Mi Perfecto Caos

CAPITULO 15: HORMONAS ALTERADAS

 

Mi mundo se ha vuelto loco. Nada encaja. Todo es un perfecto caos. Si, de nuevo. Sé que dije que todo empezaba a encajar como un puzle. Cada pieza en su sitio. No pueden encajar dos piezas en un mismo lugar. ¿Verdad? Y, por lo tanto, no puede haber lugar ha duda.

Me equivocaba. Porque yo tiendo mucho a equivocarme. En realidad, soy experta. Cum lauden en equivocaciones por la universidad del <<Ya te lo dije>>.

 

Así que aquí estaba yo. Sentada en una mesa que no me pertenecía, en un jardín de la hostia que nunca podría permitirme evadiéndome de la realidad que me rodeaba y la mierda que comenzaba a llegar hasta mis rodillas.

 

Suerte si no me llegaba pronto hasta el cuello.

 

  • Esta vieja me tiene ya hasta las narices. O le dices tú algo o se lo digo yo.
  • Es una clienta Ginebra. Algo exigente, pero nada más- Contesté con toda la parsimonia del mundo.
  • Exigente mis cojones. Esa tía es una tocapelotas en toda regla que no quiere más que fastidiarte. Y si no lo ves es porque estás más ciega de lo que yo pensaba.

La mire por encima de mis gafas de sol. Nada iba a hacer que terminara explotando. Mi paciencia rozaba una imaginable línea demasiado delgada que amenazaba con romperse por momentos, pero yo me mantenía firme ante la decisión de no perder los nervios.  Demasiadas sesiones de YouTube con Zen Virtual como para sucumbir tan pronto a mi temperamento.

  • Ginebra, aquí no se le va a decir nada a nadie porque te recuerdo que tú si ni siquiera trabajas para mí. Y te recuerdo también que esta es la boda de tu amiguito Gabriel. ¿De verdad quieres que mande a freír unicornios a su mamá?

Ginebra me miraba fijamente con sus brazos cruzados y el ceño tan fruncido que temí que se le quedara así para siempre. Como una plastilina esculpida que dejamos abandonada en un rincón y que, para cuando nos acordamos de ella, es demasiado tarde.

Pero mi amiga me conocía bien. Siempre diré que me conocen incluso mejor que yo misma. Porque yo a mi misma me puedo engañar, pero a ellas no.

Lo dejó pasar tras varios minutos sopesando los pros y los contras de contestarme. Por lo visto ganó la primera lista. Tocarme las narices en días como esto puede ser muy peligroso. A veces lo relaciono con estar ovulando. Creo que se me disparan las hormonas. Pero es un hecho que no puedo demostrar científicamente. Son suposiciones que se quedan en el aire y no llegan nunca a ningún puerto.

El caso es que soy demasiado irascible para encender mi mecha. Una de esas personas dulces y tranquilas que cuando menos te lo esperas se vuelven loca de remate. Así es como me definiría en plena crisis. Loca.

A veces cuento, como para engañarme como suelo hacer, que estas crisis llegaron con Tom y con su manía de hacerlo todo tan enrevesado y misterioso. Claro, cuando vives en medio de una mentira de tal envergadura es lo que pasa, que acabas volviéndote loca. Loca de dudas. Loca de celos. Loca de atar.

Pero si hablas con Lena te dirá que esa es la mentira más grande jamás contada. Yo ya era así mucho antes.

A los seis años clavé un tenedor a mi hermano en la mano solo porque no paraba de robar la comida de mi plato mientras se reía como un psicópata. Aunque la psicópata resulté ser yo.

A los once años empujé a Patricia Fernández desde el potro de gimnasia porque se burlaba de mi después de haberme caído de cabeza sin ser capaz de dar una voltereta.  Pero la que acabo con la cabeza abierta, fue ella.

Y como esas unas cuantas. Por lo que quizás tengan razón aquellos que aseguren que mi falta de control viene de atrás. Muy atrás.

 

Pero ese día, sentada en el magnífico y exuberante jardín donde se celebrarían las nupcias del que probablemente hubiera sido el amor de mi vida me había prometido guardar la calma. Casi me había obligado. Porque nadie, y mucho menos esa vieja bruja, tendrían el privilegio de ver como perdía mis nervios y suponer que no podía digerir aquel compromiso.

 

Y probablemente no podría. ¿A quién quiero engañar? Me corroía la envidia. ¿O eran celos? No me había parado a meditarlo con detenimiento, pero no os negaré que me moría, al fin y al cabo.

Todo podría haber sido perfecto si no fuera por esa manía mía de estropearlo todo. De convertir la vida en un drama de ficción de esos en los que la trama se enrevesa tanto que necesitan doce temporadas y media. Y digo y media porque al final se cancelan sin previo aviso por estrellarse con las audiencias.

Había fallado con Tom. Y entonces la vida me puso delante a Gabriel. Al chico perfecto. Y yo lo aparté de mi lado sin explicación alguna. Pero qué explicación iba a darle si ni si quiera yo me entendía a mí misma.

 

Mis amigas habían acabado por no preguntarme nunca sobre el tema. Siempre que lo habían intentado salía con evasivas. Me cerraba en banda. Me colocaba mi coraza y escondía la cabeza en mi cascaron.

Si no pensaba en ello quizás sintiera que nunca había sucedido…

  • Laura querida. ¿Tienes un minuto?

La protagonista de mi novela había hecho acto de presencia en el jardín. Eso no podía deparar nada bueno. Nos había remitido todas sus instrucciones por correo unos días antes. Su secretaria personal lo había hecho para ser mas exactos. Eso quería decir que todo estaba mas que acordado y que su presencia no seria necesaria. Yo suelo agradecer que mis clientes me dejen espacio para trabajar sin hacerme sentir atosigada. Pero desde que había aceptado este encargo tenía claro que iba a ser de todo menos sencillo.

  • Usted dirá- contesté sin pretender sonar condescendiente.
  • Tenemos que incluir unas lilas en la ceremonia. - contestó sin más.

Mi cara se tornó de la incertidumbre a la incredulidad en menos de un segundo, pero el gesto de fastidio de Ginebra no había pasado desapercibido para nadie.



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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