Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

EL VENENO TRAS LAS SONRISAS

Las felicitaciones no tardaron en llegar; eran como un murmullo constante que la envolvía, la mayoría compuestas de palabras vacías, cargadas de hipocresía cuidadosamente disfrazada de entusiasmo.

—¡Felicidades, Leo! —exclamó Colin con un entusiasmo tan genuino que descolocó momentáneamente a Aisha. Posiblemente, junto con las felicitaciones de Amy, era uno de los pocos gestos sinceros de aquel día. Se volvió hacia ella con una sonrisa amplia y luminosa—. Aisha, cuñada, bienvenida.

—Gracias, Colin —respondió ella, devolviéndole la sonrisa con amabilidad, agradecida por aquella calidez en medio de un mar de máscaras.

Detrás de él apareció una mujer que captó la atención de inmediato. Pasaba apenas los cuarenta, rubia y esbelta, y se movía con la gracia segura de quien conoce perfectamente el efecto que causa. El cabello, recogido en una coleta alta impecable, dejaba al descubierto un rostro de facciones delicadas y mirada intensa. Sus ojos azules, enmarcados por un delineado sutil, parecían registrar cada detalle del lugar sin perder la sonrisa calculada que iluminaba sus labios.

Vestía un largo vestido de gasa blanca, adornado con un delicado estampado floral en tonos azul y lavanda. El escote halter realzaba sus hombros y el cuello estilizado, mientras la tela fluía a su alrededor con una ligereza casi etérea, como si danzara con el viento. A cada paso, el movimiento del vestido revelaba sandalias negras de tacón fino y una seguridad que no necesitaba explicación. Bajo el brazo llevaba un clutch azul oscuro, a juego con los zafiros discretos que brillaban en sus pendientes.

Aisha la observó con atención, sintiendo un leve estremecimiento. Esa mujer no solo atraía las miradas: parecía ocupar el espacio como si le perteneciera.

—Ella es Evelyn McCalliester —susurró Leonardo a su oído—, la madre de Colin.

Evelyn avanzó con paso seguro, esbozando una sonrisa perfectamente ensayada. Cuando sus ojos se posaron en Aisha, había en ellos una mezcla de cortesía y un juicio velado que la joven no pudo pasar por alto.

—Así que tú eres la valiente y afortunada —dijo con voz cariñosa, cargada de matices—. Mucho gusto, querida. Soy Evelyn… la madre de Colin. Y ex esposa de Enzo.

Aisha, sin perder la compostura, extendió la mano con una sonrisa diplomática.

—Un gusto conocerla, señora McCalliester.

—El gusto es mío —respondió Evelyn, elegante, casi teatral—. Felicidades a ambos.

—Gracias.

Pero Aisha no pudo evitar quedarse atrapada en aquella palabra: valiente. ¿Un cumplido disfrazado? ¿O una advertencia camuflada en amabilidad? No tuvo tiempo de descifrarlo.

Detrás de Evelyn apareció un hombre de unos cuarenta años. Alto, de porte tranquilo y expresión amable, sus ojos marrones irradiaban calidez, enmarcados por un cabello del mismo tono que comenzaba a mostrar destellos de madurez en las sienes. De una mano llevaba a un niño pequeño de mirada curiosa, y de la otra a una niña rubia, muy bonita, de ojos azul claro y cabellera larga recogida en una impecable trenza francesa.

—Él es John McCalliester, mi esposo —anunció Evelyn con naturalidad—, y estos son nuestros hijos: Maya y Sean.

Maya se escondió medio paso detrás de su madre, observando a Aisha con un gesto desafiante. Cuando John la animó a saludar, la niña frunció el ceño y, en lugar de extender la mano, le sacó la lengua con descaro.

—Maya… —murmuró John, incómodo, inclinándose hacia ella con el ceño fruncido—. Discúlpala, por favor —dijo luego a Aisha, apenado.

Aisha esbozó una sonrisa diplomática, aunque por dentro se sintió descolocada.

Colin, divertido, intervino con naturalidad:

—No es nada personal, créanme. Lo que pasa es que Maya está celosa… está perdidamente enamorada de Leonardo.

La confesión arrancó algunas sonrisas contenidas y Evelyn alzó apenas una ceja, como si aquella travesura de su hija no le sorprendiera en lo absoluto.

Leonardo, por su parte, carraspeó, incómodo, mientras la pequeña Maya lo miraba con adoración, apretando aún más la mano de su madre.

—Felicidades —dijo John con una sonrisa cordial.

—Gracias, John —respondió Leonardo con tono respetuoso.

Aisha, aún sorprendida por la actitud de Maya, se agachó hasta quedar a su altura.

—¿Qué edad tienes? —le preguntó con dulzura.

La niña la fulminó con la mirada antes de responder.

—Tiene ocho años —intervino Evelyn, con una ligera disculpa en la voz—. Perdona su comportamiento… creo que es porque está rodeada de mucha gente y se ha puesto nerviosa.

—No está nerviosa, está celosa —añadió Colin divertido.

—No molestes a tu hermana —lo reprendió Evelyn con firmeza.

Aisha sonrió con ternura y volvió su atención a la pequeña.

—¿Sabes, Maya? Yo también tenía tu edad cuando me enamoré por primera vez —dijo, levantando fugazmente la mirada hacia Leonardo—. Así que entiendo cómo te sientes. Y no te preocupes por él… te prometo que lo cuidaré.

—¿Me lo prometes? —preguntó finalmente la niña con voz infantil, suavizando su expresión.

—Te lo prometo.

—¿Y tío Leo te comprará juguetes? —insistió Maya con inocencia.

Aisha soltó una risita suave.

—Soy adulta, ya no juego con juguetes —respondió acariciándole la mejilla—. Pero si tu tío Leonardo llegara a comprarme uno… te prometo que lo guardaré para ti.

—¿En serio? —dijo la niña, entusiasmada.

—Por supuesto.

Aisha se incorporó lentamente y sus ojos se encontraron con los de Leonardo. En su mente, un recuerdo la atravesó: ella también había tenido la misma edad de Maya cuando su corazón comenzó a latir por él por primera vez.

— ¿De quién te enamoraste a los ocho años? —preguntó Leonardo, fingiendo indignación mientras arqueaba una ceja.

— De un niño que me defendió de unas niñas malas en la escuela —respondió Aisha con un dejo de picardía en la voz.

Leonardo la miró con asombro, como si de pronto la memoria le hubiese golpeado con fuerza.




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