Mi pequeño bosque

La rosa roja

Miércoles 30 de Septiembre,

11:47 p.m.

Meto las manos en los bolsillos de mi chamarra y encojo los hombros con la intención de cubrir mi cuello. Está helando aquí afuera. El aire frío mueve mi cabello en todas direcciones provocando que cubra mi rostro como un velo negro y denso; volteo hacia atrás para ver mi casa desde la calle, las luces siguen apagadas lo que significa que Baco aún no ha notado mi ausencia, veo de nuevo hacia la calle en busca de cualquier luz o sonido. El señor Frelser me llamó hace quince minutos mientras estaba dormida, contesté en el comedor y me dijo que llegaría pronto por mí pues tenía que enseñarme algo importante que no podía esperar; obviamente no lo pensé dos veces antes de tomar lo primero que vi en mi armario y ponérmelo a toda prisa. Un auto negro Audi R8 V10 Performance dobla en la esquina a mi izquierda y se estaciona frente a mí; la ventanilla del copiloto se baja dejándome ver al señor Frelser al volante.

-Buena noche, señora Novac. Le abriría la puerta pero tenemos poco tiempo así que suba al auto por favor.

Camino hasta el auto y abro la puerta del copiloto; me subo a toda prisa, cierro la puerta y doy un último vistazo a la casa solo para asegurarme de que todo siga igual. El auto arranca, me pongo el cinturón de seguridad mientras avanzamos por las calles desiertas de la ciudad, las luces de los edificios iluminan la oscuridad como estrellas brillantes.

-¿A dónde vamos? – pregunto sin dejar de ver por la ventana.

-Tengo una pista… - volteo sorprendida – pero necesito su ayuda, señora Novac.

-Por favor, llámeme Damara – una sonrisa fugaz aparece en sus labios.

-De acuerdo, necesito de su ayuda, Damara – hace énfasis al pronunciar mi nombre y eso, por alguna razón, hace que sienta un revoloteo en el estómago.

0:05 a.m.

Llegamos a un edificio que parece abandonado, como una especie de bodega; el auto se apaga y bajamos de él. El lugar no me parece familiar por lo que supongo que estamos a las orillas de la ciudad. Las puertas son altas y de acero inoxidable; el señor Frelser abre la puerta para que entre, si la puerta pesa no lo parece ya que su rostro permanece tranquilo. Entro en el edificio sin ventanas, la puerta se cierra detrás de nosotros y me sumerjo en una infinita oscuridad, una luz proviene desde detrás de mí, volteo y veo que mi acompañante encendió la lámpara de su celular; avanza hasta quedar a mi lado y apunta hacia enfrente con un movimiento de cabeza.

-Sígame – susurra. Que se vea en la necesidad de susurrar provoca que me ponga nerviosa. Caminamos por un amplio espacio el cual deduzco que debió de servir para guardar mercancía, los estruendos creados por ratas y demás alimañas me generan una mezcla entre asco y miedo; nos acercamos poco a poco a un pasillo iluminado con luces titilantes que cuelgan del techo y al final del pasillo hay una puerta cerrada, vamos hacia ella y resisto al impulso de resguardarme detrás del detective y aferrarme a su brazo, sin embargo me quedo a su lado.

El señor Frelser toma el picaporte, lo gira y abre la puerta a la vez que apaga la lámpara del celular; entramos en una habitación amplia iluminada solamente con la luz que entra del pasillo ahora detrás de nosotros, las paredes son totalmente grises, el piso de cemento liso y en medio de ese vacío se encuentra un hombre atado por los pies y las manos a una silla de metal, está amordazado y sus ojos se abren de par en par en cuanto me ve, empieza a sollozar mientras las lágrimas corren por sus mejillas llenas de sangre y su pecho se sacude.

-¿Qué mierda es esto? – pregunto sin apartar la vista de aquel hombre, no porque no quiera, sino porque sus ojos no me lo permiten.

-No se preocupe. Le aseguro que este hombre tiene más que merecido esto y más – responde Frelser con una voz calma. Sus palabras generan un leve y momentáneo alivio, pero la culpa y el horror vuelven de inmediato.

-¿Y por qué me trajo aquí?

-Este hombre es parte de un grupo vendedor de armas, los "Red Money"; abastecen a grupos terroristas, secuestradores, ladrones, todo tipo de escoria humana – dicho de esa manera hasta a mí me dan ganas de que se pudra en el infierno -. Pero la principal razón por la que le pedí que viniera es para hacerle una simple pregunta: ¿conoce usted a este hombre? – me quedo viendo el rostro del sujeto, su cabello alborotado, su ropa casual arrugada… no me parece haberlo visto ni siquiera en la calle, sin embargo no puedo estar segura pues no lo podría reconocer.

-No… no lo conozco – respondo por fin, el hombre atado a la silla suelta un suspiro el cual interpreto como uno de alivio y cierra los ojos.

-Bien, eso me da una idea más clara de todo – avanza hacia la puerta y hace un gesto con la mano para que salga, ¿eso es todo? ¿sin más?; voy hacia él pero volteo para ver por última vez al hombre atado, empieza a sollozar de nuevo y rogarme con la mirada que me quede; estoy a punto de ir hacia él pero una mano cálida me toma de la mejilla y gira cuidadosamente mi cabeza hacia la salida – No lo vea o será más difícil irse – respiro hondo consciente de que es cierto y salgo por la puerta.

00:23 a.m.

Nos estacionamos frente a la casa, todo sigue igual a cuando me fui. Estuvimos callados durante todo el camino, ninguno de los dos intentamos conversar en lo más mínimo; pongo mi mano sobre la manija de la puerta cuando un movimiento desde el asiento del conductor me hace voltear. El señor Frelser sostiene una rosa entre sus dedos y me la ofrece, la tomo, insegura por el gesto, y sonríe con vergüenza.




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