La semana siguiente fue pasando lentamente, casi de puntillas, como si el tiempo se resistiera a satisfacerme y la boda, el gran día, nunca terminara de llegar. Yo solo quería que pasara de una vez por todas. Que formara parte del pasado. De un pasado que pensaba encerrar bajo llave y después tirarla al mar más profundo del planeta. Este trabajo pasaría a la historia como el más duro y puñetero de toda mi vida. Estaba segura de que jamás me enfrentaría algo igual ni si quiera parecido. ¿Estaba arrepentida? Quizás. No suelo arrepentirme de lo que hago. Soy demasiado orgullosa para eso. Mi lema es que a lo hecho pecho y se acabó. Pero en este caso todo se había ido heredando poco a poco, complicándose demasiado para mi gusto. Había pasado a ser un caos. Otra vez. Como siempre que Gabriel anda cerca. He llegado a la conclusión de que hay personas que lo enredan todo, que simplemente no encajan en tu vida, aunque tu te empeñes en lo contrario, y tú universo las repele intentando expulsarlas de un entorno en el que no cuadran. Yo estaba empeñada en no pensar en ello, era una promesa en firme que me había hecho a mí misma, y casi lo consigo. Pero hay momentos…. Simplemente dejémoslo en que hay momentos y punto.
Martin no se había separado de mí desde que llegamos. Estaba dispuesto a no dejar que me arrepintiese del paso que por fin habíamos dado. Y pensando en Gabriel me sentía culpable. Culpable d eso sé muy bien el qué pero culpable. Le había prometido que había pasado pagina y el me había prometido a mi que no me metería prisa pero ninguno de los dos habíamos dicho la verdad. Y es que al final los sentimientos mandan. Los míos eran de duda y los suyos de miedo. Miedo a perder aquello por lo que había apostado. Yo le entendía muy bien , había sido Martin en muchas ocasiones de mi vida. Dos, para ser exactos. La verdad es que era la primera vez que me sentía con el poder. Como si el curso de nuestra relación estuviera en mis manos. Qué curioso es todo… cuando por fin consigo el papel que tanto ansiaba, ni si quiera estaba segura de seguir queriéndolo.
Para colmo, el ambiente que me rodeaba no era precisamente el ideal. Ginebra no había aparecido por el piso desde que llegamos de viaje. A penas contestaba a mis mensajes y no pasaba por la oficina. Aunque me había prometido el el día equis, como me gustaba llamar a las boda, sería la primera en aparecer por allí para echar una mano. No me había quedado demasiado claro donde estaba durmiendo. Sus cosas seguían en el cuarto de invitados y su cepillo de dientes desgastado en el baño. Elena estaba allí, pero era como si no estuviera. Yo quería pensar que la visita de Arturo, quien por cierto se marchó al día siguiente sin ni si quiera despedirse, la había dejado tocada. Pero algo me decía que él no tenía nada que ver. Que era otra cosa. Algo que no me contaba pero que le atormentaba el alma. A penas dormía por las noches y no probaba bocado. Me recordaba a mí en mis peores días, en el luto que pase por Tom o quizás era por Gabriel. Nunca me quedó claro. Fuera como fuese la realidad era que ni si quiera podía segura como era el luto por amor de mi amiga Elena. Sencillamente jamás lo había pasado con ella. El único momento realmente malo que le había conocido era el que paso tras su boda. Ese que no dejó que nadie viviera con ella porque se marchó a diez mil kilómetros de distancia. Por eso , por más que la observaba y la analizaba en silencio, no sabía muy bien qué decirle o como ayudarla. ¿Acaso quería ella que la ayudaran? Una buena pregunta para añadir a mi lista de cosas que no tienen respuesta y nunca las tendrán.
Llamé a la puerta de su habitación con cautela. Me había llevado más de media hora decidirme a hacerlo. Y abrí solo cuando su voz me llegó desde dentro tan apagada como venía siendo costumbre.
Me quedé ahí, mirándola desde la puerta con cara de circunstancia y una sonrisa que empezaba a dolerme. Ella me analizaba, buscando quizás las palabras adecuadas para rechazarme. Una manera sutil de decirme que marchara de su habitación cagando leches. Pero lejos de eso entornó la mirada y dijo:
Asentí confundida y ella se levantó decidida adelantándome. Le serví un plato y saqué la nata del frigorífico. Unas tortitas sin nata para mi no existen. Sacrilegio puro. Nos sentamos a comer en silencio hasta que me agobie tanto que estaba dispuesta a hablar de política si era necesario. Así que intenté arrancarle algunas palabras de su boca.
Elena me miró un par de segundos más antes de volver a sus tortitas y decirme que estaba equivocada. Me dejó pasmada. Prácticamente me estaba ignorando. Mis tortitas era buenas, pero tampoco para robarme todo el protagonismo. Pensé que si le había vuelto el apetito quizás también lo hubieran hecho las ganas de hablar.
Mi respuesta pareció decepcionarle. O quizás, simplemente, no le interesó una mierda. Elena siguió comiendo bajo mi atónita mirada y yo seguí compadeciéndome de mí misma.