Aquella noche había soñado con Gabriel. Y había sido una putada porque, francamente, ahora lo echaba mucho de menos. Había podido sentir, casi como si fuera real, su aliento en mi nuca y sus manos recorriendo mi espalda. Una mierda es levantarse excitada con un río entre tus piernas y nadie que te de consuelo.
Necesité una ducha bien fría para calmar mis ánimos e intentar apartar de mi mente imágenes indeseables donde Gabriel me ponía en toda clase de posturas impronunciables. Llegué a la oficina casi media hora tarde y, para colmo, Martin ya esperaba en la puerta impecable.
Vestía unos vaqueros desgastados, que le quedaban de miedo, con una camiseta de rayas marineras bastante pegada para permitirle andar con ella en vía pública. Me quedé observándole más de lo normal hasta que dedicó una de esas sonrisas que me dejaban fuera de juego. La imagen de Gabriel volvió a llenar mi cabeza. Todavía no llegaba a comprender como mi mente relacionaba a Martin con Gabriel cada vez que lo veía. Seguramente por el estilo que compartían. Quizás por algún rasgo que guardaban en común como ese pelo casi rubio y ese bronceado perfecto. Dos castigos para mi pobre alma.
Era la primera vez que llegaba al trabajo con un moño mal hecho y una indumentaria más propia de salir a comprar el pan. Había cogido lo que tenía más a mano. Unos vaqueros holgados de talle alto y una camiseta de licra blanca que me había metido por dentro para parecer menos guarreras. Suerte que de camino a la calle había cogido un bléiser que dejé colgado junto a la puerta porque me salvaba un poco el look.
Como maquillaje solo me había pintado los labios en el ascensor.
La montaña de papeles que me esperaban sobre mi mesa me deprimió aun más el día. Mis ánimos estaban casi rozando el suelo cuando Elena, aleluya, apareció por la puerta con medio litro de café para mí.
La cerda venía radiante esta mañana. Casi como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para intercambiarnos los papeles. Si no la quisiera tanto le habría derramado el café sobre esa blusa de encaje que le quedaba escandalosamente bien.
No contesté. Tengo la fea costumbre de volverme inaguantablemente borde, y algo maleducada, cuando me levanto con mal pie. Martin sí que lo hizo.
Resoplé escondida tras la pantalla de mi ordenador mientras ponía cara de sepia. No soy envidiosa ni quiero llevarme todas las atenciones. No me malinterpretéis. El caso es que llevaba un mes remoloneando por delante de Martin sin conseguir ni un solo cumplido de ese hombre. Aunque para fijarse en mis defectos le había faltado tiempo. ¿Cómo había dicho? Que se me notaba haber pasado una mala noche, ¿verdad? Y todo por unas ojeras de nada y un moño de pasar la fregona por casa.
Elena me observaba con el ceño fruncido. Era su cara de análisis facial. Intentaba averiguar si me pasaba algo o es que simplemente no había cagado bien.
Intenté sostenerle la mirada, hacerme la dura, pero es que simplemente no pude. Me vine abajo demasiado rápido y me tapé la cara con las manos dejándome caer sobre el escritorio con más impulso de lo deseado.
Elena cerró la puerta, disimuladamente, y se sentó en la silla que quedaba vacía frente a mi mientras me acariciaba la cabeza.
Mi amiga quiso darme mi tiempo. No era plan de agobiarme más de lo que parecía estar. Elena y yo, al contrarío de Ginebra éramos muy de dar nuestro espacio. Hacíamos acto de presencia para arropar con nuestro calor corporal al prójimo, pero no atosigábamos con preguntas y respuestas. Ginebra ya habría exigido una explicación detallada de mi pésimo estado de ánimo. Y eso era algo que en ocasiones agradecía, sobre todo en las situaciones en las que uno no sabe por dónde empezar, pero en la mayoría de las ocasiones me agobiaba soberanamente y no me orgullece reconocer que fantaseo con estrangular su cuello. Pero desde el cariño absoluto.
Elena parecía más agobiada incluso que yo. Ella es muy empática y sufre mucho con mis problemas existenciales. Creo que se merecía una explicación más detallada de la situación.
La compañía de Elena me había ayudado a disipar un poquitín mi mal humor. La mañana acaba de empezar y haber estado todo el día de morros hubiera sido super estresante.