Es de noche, el cielo de Nueva York está nublado, puede que en un rato vuelva a llover. Un chico de la chaqueta negra y con la capucha puesta, camina con las manos en los bolsillos de su pantalón. Se detiene delante de una cafetería y mira su reflejo en el cristal. Su cabello rubio y rizado está despeinado como siempre. Sus ojos grises brillan de diversión y en sus labios rosados hay una sonrisa amistosa, como si no hubiera problemas. Él sonríe.
Sin embargo, es un problema lo que le hace feliz y parece divertido.
Su sonrisa se ensancha al recordar el gemido del hombre que acababa de torturar y había matado. Ese sonido era una melodía perfecta, nunca se cansaría de escucharla.
De alguna manera, para él el deseo de matar estaba en la cima, no importaba quién era, hombres, mujeres, adolescentes, niños…
Lo que más le gusta es que la víctima muera lentamente, porque si muere de inmediato no hay sensación que se pueda sentir, necesita ver como sufre. Le gusta torturar.
Devon Asher, es su nombre. Él es un psicópata que estudia psicología. Único y raro, ¿no?
Tararea mientras espera en la parada del autobús. Hoy hay más personas de lo habitual. Devon mira la gente con concentración. Parece que hoy no le basta con matar a uno solo.
Mira atentamente a su alrededor, hasta que su mirada encuentra a una mujer muy bonita. Devon sonríe dulcemente, pero hay una intención horrible que oculta detrás de esa sonrisa encantadora.
—Dile adiós a este mundo, preciosa —susurra.