadas. Odiaban hacer lo mismo pero al ser mellizas, a veces se les escapaba, por lo que me reí fuerte.
-Azahara, Akira. ¿Qué puedo hacer por ustedes, mis bellas princesas?- Dije en un tono burlón, haciendo una reverencia. Ambas rodaron los ojos y se fueron corriendo hacia la cocina, dejándome como tonto en medio de la entrada. Fruncí el ceño y cerré la puerta rápidamente para seguirlas.
Cuando me asomé al lugar donde estaban, las desgraciadas ya se estaban comiendo mi torta de chocolate rellena. Mis ojos se abrieron y corrí para sacárselas, pero la muy maldita de Azahara cortó la luz de la habitación, dejándonos a oscuras y haciendo que me tropezara con el banquillo en el que estaba antes.
-Malditas...- Gruñí entre dientes, mientras masajeaba mis pompis que habían chocado muy fuerte contra el suelo- Vayan a comer a sus casas, par de glotonas.
-Que mal anfitrión eres, Yaroslav.- Dijo Akira antes de reír como foca retrasada. La luz volvió y ahora se encontraban sentadas en la mesada de mi cocina, comiendo mi postre favorito.
-¿Así tratas a tus viejas amigas?- Declaró Azahara con un tono acusador mientras se metía una enorme porción a la boca y se cruzaba de brazos, ganándose una mirada fulminante de su hermana y luego un golpe, que la tiró de donde estaba sentada.
-Vieja serás tú, hermanita. Mi cutis está perfecto, envidiable por muchas.- Contraatacó con orgullo.
Y ahí empezaban de nuevo. Me sorprendía que estuviesen tanto tiempo sin discutir, porque al ser de naturalezas diferentes, sus personalidades se encontraban chocando constantemente pero si la cosa iba para peor, no tardarían en despertar a Luz...
-¡Basta!- Grité lo suficientemente alto para que lograran escucharme, lo cual resultó bastante efectivo porque se callaron al mismo tiempo, pero al ver que sus miradas se dirigían a un punto detrás de mí, supe que la había cagado. Joder, ¿nada me iba a salir bien hoy?
-¿Quién es esta preciosura?- Murmuró encantada Akira, mientras tomaba en sus brazos a Luz y le daba un sonoro beso en la mejilla. En seguida se la quité y ella se acopló perfectamente a mis brazos, apoyó su cabeza en mi pecho, justo a la altura de mi corazón, mientras se refregaba un ojo con su manito.
-Ella es la causante de todo.- Sentenció Azahara, con una mezcla de asombro y repugnancia, su semblante había cambiado tan drásticamente que había asustado.
-Eso no puede ser posible, hermana. Es solo una pequeña niña, no sería capaz de tanto.- Dijo Akira mientras apretaba las mejillas de la niña que hacía una mueca de dolor, aparté sus manos y la fulminé con la mirada.
-Me pueden decir, ¿de qué demonios hablan ahora?- Gruñí, mirándolas con fastidio. Acaricié las mejillas de Luz y noté que las tenía un poco sonrojadas.
-Tengo hambre.- Murmuró la pequeña en mi hombro, un poco adormilada todavía.
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Editado: 20.07.2020