Volver a casa tiene muchas connotaciones según el momento de la vida en el que te encuentres. Sin embargo, en el caso contrario solo podría significar una cosa. Abandonar el nido era el sinónimo de emoción. No recuerdo ninguna ocasión en la que me sintiera más feliz y plena que cuando me fui de casa. Es el máximo nivel de autonomía posible, siempre y cuando no necesites la ayuda paterna para pagar las facturas. No obstante, la emoción no es un eximente para no sentir miedo. Yo me sentía aterrada porque junto a la autonomía, y a la libertad, también se le añadían las responsabilidades y experiencias inexploradas.
Poco a poco empecé a tolerar esa incertidumbre y a aprender de los millones de despistes que sufría al día. Jamás podría contar cuántas veces me dejaba las llaves dentro o en cuantas ocasiones no apagaba el aire acondicionado. Algún que otro mes he podido hacer la compra de puro milagro. La realidad es que cuando te marchas para trabajar, con la responsabilidad de alquilar tu propio piso, valoramos mucho más la organización, y yo ya venía con la organización bajo el brazo. Podrás llamarme despistada, pero jamás podrás decir que soy desordenada. Mis pagas semanales, antes de emanciparme, se fundían en Ikea. Me volvía loca en su sección de organización en casa. Disfrutaba como un niño en un parque de bolas, era increíble. Si hubiera existido el carné platino de fidelización habría sido para mí. Cierto es que de lunes a viernes mi apartamento era un poco más caótico, pero los fines de semana eran el día de recoger.
Como iba diciendo, volver a casa tiene muchas connotaciones según los motivos por los que sucede. Si volvemos a casa porque hemos terminado el erasmus más increíble de todos los tiempos, nos deprimimos. Una depresión temporal que será sustituida por varias depresiones más a lo largo de nuestra juventud. Si volvemos porque nos hemos dado cuenta de que nuestro lugar no está lejos de allí, seguramente nos sentiremos aliviados. Pero si regresamos porque nuestros planes se han torcido y nos hemos visto obligados, entonces la vuelta puede ser bastante dolorosa. ¿Cómo acostumbrarnos a algo que ya habíamos olvidado? Cualquier persona entendida en la materia estaría de acuerdo conmigo en que hay una serie de puntos bastante importantes para facilitar la vuelta a casa cuando te apetece lo mismo que una patada en tus partes.
Primer punto. La empatía. Es importante tener empatía con el que regresa porque, al fin y al cabo, está volviendo a lo desconocido.
Mi padre no tardó ni dos segundos en asomar su barrigota por la puerta de la cocina.
Los dos se mantuvieron sospechosamente callados lo que me crispó aún más los nervios.
Mi padre la cortó de un codazo mal disimulado.
El segundo punto es mantener la templanza y la compresión. Es complicado volver a acostumbrarse a vivir las ruinas, perdón quería decir las rutinas, con personas que se habían marchado. Es necesario un periodo de adaptación.
Negociar unos horarios y unas normas equilibradas…
Mi madre me miró unos segundos antes de soltar la cuchara y estallar con su particular pataleta.
Rebajar los niveles de irritabilidad, si los hubiera, pensando que la familia no es culpable de la situación.