Mi regalo navideño, tú

CAPITULO 5

—No te vayas a casa María, quédate con nosotras esta noche. —Pide mi amiga.

—Eva estoy bien no te preocupes, tengo que ir a casa. —Explico.

Ella sabe perfectamente que estoy rota en este momento.

—Adiós Maía, ¿ manana vas a menir ? —Pregunta Emma, cogiendo mi mano.

—Claro, tenemos que acabar de escribir la carta a Santa, recuerdas? —Le digo para que duerma tranquila.

—Siiiii —chilla, bailando dando vueltas.

Salgo del hogar de Eva caminando hacia mí apartamento, necesito que me dé el aire, mi cabeza está envuelta en mil nudos, ¿cómo voy a enfrentar ahora mi vida?, estoy embarazada de un hombre que no me quiere que se aleja para no estar cerca y ahora tendrá que estar atado a mi de por vida, obligado.

Esto es injusto para los dos, yo soy una joven que lucha por salir adelante día a día, ahora con un compañero de trabajo y «amigo» que será padre pero no sabe cómo mirarme a la cara ahora y que además es mi jefe.

Eva me ha prometido no comentar nada, cree que debo hablar con Eric, y que hablando vamos a encontrar una solución, sólo piensa que debemos poner las cartas sobre la mesa de una vez por todas.

¿Qué debo hacer? Si estuviera cerca, sería menos difícil, no puedo llamarlo y simplemente decir que estoy embarazada.

Tengo un temor que se que es irreal e infundado por su reacción, se que Eric es un buen hombre y se hará cargo de otra forma no me habría enamorado de él.

Los taxis pasan a toda prisa por las calles iluminadas, las canciones navideñas y las luces blancas, rojas y azules crean armonía. Busco mi móvil en el bolso para fotografíar el lindo paisaje que me acompaña en mi caminata.

No puede ser lo que me faltaba, no lo encuentro. He debido perderlo por el camino.

Un sentimiento horrible se ata a mi alma. Ya no puedo mantener la calma, tengo un nudo muy grande dentro de la garganta, solo deseo llegar a casa.

En el portal del apartamento está Jero, el viejo conserje que me saluda a la entrada y la salida cada día. Le sonrió dulcemente como cada vez que llego a casa.

—Que tal Señorita María. ¿Se encuentra bien? Está pálida. —Se interesa.

—Si, gracias por preocuparte. —agradezco subiendo al ascensor.

—Señorita perdón por que me entrometa pero, pase lo que pase, todo tiene una solución. Recuerde que una vez al año, todos los deseos se cumplen. ¡Feliz Navidad! —Me desea cuando se están cerrando las puertas.

—¡Feliz..! —No alcanzó a contestar porque estás se cierran.

Al llegar a casa en mi cama me derrumbo. No puedo hacer esto, no puedo traer un bebé al mundo en mi situación, no tengo a nadie, mis padres no me llaman si quiera. Como voy a cuidar a un bebé dependiendo de los demás, ¿Qué pasará si un día estoy enferma y no lo puedo cuidar?

No merece una criatura vivir lo que yo he vivido estando tan sola, «Dios mío ayúdame». —suplico en voz alta —«Y si no lo haces tú, perdóname por lo que voy hacer».

He pasado la noche llorando en mi cama, tanto he llorado que cuando despierto, veo unas grandes bolsas oscuras bajo mis ojos.

No puedo faltar a la tienda es veintidós de Diciembre y la gente está como loca con las compras navideñas.

Unto tres kilos de maquillaje sobre mi rostro cansado, lo soluciona y me dirijo a la perfumería.

Nada más entrar me encuentro a Eva, le ha tocado abrir hoy, desde que Eric se ha ido nos combinamos las dos, ya que somos las encargadas.

Me pregunta cómo estoy. A ella no la puedo engañar estoy destrozada, le explico en susurros al borde de las lágrimas,que no puedo tener a este bebé que es lo que más deseo en la vida.

No puedo ser así de egoísta.

—Chicas, una a cajas voy a tomar un descanso de cinco o diez minutos. —Ordena Eva a unas compañeras. —Sígueme.

—¿Qué estás diciendo María? —Cuestiona preocupada.

Sollozo en sus brazos nada más entrar en la sala de descanso. No puedo más con todo esto me siento abrumada por tener sentimientos encontrados, mi cabeza trabaja más rápido de lo que la tengo acostumbrada y con cada pensamiento se desgarra mi alma, no quiero que mi consciencia me llame «asesina», ni traer un bebé al mundo para que sufra, es una decisión complicada.

—María, nunca podré obligarte a hacer nada que no quieras, mucho menos a tener un bebé, pero piensa y siente dentro de ti lo que me hablas. —Suspira. —Creo que la soledad en tu vida te tiene traumada, tú no eres así. No puedes en tan pocos días tomar esa decisión, y mucho menos ocultárselo a Eric —Expresa triste bajando la mirada.

—Lo siento mucho, Eva, es una decisión que está tomada. —Contesto levantándome de la silla y limpiando mis lágrimas.

Estoy decidida mañana me toca trabajar todo el día, pero el veinticuatro que trabajo solo hasta mediodía iré a la clínica.

 

Eric.

—Ese reloj está bien para Papá, ¿compramos este? ¿O compramos un cerdo verde? —Pregunta mi hermana.

—Me gusta, cómpralo. —digo sacando la cartera.

—Eric me vas a contar ¿qué es lo que te pasa? Me gruñe mi hermana cruzándose de brazos.

—No me pasa nada, ¿por? —Pregunto con una sonrisa que no llega a mis ojos.

—Entonces, ¿te parece bien lo del cerdo verde? hermano, mañana es Nochebuena y no tenemos nada todavía para papá. —Ríe.

—Ana, ¿de qué hablas? —Cuestiono.

—Eric… habla. —Exige.

Le cuento a mi hermana todo lo que ha pasado con María en estos cuarenta días.

Se que soy tonto, que podía haber insistido para salir con ella. Pero el miedo a su rechazo me aterra.

Mi hermana me mira sin parpadear ni hablar por un momento.

—¿Me estás diciendo, que María nuestra Maria, te entrego su ser, la dejaste sola y a la semana te viniste a casa sin hablar con ella? —Pregunta intentando guardar la calma.

Entonces se levanta y empieza a golpearme con el bolso.

—¿Eres tonto o te lo haces? No puedo creer que seas mi hermano. Porque yo no soy papá, si no hasta ¡te desheredo! Pero si es que… —No acaba la frase y vuelve a golpear más fuerte. —¡Ahhh! —Grita. —Vamos a casa. —Tenemos que hablar seriamente.




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