Mi Obsesión... Mi Salvación

Capítulo 25

Capítulo 25

Sabine

Dormí poco esa noche. Las palabras de Dorian seguían resonando en mi cabeza como un eco constante. “Es por tu maldito bien.” Su tono no había sido del todo autoritario, pero su exigencias, sin decirme el por qué, me hacían sentía sofocada. Y aunque quería entenderlo, no podía. La frustración y el enojo me envolvieron como una manta pesada mientras miraba al techo, acostada boca arriba, en la enorme cama que compartíamos.

Dorian estaba junto a mí, inmóvil, con la espalda vuelta hacia mí. Era la primera vez que dormía dándome la espalda, y eso me hacía sentir como si yo tuviera la culpa, y mis ojos se llenaron de lagrimas de frustración, pero me negué a derramarlas.

Cuando por fin me quedé dormida, mi mente estaba tan agitada como mi cuerpo.

……………….

A la mañana siguiente, Dorian ya no estaba en la cama cuando desperté. Martha había preparado mi desayuno, pero apenas probé bocado. El ambiente estaba frio, oscuro, tenso y no tenía intención de discutir otra vez.

Mientras recogía la mesa, recordé que había pedido a Martha que comprara gel de baño, pero cuando me entregó la bolsa, noté que no era el que usaba. Su aroma era demasiado dulce, empalagoso, y simplemente no podía soportarlo. Decidí salir al centro comercial por mi cuenta y comprar el que necesitaba. Así me despejaría y me relajaría.

Llamé a Tomás y le pedí que me llevara. No pensé en avisarle a Dorian. Si él quería controlarlo todo, que trabajara mas para lograrlo, yo al menos necesitaba recuperar algo de mi independencia. Y pensar que lo quería besar

…………………

Cuando regresé, el sol ya estaba en lo alto, calentando la fachada de la casa. Pero no fue el calor lo que me hizo detenerme en seco al bajar del auto, sino la figura de Dorian esperándome en la entrada.

No estaba simplemente parado allí. Estaba de pie con los brazos cruzados, su postura rígida, sus ojos fríos y llenos de furia, se veía desquiciado. Apenas me vio, avanzó hacia mí con pasos firmes, casi intimidantes.

—¿Dónde demonios estabas? —dijo con los dientes apretados antes de que pudiera siquiera pudiera avanzar, arrinconadme contra el coche.

Por el lateral de mi visión vi a Tomas alejarse rápidamente. Dejándome sola con mi furioso esposo.

—Salí a comprar algo que necesitaba. —respondí con calma, aunque mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—¿Saliste? —repitió, su tono subiendo. — ¿Sin avisarme? ¿Qué parte de, no salgas sin decírmelo, no entendiste, Sabine?

Sentí cómo mi enojo de la noche anterior volvía a la superficie.

—Le dije a Tomás que me llevara al centro comercial porque necesitaba comprar algo. No veo el problema.

Dorian soltó una risa seca, sin rastro de humor.

—El problema es que no sabes lo que está pasando. No tienes idea del peligro en el que podrías estar.

—¿Peligro? —repliqué, mi voz ahora elevada. — ¿Qué peligro, Dorian? ¿Por qué haces todo esto tan grande y no me dices nada?

Se pasó una mano por el cabello, frustrado.

—Porque no puedo darme el lujo de ser despreocupado cuando se trata de tu seguridad.

Su tono era grave, cargado de una intensidad que me desconcertó.

—¿Por qué? —pregunté retándolo con la mirada. —¿Qué demonios está pasando?

Dorian se quedó en silencio, pero podía ver la lucha interna en sus ojos. Después de un largo momento, habló.

—Un viejo conocido del ejército vino ayer. Me advirtió que Omar Al Farid escapó de prisión.

Me quedé en blanco por un instante. El nombre no significaba nada para mí, pero pude oír una especie de temor en su voz.

—¿Quién es ese?

Dorian exhaló profundamente, como si reunir las palabras le costara un esfuerzo monumental.

—Un terrorista que mi unidad ayudó a capturar hace años. También maté a su hermano durante la operación y quiere vengarse.

—¿Y crees que vendrá por mí? —pregunté mi voz ahora un poco más suave.

—Si, Sabine. No dudara en ir detrás lo más importante para mí.

Su confesión me golpeó como una ráfaga de viento helado.

Por un momento, no supe qué decir. Su preocupación por mí era más que control; era miedo, un miedo que lo estaba consumiendo.

—¿Y tú? —le pregunté finalmente. — ¿No te preocupas por ti mismo? Si él quiere venganza, no soy yo a quien buscará primero.

Dorian negó con la cabeza.

—No me importa lo que me pase a mí. Pero no puedo dejar que te haga daño.

—¿Por qué? —insistí, dando un paso hacia él.

Se quedó en silencio, con una expresión que nunca había visto antes: vulnerable.

—Porque no podría soportarlo —admitió finalmente.

Su confesión desarmó cualquier enojo que quedaba en mí. Me acerqué a él, mis ojos buscando los suyos.

—Si me hubieras dicho lo que pasaba, no hubiera sido tan irracional. Dorian… yo tampoco quiero que nada te pase, Dorian.—dije, mi voz apenas un susurro.




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