Escabullirme de casa siempre había sido mi fuerte. Cuando vives con una madre aficionada a los barbitúricos es fácil. No la juzgo. Mantener tu estatus en el Upper East Side, sufriendo por no hacer nada que genere ser la nueva comidilla del barrio, es muy sufrido. Sería raro encontrar a una sola familia que no estuviera enganchada a algún fármaco. Y había estado enganchada a muchísimas cosas. Lo admito. Alcohol, drogas de diseño, ansiolíticos… Le había dado a mi madre la vida mártir durante mis años de adolescencia y no estaba orgullosa de ello pero intentaba enterrarlo en mi pasado sin pensar en ello porque se hacía duro, ¿entendías? Cuando tu conciencia no anda tranquila tu cuerpo tampoco lo está.
Desde entonces intento que nada me afecte lo suficiente. Voy por la vida despreocupadamente con una coraza infranqueable que creía infalible pero me acabo de dar cuenta de que me equivocaba. Había cometido el terrible error de conocer a una persona especial y dejar que entrara en mi vida poco a poco y en silencio. Casi sin levantar ruido y sin que yo fuera consciente. Una vez dentro las cosas habían salido mal. Porque, yo no lo dudaba, conmigo todo sale siempre mal. Ahora mi pobre corazón estaba destrozado, pisoteado como una cotilla, yo iba hundiéndome por momentos y todo ello por culpa de mi imprudencia. Había intentado arreglar la situación en Manhattan pero mi persona especial no había querido escucharme. Me había bloqueado en Whatssap por lo que recurrí a email para hacerle llegar de nuevo mis disculpas. Me arrastré por el suelo como una puta culebra y, aun así, no había querido escucharme.
¿Qué más podía hacer? Habría traspasado todos los niveles posibles. No podía seguir implorando un perdón que no me querían dar. Pero dolía. Joder si dolía. Duele saber que la has cagado cuando estás de Puta madre. Y me estaba costando asimilarlo. Aun así me había vuelto a arrastrar una vez más. Mi persona especial estaba trabajando en la casa de la familia de Gabriel y yo lo sabía. Por eso había insistido tanto en acompañar a Lena hasta Los Hampton. No había venido por la boda y esa ridiculez de Laura de organizarla.
Ella solita se había metido en la mierda y se iba a hundir cual arenas movedizas. Nadie, ni yo ni Lena, podríamos librarla de la que se le venía encima. Pero, oye, cada uno toma sus propias decisiones. Yo había tomado la mía de convertirme en acosadora y me había arrastrado hasta la casa de Gabriel en busca de Noha, así se llama mi persona especial, Noha. Me duele hasta pronunciar su nombre pero creo que es lo justo. Llamarla persona especial, una y otra vez, es demasiado frío.
Así que sabía que Noha estaría trabajando allí. Es habitual que forme parte del servicio de la familia de Gabriel. En realidad, así fue como nos conocimos.
Me cuelgo de la valla como un mono mientras intento mantener mi cabeza a flote para que me vea. No pienso rendirme con tanta facilidad después de haberme expuesto tanto.
Termina de guardar sus cosas para macharse y sé que no va a mirar atrás por lo que busco la manera desesperada de llamar su atención.
Para de golpe y me mira por encima de su hombro. Aguanta mi mirada durante algunos segundos que se me vuelven eternos y una indescifrable mueca se forma en su rostro.
Se marcha dejándome ahí, desamparada, destrozada y con el corazón a punto de dejar de latir. No quiero despertar la lástima de nadie pero la realidad es que siento como un amasijo de mierda. Tardó algunos minutos, no sé cuántos, en ser capaz de reaccionar y apartarme de la valla. El principal motivo es que paso de que los vecinos me tomen por una ladrona y llamen a la pasma. El perfecto final para coronar mi noche sería ese, acabar en comisaría.
Deshago los pasos que me llevaron hasta allí y me cruzo, por el camino, con un veinticuatro horas. Soy incapaz de resistir la tentación de comprar una botella de alcohol en la que ahogar mis penas. Tras los problemas que tuve con mi autocontrol, el alcohol y las drogas seguí bebiendo, es cierto, pero de forma normal. Alguna copa de más cuando salía de fiesta pero nunca me había vuelto a zampar una botella enterita. Esta noche iba a retomar viejas costumbres.
Empecé a beber en la calle. Sin vaso, sin hielo, sin moderación. Sin importarme tampoco si la poli me pillaba por estar prohibido beber en la vía pública. Tan desesperada estaba que mi juicio se había esfumado con mi dignidad. Iba arrastrando mis pies por la acera, me pesaba el alma, me tomé mi tiempo para llegar a casa. Una casa se sabía que se me caería encima en cuanto entrara por la puerta. Una casa que me recordaría a Noha, como todo en mi pita vida, por el tiempo que habíamos pasado en ella revolcándonos como croquetas, follando como si no hubiera mañana y ahora era la vida la que me jodía a mí.
Apuré la botella para estar lo más borraja posible antes de mi destino. Y vaya si lo estaba, porque no conseguía atinar con la llave y la maldita cerradura no se quería abrir. Maldije en silencio, o al menos lo intenté, pero algunas luces se encendieron por el vecindario.