Un año después, Dana ayudaba a su suegra a preparar la cena navideña. Se había casado con Felipe y ambos se habían mudado a la casa que Dana había rentado en esa misma calle. Así estaban cerca de su mamá y hermanos.
— ¿Cuándo vas a tomar tu incapacidad en el trabajo? — Le preguntó la señora mientras picaba unas manzanas.
Dana sonrió y frotó su vientre.
— Yo creo que me voy a esperar para tomarla justo una semana antes de la cesárea.
— Ya quiero que nazca mi sobrino. — Dijo Kayla mezclando la salsa de los espaguetis. — ¡Me muero por conocerlo!
Javier entró corriendo a la cocina.
— ¡Hey Dana! — Exclamó emocionado. — Ya llegaron tus papás. ¡Y traen un montón de regalos!
Apenas habló y volvió a salir corriendo de nuevo.
Dana sonrió y todas se levantaron para salir a recibir a los invitados.
— ¡Hola hija! — Dijo su madre abrazándola. — ¿Cómo va mi nieto?
— Se mueve mucho. — Dijo Dana sonriendo al tiempo que se frotaba el vientre. — Pareciera que se pone a bailar adentro.
Su papá también la abrazó y la besó
— Seguro será futbolista. — Dijo sonriendo con orgullo.
Felipe se acercó y estrechó sus manos.
— Bienvenidos. ¡Qué bueno que pudieron venir!
— Tenemos mucho tiempo que recuperar con nuestra hija. — Respondió sonriendo el señor, abrazando a la joven. — ¡Por supuesto que no íbamos a faltar!
Más tarde, durante la velada, Felipe se acercó a su esposa y la abrazó
— ¿Contenta?
— ¡Muy feliz! — Le respondió ella pasando sus brazos por el cuello de él. — Me devolviste la fe en la navidad, me ayudaste a recuperar a mis padres, te enamoraste de mí sin importarte mi cabello azul y ahora, vamos a tener un hijo ¿Qué más le puedo pedir a la vida?
Felipe sonrió y se inclinó a besarla.
— No se tú, pero yo no le puedo pedir nada. — Dijo besándola de nuevo – Contigo tuve mi mejor regalo.