Nunca, repito nunca, está una preparada para recibir a la hurraca en su habitación. Pero de todas las situaciones posibles esta era la peor. Yo me sentía como mujer fatal que tiene a su amante escondido en el armario, literal, y al butanero en el balo, no sé por decir algo, sin salida y acorralada. Abrí la puerta temblando como la batidora. Con el sudor desmedido cayendo entre los muslos de mis piernas. La mirada desencajada. Os digo que un fumador de hierba a mi lado no mostraba síntomas. Aquella mujer, con el tupe cargado a tres metros sobre el cielo, y una mirada que te helaba la sangre me miró de arriba abajo y de abajo arriba las veces suficientes para asegurarse que no iba drogada. Pero es que yo misma empezaba a dudar que no estuviera colocada y alucinando. Carraspeo un par de veces y juraría que hasta dudo en quedarse o irse.
Le sonreí , como el emoticono del whatsap que enseña los dientes, y con la mirada totalmente ida. No sé mentir. Me pasa desde pequeña. Y como me pidas que disimule… acabo captando todas las miradas. Me pongo tan tensa que por donde me vean piensan, esa va a hacer algo. Los ojos se me salen, como brótolas, y la cara se me desencaja. Lo paso muy mal. Y allí estaba ella, mirándome cada vez más confusa.
Mi estomago comenzó a rugir como un compresor de basura. Era algo que me ocurría siempre que atravesaba situaciones de cierto estrés. Eso, y que mi cara se llena de unas horrorosas y molestas ronchas que pican como demonios. Debo contaros una anécdota, me veo obligada para que entendáis lo heavy que puedo llegar a ser, que ocurrió la primera noche que pasé con Gabriel. Yo estaba súper nerviosa. Y para más inri, me sentí tremendamente culpable por estar haciendo algo <<indebido>>. Total, que estábamos en la cama, en plena faena, y de repente mi estómago soltó un rugido mega ruidoso que casi hace que Gabriel se levantara a buscar a la fiera salvaje que se había colado en la habitación. Tuve que decirle que había sido yo, aunque él no podía creer que semejante ruido hubiera salido de mis entrañas, y jurarle por todos Los Santos que no había sido un pedo. Claro, imaginaros la situación. Yo jurando, roja como un tomate. Enseñándole las palmas de mis manos porque era lo que solía hacer con mi hermano para demostrar que los pedos salían de él y no de mí, y mis manos más rojas que el mismísimo infierno delatándome todavía un poquito más. Lo pase fatal. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que después de los truenos viene la lluvia. Para que me entendáis, que tuve que ir al baño de necesidad. Casi me lo hago encima, porque mi estómago no entiende de momentos. Es así de inoportuno y mal intencionado. Pero la vergüenza , es que tuve que abrir el grifo por si se oía algo. Claro, es que eso no se controla. Pero como le explicas tú eso a un Dios de Manhattan. Si para mí que ni van al baño. Que los ricos nunca cagan. Y yo sufriendo. Porque la cosa se alargaba más de lo normal y no se me ocurría excusa alguna para tener el grifo abierto veinte minutos. Derrochando agua como una mal nacida. Imperdonable.
Bueno , a los que iba. Que ahí estaba yo. Con mi estómago a punto de entrar en erupción y pensado , mira que como tenga que ir corriendo al baño… con Gabriel metido en la ducha. ¿Qué hago? Si es que me es imposible aguantar. Los sudores me chorreaban ya por las sienes. Y yo solo quería llorar.
Segunda embestida. Y con ella me empezaron a entrar los mil calores. Yo no podía aguantar más. Estaba dispuesta a saltar por el balcón si era necesario. A salir corriendo de allí. Pero es que estaba segura de que si me movía del sitio se me escapaba el punto. ¿Tenéis idea de lo mal que se pasa? Yo no le deseo pasar por un apretón así ni a mi peor enemigo. Y encima, me pasa cada ve que me pongo nerviosa o me estreso. Y yo paso nerviosa casi el sesenta por ciento de mi vida. Es un calvario.
Termino su verborrea con una sonrisa maléfica. Era una auténtica bruja sin escrúpulos que disfrutaba atormentándome. Pero digo una cosa, cuando me tocan el orgullo puedo ser muy perra. Así que ojito.
Aquella mujer no se alteraba en absoluto. Era una fiera dominando la compostura. Su gesto se mantenía congelado en un mutis desesperante que era casi peor que un buen insulto.me crucé de brazos. Fue mi mayor acto de rebeldía frente a esa mujer maldita. Quería demostrar que yo también podía usar mi cara de póquer y esperar a que las circunstancias se resolvieran solas. Pero el arqueo de su ceja y su mirada hiriente me hacían sentir tremendamente pequeñita incluso contra mi voluntad. Se me olvidó por un momento que tenía a su hijo metido en mi ducha.