Me desperté ese día con una idea. Una idea que supuse que mi subconsciente tenía guardada desde hacía tiempo y que ahora era mi única y ultima opción. Iba a volver a intentarlo. Iba a volver a hablar con Alex porque sí; tenía razón y lo nuestro no tenía sentido ni mucho menos estaba bien, pero es que la mayoría de historias no lo tienen. Marc y Andrés han estado sufriendo años por algo que se podía haber resuelto simplemente hablando.
Me vestí rápidamente, apenas desayuné y le pedí a mi madre que me llevara mucho antes a clase. Ella me preguntó para que tanta prisa, y yo le dije que para ponerme cuanto antes al día de todo lo que había pasado.
Estaba emocionada, ansiosa y nerviosa. No sabía que me respondería pero sabía que al menos volvería a tener una conversación de esas con él y quien sabe volviéramos a besarnos. Quien sabe este era mi momento. Nuestro momento.
Me dirigí al departamento al que tantas veces fui, sin saber que sería la última y toqué la puerta. Nunca la dejaban cerrada y eso debió de haberme extrañado, pero estaba demasiado emocionada.
- Adelante.
Para cuando me di cuenta de que no era la voz de Alex ya había abierto la puerta. Delante de mi estaba un señor de mediana edad y bajito con un polo del mismo rosa que sus mofletes regordetes y una voz tremendamente aguda. Parecía salido de un dibujo animado.
- ¿Qué desea?
Yo estaba petrificada, no me esperaba que otra persona que no fuera él abriera esa puerta. Pero claro, ese departamento era de todos los profesores de historia.
- Hola, disculpe. Quería hablar con Alex.
- Oh ya, pues lo que tenga que decirle puede decírmelo a mí, soy su sustituto.
¿Sustique? ¿Esa bombona de butano rosa era el sustituto de quien?
- Señorita yo no tengo todo el tiempo del mundo ¿Qué quiere?
No podía articular palabra.
- ¿Dónde está Alex?
- Aunque dudo que sea de su incumbencia, él se ha pedido una baja para lo que queda de curso.
- ¿Una baja por enfermedad? ¿Qué le pasa?
- Sí que es usted curiosa. Es una baja de paternidad, al parecer su hijo tiene que nacer a finales de este mes. ¿Algo más?
Si me preguntáis que respondí no me acuerdo. Si me preguntáis que hice después no me acuerdo. Y si queréis saber que paso el resto del día no me acuerdo. Lo único que mi memoria aún recuerdo es el tremendo dolor que sentí al oír esas palabras. "Paternidad" y "hijo". Sentí como si los pilares en los que se asentaba todo lo que sentía por Alex se cayeran de golpe por la fuerza de un terremoto que se salía de cualquier escala. Eso fue. Un terremoto que destrozó cada uno de los recuerdos que un día tuve con él. Iba a ser padre. Iba a ser padre y me había besado. Iba a ser padre y me había engañado. Me había tomado por una completa imbécil durante los 9 meses de embarazo de su mujer, en los que nos conocimos y en los que yo me enamoré de él. Recordé sus bonitas palabras dándome la patada en el culo y me alegré de no tener que verle, porque hubiese ido con todo encima de él. Quería gritarle al mundo lo cabrón que era. Se había dejado llevar por su miembro y no fue capaz ni de respetar a un ser que se estaba gestando. Me daba rabia pero por mí misma. Él realmente no tenía porque habérmelo dicho nunca, pero yo debí de haberme dado cuenta, de haber parado esa tamaña estupidez en la que mi ingenuo corazón creía. " La futura madre de mis hijos" ¿Pero cómo se puede ser tan estúpida? Me lo dejó claro. Me lo dejó más que claro. Le había puesto en un pedestal tan alto que olvidé darme cuenta de que ese pedestal era de un fino cristal, que ahora se había roto. Y los trozos volaban por todas partes y él cada vez caía a más velocidad. Pero ahora ya había llegado al suelo y dejó tras de sí un enorme agujero. Me dolió, me dolió mucho. Pero sería la última vez que me dolería. De eso no tenía duda.