CAPITULO 2: EL EMPOTRADOR.
Ginebra me taladraba diariamente con la misma cantinela. Necesitaba, según ella, un hombre. Pero no uno cualquiera porque, decía, que era importante cambiar de nivel. Como si mi vida sexual fuese un videojuego que, la verdad, ni yo misma era capaz de jugar.
- Necesitas un empotrador- me decía muy resuelta- Dicese de un buen macho que te deje medio muerta a la mañana siguiente.
- ¡Jesús! Me está dando miedo- me quejé.
- No, mejor no metas a Dios en esto- añadió haciendo una mueca que me resultó de lo más graciosa- Con dejarte muerta me refiero a un buen dolor muscular de esos que no cura ni el voltarel, ni el réflex ni un viaje a Lourdes de rodillas…
Admito que todavía me sonrojaba con las ocurrencias de Ginebra. Y eso era algo que odio desde lo más profundo de mi ser. No quería seguir siendo la mojigata de Laura Sorda. Esa debía morir con mi pasado y yo tenía que reinventarme y sufrir una metamorfosis de una vez por todas.
- ¿Y cómo se supone qué voy a diferenciar a un buen empotrador?
- Ay amiga, no es tarea fácil. Los empotradores se camuflan entre los mundanos- me dijo haciendo aspavientos con las manos buscando crear un misterio que se me antojó más bien cómico- Un empotrador puede ser alto, bajo, moreno, pelorrojo, musculoso, escuálido…Pero escucha bien lo que te digo. Un empotrador tiene esa mirada de “El Señor Grey la está esperando en su cuarto rojo”. Es poco hablador porque sobran las palabras. Él prefiere escuhar, conocer a su presa.
Yo seguía a mi amiga mientras esta daba vueltas como una loca por el salón. Vivía cada palabra que iba diciendo. Yo luchaba por no partirme el culo de risa y romper la escena que habíamos creado. Era realmente divertido y , mientras la miraba, pensaba inocentemente en que no habría sido capaz de superar el ultimo año sin aquella loca del coño de pelo negro azabache y ojos brillantes. Cuanto la había a prendido a querer.
- Un buen empotrador se centra en escuchar tus gustos- prosiguió – Tu grupo preferido de música, por ejemplo, y mientras le cuentas lo muchísimo que te gusta esa canción que grabaron en directo en su última gira, él está pensando en que cuando lleguéis a su casa piensa sintonizarla con spotify mientras te seduce y hace que se te caigan literalmente las bragas.
- Spotify… qué nivel- bromeé.
- Si amiga, si… Porque los empotradores no gastan bromas con las aplicaciones ni escatiman en gastos. Él tiene Spotify. Y además no un plan cualquiera y ridículo ,no. Él tiene el plan familiar donde además ha metido a la madre, a la abuela, y a la vecinita del quinto.
Rompimos en carcajada mientras mi amiga se dejaba caer sobre mi cuerpo. Así se pasaban mis domingos. Entre tonterías que acompañábamos con un buen vino o un botellín de cerveza cuando la despensa temblaba. Aunque bromeábamos con el tema, y yo intentaba restarle importancia al asunto, lo cierto era que mi situación empezaba a ser preocupante. ¿Cuánto llevaba sin conocer varón? Y lo que era peor… ¿cuánto llevaba sin salir un sábado por la noche a tomar una simple copa por ahí? Había perdió la cuenta. Era cierto que mi libido había quedado por los suelos gracias a Tom y a Gabriel, dos nombres que procuraba no pronunciar para no sufrir de estreñimiento, pero también era cierto que mi negocio me había mantenido muy ocupada llevándose el doscientos por ciento de mi tiempo, mis fuerzas y mis ganas. Era como un hijo para mí. El hijo que quizás, según decía mi madre, a este paso nunca tendría. Había que cuidarlo, mimarlo, echarle mucho tiempo y protegerlo con recelo. Toda mi atención estaba puesta en él y en todos los planes de futuro que había empezado a labrar en mi cabeza.
- Oye, ¿cómo va lo de esa clienta tan misteriosa que iba a catapultar tu carrera?- preguntó Ginebra devolviéndome a la realidad.
Tarde varios segundo en reacciona a su pregunta. Ni si quiera recordaba haberle hablado a Ginebra de ella pero lo que sí que tenía claro es que no había revelado que ya la conocía muy bien.
- Aun no la he conocido- mentí.
- ¿Pero no tenías una reunión con ella el otro día?
- Si… pero mandó a su chica de los recados. Ya sabes cómo son estas personas, incapaces de hacer nada por sí mismas.
- Qué me vas a contar- admitió mientras se comía el tercer donuts de la tarde- Mi madre tiene a Conchita, nuestra sirvienta, dando vueltas como una loca buscando un pan de centeno por todo el barrio que coincida con la lista de condiciones que le ha exigido. ¿No es de locos?
De locos era que mi amiga tuviera la santa constitución que le permitía comer donuts sin parar, entre otras cosas, y no engordar ni un gramo. Yo necesitaba salir a correr cada día para mantener a ralla mis lorzas. Era injusto y muy cruel que la vida regalara tales privilegios. Aunque volviendo a la conversación que nos atañía diré que sí, es de locos que una mujer haga que su doncella, como yo prefiero llamarlas, se recorra las noventa panaderías de Manhattan, por decir una cifra corta, en busca de un puñetero pan de centeno.