Mi segundo nombre es desastre.

Capítulo 2: Nuestro secreto.

Mi llegada a la editorial no estaba repleta del entusiasmo que habitualmente me caracterizaba pues aunque esta vez sí me levante temprano y llegué a tiempo con mi auto reparado, el saber que tendría que ver al rubio presumido de Sebastian quitó cualquier ánimo que pudiera albergar sobre el asistir a trabajar.

Sé que están pensando que mi odio hacia Sebastian es inmaduro y yo también pienso eso hasta cierto punto, pero si tan solo él se hubiese disculpado por derramarme el café encima todo hubiese ido bien, pero no, el señor me creo dios además de no disculparse me dijo cosas bastante groseras y eso no es para nada agradable.

Y hablando de rubios desagradables no adivinaran a quien me encuentro esperando al ascensor: exacto, al rubio nefasto. Tras varios segundos de silencio el ascensor finalmente llega y entrando en él saludo a todos mis compañeros sonriendo sin siquiera molestarme en dirigirle la palabra a Sebastian.

Piso a piso el ascensor se va vaciando hasta que al final Sebastian y yo somos las únicas personas que quedamos dentro. De pronto Sebastian me mira y sonriendo dice:

—Andie, buenos días.

—No me llames Andie y quisiera decir lo mismo señor Ferrer pero entre mis atributos no está el de mentirosa —respondo a lo que el suelta una carcajada—. ¿Qué te parece tan gracioso?

—Que dijeras tú y atributos en una misma oración.

—Ni que fuera un adefesio —digo indignada.

—Si eso crees, no soy nadie para decirte lo contrario.

— ¿Realmente piensas que me vas a hacer sentir mal con tus palabras? —Pregunto borrando la sonrisa de su cara—, porque si es así tengo que decirte que estás perdiendo tu tiempo. Tengo cosas más relevantes que hacer que lidiar contigo.

—No planeo hacerte sentir mal, simplemente soy honesto. Créeme que si quisiera hacerte sentir mal podría lograrlo fácilmente.

—Y yo que pensaba que ya había conocido al hombre más imbécil del planeta —digo refiriéndome al último ex novio de mi mejor amiga —. Pero no, llegaste tú y ocupaste ese lugar sin duda alguna.

—Dijiste la palabra imbécil, jamás pensé que una niña buena como tu usara tal lenguaje soez.

Algo que deben saber sobre mí: puedo ser muy tierna y agradable, pero si alguien me hace enojar mi temperamento y vocabulario puede fácilmente competir con el de cualquier camionero.

Respirando hondo mientras cierro mis ojos, cuento hasta diez intentando calmarme y justo cuando termino de contar las puertas del ascensor se abren en nuestro piso por lo que salgo de él y me encamino rápidamente a mi oficina con la esperanza de tener que lidiar lo menos posible con ese despreciable ser, cosa que no es tan fácil de lograr pues tres de las cuatro paredes de mi oficina son de vidrio por lo que cada vez que volteo a mi derecha tengo un vistazo de Sebastian y su oficina.

Me concentro en el trabajo y tras pasar toda la mañana leyendo un manuscrito, a la hora del almuerzo decido salir a un restaurante junto a Karah y Faith, una muy buena amiga que trabaja en el área de romance de la editorial.

Mientras llego de almorzar noto que Sebastian no se encuentra en los alrededores por lo que con muy buen humor continuo mi trabajo. Me encuentro tan absorta en lo que estoy leyendo que no me doy cuenta de la hora y de pronto soy devuelta a la realidad por el sonido de mi teléfono.

 

—Andie ¿Estás ocupada? —pregunta la voz de mi hermana mayor Verónica.

—No, justo estoy por salir de la oficina —respondo mirando el reloj mientras recojo mis cosas.

—Necesito que por favor busques a Alejando e Isaac al colegio.

— ¿Y eso? —pregunto extrañada.

—Mamá y yo estamos a instantes de entrar a una reunión, Leonardo está ocupado con unos clientes y Gabriela está en medio de una cirugía —dice refiriéndose a su esposo y a nuestra otra hermana.

—Claro, y como nadie más puede me usas como tu última opción, eso duele hermana.

—No seas boba ¿vas a poder ir a buscarlos?

—No hay problema, ya voy para allá.

—Está bien, quédate con ellos hasta que te llame y por lo que más quieras no les des dulces.

—Claro, no te preocupes.

—Bueno, adiós.

 

Bajo hasta la recepción y después de despedirme de Vicente, el portero que me cae súper bien, voy a mi auto y comienzo a conducir hasta el colegio de mis sobrinos. Al llegar me bajo del auto y me acerco a la entrada a esperar, menos de 5 minutos después escucho el timbre de la salida sonar y como los niños comienzan a salir, a lo lejos veo como dos pequeños castaños comienzan a mirar alrededor y al posar sus ojos en mi sonríen y se acercan corriendo.

—Hola tía Andie —dice Alejandro mientras me abraza— ¿Y eso que tu viniste a buscarnos?

—Hola bebé —le digo dándole un beso en la mejilla, no me importa que él tenga 10 años e Isaac tenga 6, para mi ellos siempre van a ser mis bebés—. Pues tu madre y tu abuela están ocupadas al igual que tu padre y la tía Gabriela por lo que yo era la única disponible.




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