Mi odio deseado

16.

— ¿Adónde vas? —preguntó Rayna, mirando con curiosidad a Mía, quien se dirigía directamente hacia la salida.

— Quiero estar sola —respondió la amiga sin ánimo.

— ¿Te vas a ir así, en traje de baño?

Mía se dio la vuelta y vio que su vecina le extendía un vestido.

— Gracias —dijo mientras daba un paso adelante para tomar la prenda.

Pero Rayna no soltó la tela. Al contrario, la sujetó con más fuerza.

— Por favor, no te burles de mí —la voz de Mía reveló su desesperación.

— Entonces deja de actuar como una reina del drama —replicó la amiga con una mirada ligeramente despectiva—. Es solo un chico normal al que le gustas. ¿Vas a reaccionar así con todos?

— Pensaré en eso después —Mía tiró del vestido y finalmente logró quitárselo.

Se vistió rápidamente y se dirigió a la habitación. En lo más profundo de su ser, comenzó a asentarse la idea de que Rayna, después de todo, podría tener razón.

"¿Tal vez debería simplemente hablar con él?"

Mía suspiró. No tenía a nadie con quien consultar. Su madre definitivamente no la escucharía, y sus hermanas usarían esta información en su contra. Desde la infancia, su padre les había impuesto una competencia por el negocio familiar. Mía habría renunciado felizmente a esa carrera, pero nadie la escuchaba.

"Como siempre."

Al llegar a la habitación, se dejó caer en la cama con la cara en la almohada, intentando sofocar sus emociones. El vestido húmedo refrescaba su piel acalorada, pero su corazón se negaba a tranquilizarse. En su mente se repetía una y otra vez la escena en la piscina: su cercanía, su contacto, su voz, su mirada... Todo se había fundido en un dulce caos. Dentro de ella algo palpitaba, frágil y vivo, luchando por liberarse.

"Pero apenas lo conozco. ¿Qué me pasa que estoy dispuesta a lanzarme sobre el primer desconocido que aparece?"

Mía se giró y fijó la mirada en el techo, buscando respuestas a las preguntas que se arremolinaban en su mente. Sus pensamientos rugían con tal intensidad que cada nueva ola le dificultaba respirar. Todo lo ocurrido en los últimos días parecía un sueño — brillante, inquietante y ligeramente embriagador. Demasiado real como para simplemente borrarlo de su conciencia.

Rozó la almohada con los dedos, como si pudiera darle algún tipo de apoyo, y cerró los ojos. Su corazón aún latía acelerado por los acontecimientos en la piscina, y mañana ya debía regresar a casa.

Este pensamiento cayó sobre su pecho como una pesada piedra. La imagen de su hogar no la alegraba, sino que la oprimía. Mía arrugó la nariz y exhaló entre dientes. Allí todo resultaba demasiado complicado y doloroso. Pero renunciar al viaje significaría arriesgarlo todo: sus estudios, sus sueños, su futuro — todo dependía de los caprichos de su padre y de su decisión de pagar o no.

Esta desesperanza le oprimía la garganta, y sus ojos se humedecieron por un momento. Cuánto deseaba no regresar allí — donde la miraban con desdén, como a una mantenida. Anhelaba quedarse aquí, en el lugar donde había empezado a sentirse... viva.

Con estos pensamientos, Mía permaneció acostada hasta la noche. Rayna no regresó. Probablemente estaba ofendida. O quizás simplemente no tenía tiempo para ocuparse de su vecina y sus extraños problemas.

Un leve gruñido en el estómago interrumpió su melancolía. Mía se levantó de la cama sin ganas y se acercó al refrigerador. Solo había huevos. Tomó algunos y se dirigió a la cocina.

La espaciosa habitación estaba vacía, lo que le provocó un suspiro de alivio y, al mismo tiempo, cierta tristeza. Se sorprendió al darse cuenta de que, inconscientemente, esperaba ver a Aril de nuevo. Por alguna razón, Mía tenía la sensación de que él no pensaba en ella con tanta frecuencia como ella en él. Ya era hora de que dejara de hacerlo.

Después de preparar una cena rápida, se acomodó en la gran mesa y comenzó a revolver perezosamente su plato con el tenedor. Entonces decidió escribirle a Rayna.

«Mía: ¿Sabes dónde está la carne que había en el refrigerador?

Rayna: James y yo nos la comimos mientras tú descansabas después de tu noche ardiente. Deberías revisar el refrigerador más seguido.

Mía: ¿¿¿Qué noche ardiente???

Rayna: Cuando Aril vino a verte.»

Mía dejó el teléfono a un lado sin molestarse en responder. Sinceramente, ya estaba cansada de intentar demostrarle algo a su amiga. Que piense lo que quiera.

Después de terminar la cena, puso los platos sucios en el lavavajillas, alegrándose en silencio de vivir en una de las mejores residencias estudiantiles. Ya se disponía a regresar a su habitación cuando escuchó pasos detrás de ella.

Al darse la vuelta, Mía vio a un chico frente a ella. Recordaba vagamente haberlo visto en aquella fiesta, donde abundaban más las caras ebrias que las sobrias. Probablemente allí estaba la mitad de la residencia.

— Hola, guapa —el chico sonrió, recorriéndola descaradamente con la mirada mientras avanzaba un paso hacia ella.

— Hola —respondió Mía con frialdad—. No te conozco.

Estaba a punto de seguir su camino cuando el desconocido la sujetó del codo, apretándolo con tanta fuerza que la piel se le adormeció instantáneamente.

— Por lo que he visto, eso no parece importarte mucho, preciosa —dijo él con voz empalagosa.

— Suéltame, me estás lastimando —logró articular la chica con un hilo de voz.

— ¿Me darás un beso? —el agresor la atrajo bruscamente hacia él, girándola para que lo enfrentara.

Mía quedó paralizada por el miedo, incapaz de reaccionar. El chico frunció los labios y se inclinó hacia ella con una mueca burlona.

— Yo te besaré en su lugar, ¿quieres? —resonó una voz familiar cargada de ira. Un aroma a mentol, ya conocido, llegó hasta su nariz—. Quita las manos, ahora mismo, o te las rompo.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.08.2025

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