Esta vez sí. Este año sí. No podía permitir lo contrario. No iba a aceptar otra cosa. El destino me lo debía y habíamos hecho un trato, yo me portaba bien (era buena persona, ayudaba a mis padres, trabajaba en verano) y el me daba un primer año en bachillerato bueno, apasionante y fácil. Así que con esas me dirigí al instituto el primer día de clase.
Ya sabía con quien me tocaría en clase y conocía a la mayoría. Lo malo es que esa mayoría era insoportable (exceptuando dos amigos que por fortuna estarían en mi clase) y lo bueno que entraría gente nueva que, deseaba con todas mis fuerzas, fuera distinta o mejor. En cuanto al estudio no me preocupaba, había escogido humanístico, me gustaba escribir, la historia y se me daba muy bien, siempre había sido una estudiante nata y con excelentes notas. Ya tenía el 50% hecho.
Entré a ese instituto que tan bien conocía de mis cuatro poco agradables años de ESO y fui directa a la clase que me tocaba. Entré como todos, con ese miedo de que todo el mundo te mire y te juzgue y al final nadie te mira pero todos ya te han juzgado.
- No me digas que no ha sido suerte.
Giré la cabeza hacia esa voz que me había hablado y que tan bien conocía. Era Andrés, mi amigo de toda la vida, mi compañero desde que aprendí a hablar y el chico que estaba colado por mi desde que aprendió a enamorarse. Yo lo sabía, él lo sabía, yo sabía que él sabía que yo lo sabía y así año tras año. Era el último de 5 hermanos, el mimado de padres ricos que pensaban que lo mejor era tener a sus hijos en burbujas de cristal pero que por suerte eran buenos referentes y supieron criarle bien.
- No me fastidies, claro que ha sido suerte, me moriría sin ti y sin...
- Todos estáis como una cabra.- Me interrumpió una voz familiar.
Marcos era el típico amigo que conoces desde hace mucho pero que nunca terminas de conocerlo de verdad. Odiaba o decía que odiaba a todos y que no quería muestras de cariño, felicitaciones en su cumpleaños o ningún gesto que los mortales hacíamos cuando eramos amigos pero que en el fondo se sentía solo como ninguno de nosotros jamás imaginó ni supo, con unos padres que poco se preocupaban por él y a quienes echaba la culpa por su mal rendimiento académico.
- Bienvenidos a bachillerato.- Se oyó desde la puerta.
Era nuestro nuevo tutor, yo lo conocía de haberlo visto por los pasillos, como a la mayoría de profesores. Era bajito, casi calvo y como descubrimos al minuto, también nuestro profesor de literatura universal.
La siguiente hora se reduce a la bienvenida de siempre, a la frase de ya no estáis en la Eso y al nuevo lema que nos perseguiría los dos años de Bachillerato "tenéis que pensar en la PAU".
- No está mal, no es la diversión en persona pero no está mal.- comenté nada más salir de su apasionante bienvenida.
- Hemos tenido de peores.- Recordó Andrés.
- Yo voy a tocarme lo que viene siendo el asunto todo el año.- dijo Marcos.
- Pues como todos los años, no entiendo para que te metes en bachiller.- respondí, recibiendo su espalda como respuesta.
Ese día recibimos el horario, el nombre de los profesores y conocimos a los nuevos compañeros, yo por suerte me encontré con dos amigas mías que hacía mucho que no veía, con las cuales había estudiado de pequeña y que sabía que eran buena gente. El resto se vería más adelante.
Y así se dio por acabado el primer día. Había sido igual que los primeros días en la ESO, solo que se respiraba un ambiente de mayor preocupación ya que los alumnos nos habíamos dado cuenta de que las cosas en bachillerato iban a una velocidad que daba miedo y ahí o te adaptas o suspendes. Como bien se vería en el futuro, la mitad se fue al aire.
Con todo, no estuvo mal y tampoco fue una fiesta, aun era demasiado pronto para saber si ese año iba a ser bueno o malo, pero la ilusión no había desaparecido del todo , lo que ya era una muy buena señal.
Al llegar a casa, mi preciosa madre ya me estaba esperando con una lista de preguntas sobre como me sentía, si necesitaba hablar o si ya me había fijado en un "chico guapo". Ella no se preocupaba en que me distrajera con novios, sabía que su hija era responsable y no dejaba que eso interfiriera en mis estudios. Yo le agradecía la confianza, pero eso no quería decir que fuera a contarle mis líos amorosos como si estuviéramos en Camp Rock y yo fuera Demi Lovato.
- Bueno, pero dime si conoces a algunos de tus compañeros.
- No mamá, aun es pronto. Parecen majos.- Eso último tampoco era del todo cierto, pero para que preocupar a la mujer.
- Ya, majos...
La dejé con su cara de intriga y me fui a mi cuarto. Por hoy ya estaba bien.
Decidí cenar esa noche en mi cuarto para evitar otro cuestionario de doña Elisa. No tenía sueño así que me puse a repasar la lista de profesores por si alguno me era familiar pero solo encontré dos. Uno era Silas, mi antiguo profesor de filosofía, un hombre joven, de unos 30 años, atractivo, asiático y un profesor inigualable. Me había enseñado a relajarme, a saber escoger buenas películas y la testarudez de Sócrates. Era una suerte volver a tenerlo y eso me provocó una inmensa tranquilidad. El otro tendría unos pocos años más que Silas y nunca había sido mi profesor, sabía que daba Música pero sólo lo había visto unas cuantas veces por el pasillo. Según se oía por las clases, tenía mucho carácter pero por suerte era un buen profesor. La cosa pintaba bien.