Mi Perfecto Caos

CAPITULO 27: Mucho ruido y pocas nueces

No había visto a Martin desde el incidente del que prefería no hablar. Todos nos habíamos tomado unos días libres dado que el próximo fin de semana largo lo pasaríamos trabajando hasta los topes en una paradisiaca isla de las Bahamas tostándonos al sol y en pareo. Menos en el caso de Martin. Sinceramente esperaba que no usase pareo.

Mi casa era un hervidero hormonal de desastre e histeria. Mis amigas barra compañeras insufribles de piso andaban como locas con el tema del viaje. Y yo, con mi particular parsimonia y poca paciencia empezaba a perder la paciencia un poquitín.

  • Chicas, por favor, olvidáis que es un viaje de trabajo. - insistí por vigésimo cuarta vez con pésimo resultado.
  • Que sea trabajo no quita que haya que estar a punto- contestó Ginebra- Si te lo aplicaras un poco otro gallo cantaría.
  • ¿Qué quieres decir? - bramé a la defensiva.
  • Haya paz. No creo que sea momento de vuestras típicas discusiones. Por cierto, protección de ochenta, de cincuenta, las dos…
  • O te puedes ir directamente con el cuello vuelto- se burló Ginebra mientras le quitaba ambos tarros de la mano- Yo llevo protección de treinta. Suficiente si no quieres conservar el blanco nuclear que me llevas.

 

Elena sonrío, lejos de soltar una de sus contestaciones tajantes, y le regaló a la chica un cariñoso beso en la mejilla. Yo había estado demasiado ocupada compadeciéndome de mi misma e imaginando mil alternativas para empezar una nueva vida lejos de Manhattan como reparar en que el comportamiento de estas dos había cambiado demasiado. Estaban realmente raras. No parecían ellas. Pero no me apetecía lo más mínimo pensar en ello. ¡Bastante mierda tenía yo ya!

  • ¿Alguien me ayuda a cerrar esta puta maleta? ¿Laura…?

Me levanté a regañadientes para sentarme encima de la maleta de Ginebra mientras ella forcejeaba con una cremallera que amenazaba con estallar de un momento a otro.

  • ¿Pero qué demonios llevas aquí dentro? - pregunté mientras la obligaba a dejarme mirar- ¿De verdad crees necesario llevar siete bañadores? ¿No te bastaba con tres?
  • ¿Es que tu no te cambias de ropa para ir a trabajar?
  • ¡Son tres días y llevas siete bañadores!
  • Son cuatro días para ser más exactos. Y las noches también cuentan. No puedo ponerme lo mismo para el día y para la noche.
  • Vale- accedía- ¿Y toda esta ropa? ¿Te va a dar tiempo a ponerte los siete bañadores y toda esta ropa en cuatro días?
  • Digo yo que tendremos algún momento para nosotros. Y entonces no sabré que me apetecerá ponerme. ¿Y si conozco a alguien? No me visto igual para estar contigo que para estar con un tío.

Resoplé dando por imposible aquella conversación. Si a Ginebra se le metía algo en la cabeza nadie podría sacárselo. Pero si que me di cuenta de que Elena la miraba sorprendida y se escabullía a su habitación. ¿Pero qué coño les pasaba a estas dos? La seguí de camino a mi propia habitación y aproveché el momento para tantearle un poquito.

  • ¿Te pasa algo?

Me miró y sonrió. Una de esas sonrisas suyas forzadas que tanto le había visto utilizar con los demás. Pero conmigo no. Nosotras no nos guardábamos secretos. Aunque ella odiaba dar explicaciones sobre su vida privada nunca lo había aplicado conmigo. Al menos hasta ese momento.

  • La presión de este viaje, supongo.
  • ¿En serio? - esa respuesta había dolido mucho- ¿No te pasa nada con Gin?
  • Claro que no.

Pasé dentro, hasta ahora había permanecido apoyada en la puerta, y me senté en la cama junto a ella.

  • A mi puedes contarme lo que sea. Ya lo sabes. Si esa idiota te a hecho algo dímelo. Nadie mejor que yo sabe lo insufrible que puede llegar a ser. Pero, créeme, sea lo que sea, seguro que lo hizo sin mala intención.

De nuevo esa sonrisa falsa. Más falsa que una moneda de veinte duros como diría mi madre, o un billete de seis euros como decía yo. Empezaba a mosquearme un pelín tanto secretismo. ¿Y qué historias podían traerse estas dos? O, mejor dicho, ¿tan ocupada había estado revolviéndome en mi mierda que no había sido consciente del momento en el que empezó a existir un “ellas dos “? No tenía sentido. Elena y Gin se toleraban por mí. Yo era el pegamento que nos unía. Yo era el hilo al que se agarraban. Nuestra relación existía por mi y sin mi no tenía sentido. ¿Y ahora estaba celosa?

  • En serio, Laura, todo bien. Solo que me agobian los viajes. Ya lo sabes.

Y sin más se levantó para seguir ordenando su equipaje.

  • Claro…

Yo también me levanté. No quería seguir insistiendo. Pero desde la puerta contemplé a mi amiga con cierta añoranza. La sentía lejos de mi y eso me producía una ansiedad horrible. Supongo que esto es lo que sucede cuando no cuidas las cosas, me dije. La he tenido tan abandonada que se ha aferrado a un clavo ardiendo. Debe ser eso. Y ahora ellas me guardan secretos.

Volví a mi habitación más angustiada aun de lo que había salido. Deseaba que toda esta pesadilla terminara cuanto antes. Esa ridícula boda y toda esta historia de Gabriel me tenían hasta el mismísimo moño de entre las piernas. Estaba maldiciendo cuando Ginebra asomó su cabezón por la puerta, no me había dado ni cuenta.

  • Júrame que te vas a llevar esa blusa.
  • ¿Qué le pasa a mi blusa? - protesté con toda la mala leche que llevaba por dentro.
  • Nada, si vas a una entrevista de trabajo para contable. - contestó ignorando todas mis señales de que no era un buen momento.
  • ¡Oye! No sé que tiene de malo ser contable. Además, creía que tú nos asistías con trabajos de contabilidad…
  • Pero jamás con una blusa como esa. Déjame ver tu armario.

Hizo caso omiso a todas mis protestas, como de costumbre, y en menos de cinco minutos me lo había desmantelado por completo. El armario quiero decir.

  • ¿Y ahora quién recogerá todo esto? - me quejé casi en un susurro.
  • Creía que tenías intenciones de culminar lo tuyo con el guaperas. ¿De verás que pensabas hacerlo con las bragas de mi abuela? - se burló mostrando una de las braguitas que había preparado sobre la cama.



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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