Mi pequeño bosque

Hikaru Fresler

Domingo 27 de Septiembre,

6:50 p.m.

Entro en el restaurant y las pláticas de los comensales se mezclan creando solo ruido del cual puedo distinguir algunas palabras al azar; de fondo la música tranquila y neutra se escucha si pones atención. La iluminación es tenue y rebota en el tapiz guinda de las paredes, las ventanas tienen las cortinas cerradas ya que se considera la privacidad de los clientes, nadie sabrá que estás ahí a menos que lo comentes o ellos estén adentro contigo.

-Buena noche, madame – dice el camarero de la entrada, no pasa de los treinta años de edad y se ve bastante joven aún con esa barba castaña bien cuidada. Es cuando veo esa mirada, aquella que hace tiempo no veía o al menos no por causa mía, ese brillo en los ojos que es suficiente para saber que el atuendo fue el indicado. Mi vestido color rojo sangre con top estilo hug shoulder y la falda recta hasta el suelo con una abertura en la pierna izquierda que va desde el primer tercio de mi muslo hasta abajo; mis tacones stiletto negros de aguja marcan mis pantorrillas; mi cabello negro en ondas pronunciadas caen sobre mis hombros desnudos y helados por el aire acondicionado que hay dentro.

-Buena noche – le contesto al mesero -. Tengo una reservación al nombre Recherche  - el mesero revisa en su lista para asegurarse de qué mesa es y asiente ligeramente con la cabeza por lo que supongo ha confirmado el nombre.

-Por aquí, por favor – se adelanta y lo sigo zigzagueando por entre las mesas llenas de gente adinerada en trajes y vestidos de coctel, camino con gracia, pavoneándome como no lo he hecho en mucho tiempo. Siento las miradas de todos sobre mí, los hombres viéndome con lujuria y las mujeres con envidia; sin embargo no debo olvidar a qué vine.

Me siento a mi mesa y cruzo mis piernas poniendo la izquierda sobre la derecha causando que mi muslo quede al descubierto. Veo a Karen salir de la cocina con su uniforme puesto: una camisa blanca con corbata roja y chaleco negro, falta recta hasta la rodilla (negra también) y zapatos de suelo negros. Sonríe y le devuelvo la sonrisa.

-Buena tarde, soy Karen y estaré atendiéndola el día de hoy – saca su libreta - ¿Desea alguna bebida para iniciar?

-Sí, desearía que trajeras una botella de Lewis Cabernet Sauvignon y dos copas, por favor.

-Excelente elección – contesta y se va de nuevo.

Con mi mano derecha tanteo discretamente la parte de debajo de la mesa hasta que siento un pequeño rectángulo de plástico sujeto con cinta adhesiva, el relieve de sus botones hace cosquillas en las yemas de mis dedos; no puedo simplemente agacharme y ver pues sería muy sospechoso aún sin mi cita aquí conmigo. Con la mano izquierda sobre la mesa empujo imperceptiblemente el tenedor hasta tirarlo al suelo, me agacho aún sentada en la silla y de reojo veo el aparato, el botón de grabación está en la parte superior derecha; tomo el tenedor y lo vuelvo a poner en su lugar.

Karen viene de nuevo, esta vez con la botella de vino y las dos copas con ella, pone todo sobre la mesa y sirve en una de las copas, agradezco con un movimiento de cabeza y se va para atender otra mesa. Giro el vino en la copa, recuerdo que es el mismo que tomamos cuando a Bosco se le quitó la varicela a los ocho años, celebramos en grande esa noche y con justa razón pues todos merecíamos un descanso después de noches sin dormir lleno de llantos por la comezón que no se iba de su piel; Bosco aún tiene un par de cicatrices en la espalda y abdomen por las veces que no lo soportó más y terminó rascándose… Huelo el vino y los toques de café y cedro inundan mi nariz inmediatamente, remojo mis labios en él y se filtra a través de ellos llegando a mi lengua, la ciruela y la vainilla hacen su aparición y le dan ese toque dulce que baila en mi boca.

Un hombre en traje entra por la puerta, su porte es elegante; su tez es oscura, es relativamente viejo, le calculo unos sesenta años, su cabello es canoso y su bigote prominente pero bien cuidado cubre su labio superior, ¿será él? El camarero lo recibe y el hombre dice algo que gracias al ruido no logro escuchar, asiente con la cabeza y emprende camino junto al camarero, se acercan y mi corazón se acelera pues ha llegado el momento; se detiene a unos metros de donde estoy y se sienta en la mesa contigua junto con varias personas de una edad similar, saluda y empiezan a platicar. Siento cómo mis hombros se relajan, mi corazón se calma y mi respiración vuelve a ser controlada, jamás pensé que me pondría tan tensa. Doy otro pequeño trago al vino y respiro hondo.

La puerta vuelve a abrirse y entra otro hombre, esta vez de unos treinta y ocho años (no mucho mayor que yo), su espalda es ancha y su cadera estrecha, lleva una camisa blanca con el primer botón desabrochado y sobre ella tiene puesto un saco negro que a simple vista parece hecho a la medida, sus pantalones y zapatos negros bien lustrados le quedan igual de bien; su cabello es castaño y ondulado, corto en los lados y del largo exacto en la parte de arriba. Habla con el mesero y pasea su mirada por el restaurant, se detiene en mí; una sonrisa aparece en sus labios cerrados. Vuelve a hablar con el mesero y este lo dirige por el restaurant hasta llegar a mí. Mi mirada se cruza con la de Karen por un segundo antes de que la desvíe.

-Su mesa, señor – dice el mesero señalando el asiento frente a mí con una mano en señal de bienvenida.

-Gracias – se sienta y el mesero se va dejándonos solos (a excepción por los demás comensales). Vuelve a sonreír y noto que sus dientes son perfectamente blancos y parejos, es una linda sonrisa… -Ojalá no haya esperado demasiado.




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