Alenda. 🍊
Bebí el último sorbo de jugo de naranja, sintiendo cómo el líquido fresco calmaba mi garganta reseca. Esa bebida solía tomarla después de mis clases de piano, y tan solo con recordar lo estricto que era mi profesor, dejé el vaso.
Me quedé sentada en la mesa de la cocina, contemplando el silencio que reinaba en la casa. Hoy había tomado una decisión que desafiaba mi rutina habitual: no ir al colegio.
Estaba aterrada, siempre había procurado ser una buena estudiante y no soportaba ver una tardanza o falta en mi registro. Sin embargo, aquí estaba, con una decisión impulsiva.
La razón principal detrás de mi elección era el evento que se llevaría a cabo en el colegio: el día de las madres. A lo largo de los años, nunca había tenido la experiencia de tener a mi madre presente en estas ocasiones. Siempre era acompañada por mis niñeras, y la ausencia de mi madre se hacía más dolorosa en esos momentos.
Recordaba con claridad las miradas de compasión y simpatía de mis compañeras cuando llegaba acompañada por una niñera en lugar de mi madre, también ellas solían tener a sus progenitoras fuera de su alcance. Tal vez de esa forma no me sentí tan afectada cuando cierto grupo de niñas recibía el constante monitoreo de sus madres al estás ser mantenidas por sus respectivos esposos, solo eran burlas en general.
Era una herida abierta que se reabriría una vez más si asistía al evento ese día.
Mordí mi labio inferior, nerviosa por la decisión que acababa de tomar. La soledad de la casa parecía pesar aún más en mis hombros cuando recordaba la ausencia de mi madre. Traté de distraerme con las galletas de fresa que encontré en el armario de la cocina, pero su dulzura comenzó a resultar abrumadora después de un rato.
Regresé a mi habitación y me tiré a mi cama, abrazando a mi peluche favorito, aquel hipopótamo morado que me había acompañado desde primaria. Cerré los ojos, cansada por todo, durmiendo casi al segundo.
Cuando el timbre sonó, mi corazón dio un vuelco en mi pecho, mis ojos se abrieron e intenté pararme sin hacer ruido. Mis padres no habían mencionado nada sobre volver temprano, y el sonido del timbre solo aumentó mi ansiedad. Con pasos cautelosos, me acerqué a la puerta principal, preguntándome quién podría ser.
Al abrir la puerta, me encontré con un empleado de la veterinaria sosteniendo a mi gato Casper en brazos. Un suspiro de alivio escapó de mis labios al verlo sano y salvo. Firmando rápidamente los documentos, dejé que el empleado se marchara y llevé a Casper a la sala, donde le serví su comida y lo acaricié con ternura.
Casper se acercó a mí con un maullido suave, buscando consuelo en mi regazo. Lo abracé con fuerza, recordando el día en que lo encontré perdido en la calle y decidí llevarlo a casa. Fue un acto impulsivo, pero nunca me arrepentí de haberlo hecho. Su presencia fue reconfortante, realmente lo necesitaba.
El recuerdo de aquel día me hizo reflexionar sobre mi situación actual. A pesar de la soledad y la tristeza que a veces me embargaban, tener a Casper a mi lado me brindaba un consuelo inigualable. Me prometí a mí misma seguir adelante, aunque fuera difícil.
Decidí tomar el día para cuidar de Casper y de mí misma. Pasé el tiempo viendo películas, buscando postres en la nevera y dibujando en mi libreta favorita mientras escuchaba música suave.
"La sociedad de poetas muertos", murmure leyendo el nombre.
Lo pensé un momento hasta que opté por verlo. El profesor Keating fue un docente que me sorprendió por sus métodos de estudio, estaba acostumbrada a las miradas estrictas y juzgadoras de aquello que me impartían clases en mi anitgua escuela privada. Admiré el personaje de Todd, nuevamente me identificaba con alguien tímido reservado, esa escena de su cumpleaños me destrozó. Desde que era niña, mis padres me habían colmado de juguetes caros, accesorios de lujo y ropas de marcas; pero ellos nunca estaban. Todos mis cumpleaños los había pasado con mis niñeras, porque me negaba a invitar a mis compañeras, no tenía ni una amiga.
"¿Qué...?", solté al ver el trágico final de Neil.
Sus padres también habían diseñado una vida para él, sin tener en cuenta sus verdaderas pasiones. Y ese acto liberal que tuvo al momento de interpretar un papel en el teatro fue nostálgico, el gatillo del arma blanca es lo verdaderamente lo libró de todo lo que le agobiaba. Me quedé un rato procesando el final hasta que un maullido me sacó de mis pensamientos.
Tomé dirección a la cocina y calenté en la microondas lo que había sobrado ayer por la cena. El arroz con pollo estaba algo seco, pero al no saber preparar una ensalada, me serví un poco de agua en un vaso y caminé hasta la sala con la bandeja.
Casper subió al sofá, mirando atentamente la televisión.
Empezó a reproducirse una película de Jackie Chan, "Mi vecino es un espía". Me puse cómoda, atrapada en el particular humor del personaje y las situaciones con las que tenía que lidiar.
Me estiré en el sofá, al mismo tiempo que mi gato se recostaba en mi estómago, observándome. Sus ojos azules expresaban todo el cariño que sentía, así que le di suaves caricias en su cabeza. Admiré al pequeño animal que estaba conmigo, adoraba su pelaje blanco y el como movía su cola cuando estaba entretenido.
Prendí mi celular para escuchar música con audífonos, pero al momento de ver los mensajes me quedé helada.
"Chicas, hagan un recuerdito con estas fotos"
Había nueve archivos, seis fotos y tres videos. Las madres sonreían mientras mostraban una canasta con víveres, mis compañeras repartían bocaditos y luego estaba una niña y una mujer adulta abrazándose. Esa fue la gota que derramó el vaso, dejé mi celular en el sofa y corrí hasta mi cuarto.
¿Por qué ellas si y yo no?
Mi madre siempre había sido seria, ni siquiera era cariñosa con su propio marido. Ella solo daba órdenes y si alguien no estaba de acuerdo, lo sacaba de su camino y cumplía su objetivo. La única vez que había visto una expresión de vapor en su rostro, fue cuando se dio cuenta de la presencia de su hermano mayor en la reunión que estaba teniendo con mi abuelo que lamentablemente ya había muerto. Nunca olvidaré la forma en la que se paró de la silla y retrocedió, al parecer, aquel hombre de su sangre le había hecho mucho daño. Era consciente de como mi progenitora manipulaba a mi padre para salirse con la suya, pero no decía nada, finalmente era un asunto de adultos casados.