Mi Obsesión... Mi Salvación

Capítulo 32

Capítulo 32
Sabine

Desperté envuelta en el aroma a café y pan tostado, con el cuerpo aún sensible de lo que había pasado anoche, después de lo que hicimos en su despacho, comimos y volvimos a nuestra habitación y prácticamente tuvimos un maratón de sexo toda la tarde, hasta la cena, después de eso estaba agotada y caí en un sueño profundo.

Me removí apenas entre las sábanas, desnuda y con una sonrisa tonta que se me dibujó cuando sentí la mano de Dorian acariciando mi cintura. No había palabras para describir cómo me hacía sentir. Era fuego, fuerza… protección y amor.

—Buenos días, mi Solecito. —dijo con una voz ronca y deliciosa que me hizo cosquillas en el vientre bajo.

Me incorporé apenas y lo vi con una bandeja entre las manos, su cabello húmedo y una sonrisa en los labios con el torso desnudo, mostrando sus músculos y marcado vientre y esos brazos marcados que tanto me gustaban.

—¿Tú me hiciste desayuno? —pregunté con una sonrisa divertida.

—Sí. —puso la bandeja sobre mis piernas. —Hoy quería ser yo quien te diera algo rico para empezar el día.

—¿Solo para mi?

—También hay algo para mí, pero sabes... —sus ojos brillaron al mirarme. — Tú eres lo único que necesito para empezar bien cualquier mañana.

Lo besé. No podía evitarlo. Sus labios sabían a café y deseo y cuando sus manos descendieron por mi espalda desnuda supe que ese desayuno iba a esperar.

—Ven a ducharte conmigo. —susurró en mi oído, haciendo que un escalofrío delicioso me recorriera.

—Pero se ve que tú ya te duchaste.

—Si, pero como tú no lo haz hecho yo te quiero ayudar.

Me tomó en brazos sin que yo tuviera oportunidad de protestar. Mi cuerpo se apretó al suyo, completamente desnuda contra su piel caliente. Entramos a la ducha y el vapor empezó a llenar el baño mientras dejaba que el agua resbalara por mis hombros y espalda. Dorian me pegó a la pared, con las manos firmes en mis muslos, alzándome con facilidad.

—Dorian... No te sobre esfuerces.

—No digas nada. Solo siente.

Su lengua descendió por mi cuello, lenta, húmeda, hasta mis senos, mientras me sostenía contra el azulejo. Sentí su erección frotándose entre mis piernas y gemí, aferrándome a su nuca.

—Te deseo tanto... — gruñó, besándome entre los pechos. —Que no puedo esperar. Voy a hacerlo rápido... pero te prometo que esta noche será aún mejor.

Se hundió en mí con una sola embestida, haciéndome gemir su nombre con fuerza. El agua caía sobre nosotros como una tormenta mientras su cuerpo se movía con hambre, con furia, con ese deseo que me hacía sentir viva.

—Dorian... más fuerte. —le pedí completamente perdida.

Sus embestidas se volvieron más rápidas, su respiración contra mi oído, su pecho pegado al mío, su mano en mi trasero, moviéndome al ritmo de su placer. Estallé contra él, con las piernas temblando, y lo sentí venirse segundos después, enterrando su rostro en mi cuello mientras jadeábamos.

Nos quedamos así, abrazados bajo el agua caliente, hasta que mis piernas pudieron sostenerme de nuevo.

Me vestí con una sonrisa estúpida, con el cuerpo aún latiendo, y justo cuando me colgaba la bolsa al hombro, él me abrazó por la cintura.

—Hoy iré por ti en la tarde. — me dijo rozando su boca en mi oreja. —Quiero llevarte a comer. Algo bonito tú y yo, solos.

—¿En serio?

—Sí, y espero que te emociones tanto como yo con la idea de nuestra cita. —sonrió.

Lo besé en respuesta, con el corazón brincando en el pecho.

……………….

El refugio estaba silencioso cuando llegué. Clara seguía enferma y yo tenía la tarea completa del día, pero mi mañana fue tranquila. Camilo me llevó un almuerzo ligero y después de comer, alimenté a los perritos y gatitos. Un gatito, un pequeño negrito que había llegado apenas hacía una semana, se me trepó al regazo y comenzó a ronronear. Lo acaricié mientras él cerraba los ojos con confianza, sintiendo por un instante que todo estaba en paz. Me encantaba estar aquí.

Entonces el teléfono sonó.

Solté al gatito con cuidado, poniéndolo en su jaulita, caminé hasta la oficina y contesté con la misma voz amable de siempre.

—Buen día, refugio Hogar Esperanza, ¿en qué puedo ayudarle?

Silencio.

Solo una respiración pesada del otro lado de la línea. Casi animal. Y luego, la llamada se cortó.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

Sabía que era Leo. No necesitaba escuchar su voz para saberlo. Tragué saliva y sacudí la cabeza, tratando de enfocarme en mis tareas. Todo estaba bajo control. Dorian estaba conmigo. Me protegería.

Pasaron las horas. A las tres en punto, ya había asegurado las jaulas, comprobado que ya todo estaba en su lugar y terminado los últimos registros. Le mandé un mensaje a Dorian:

S: Ya terminé aquí en el refugio. Mejor te veo en casa y salimos desde ahí, ¿te parece?




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