Khalanie
Enero 18, 2018. 1:15pm.
Actualidad
Comprobé por enésima vez el número de habitación en dónde se hospedaba mi hermana, introduje la llave que me había mandado por correo hace dos días atrás y entré sin llamar. Mi hermanita gemela saltó de su sofá y lanzó su pequeño vaso de cristal hacía mí. Si su puntería no fuese un asco, el vaso hubiese estrellado en mi cara. Por suerte, se estrelló a varios metros de mí.
Arqueé una ceja en su dirección cuando sus ojos esmeraldas brillaron con reconocimiento mientras trataba, con un esfuerzo malditamente evidente, calmar su respiración.
—Bueno, hola para ti también —saludé, colocando mi bolso en una silla que estaba a mi lado.
Alana me dio una sonrisa cegadora.
—La próxima vez trata, realmente, trata de no darme un maldito susto, hermanita —dijo, dejando caer un grueso fajo de hojas en la mesa pequeña y brillante que tenía al frente e instantáneamente ya me tenía entre sus brazos—. Te debo una. Estoy demasiado feliz de verte, Lanie.
El jodido estrés que había cargado por el tráfico de L.A se disipó instantáneamente cuando me adapté con su cuerpo. Mis ojos recorrieron su amplia sala de estar y su brillante comedor. Ya estaba entendiendo porque Alana estaba más que entusiasmada por su nuevo apartamento aunque ella odiase vivir en ellos.
La fortuna de mi hermana no conocía límites. Para tener apenas veintidós años era ridículamente rica y una de las actrices más solicitadas de Los Ángeles. Y... ella decidía vivir en un apartamento. Lindo.
—Me debes la vida, pero me alegra verte a ti también, Al —murmuré en su pelo—. Es increíble que aún vivas en un apartamento.
Alana me soltó y río mientras volvía a posar su trasero en el sofá de cuero negro y tomaba su paquete de hojas nuevamente. Me dispuse a observar su apartamento antes de sentarme a su lado. Tenía un enorme ventanal al frente dónde podía perderme, visualmente hablando, por horas y horas. Las colinas que tenía cómo vista emanaban una tranquilidad increíble.
—No he tenido tiempo de buscar una casa, Khalanie —contestó con toda la naturalidad posible.
Puse los ojos en blanco. Alana odiaba vivir en apartamentos. Me lo hizo saber infinitas cantidades de veces mientras vivía conmigo antes de lanzarse de cabeza al estrellato. Ahora, muy fácilmente la cuenta de ahorro de mi hermana le permitía gastarse una cantidad bochornosa de dinero en una casa en la urbanización más cara de Los Ángeles. Muy raro que no lo hubiese hecho ya.
—Es raro verlas a las dos —habló una voz, saliendo de la cocina.
Quité mi vista del asombroso ventanal y observé a Hannah, la fiel manager de mi hermana. Hannah llevaba un vestido el cual se veía dolorosamente ajustado pero se amoldaban en los lugares adecuados con unos tacones de muerte. Parecía que iba a salir de fiesta, pero de nuevo, esto era Los Ángeles y cuando trabajabas para alguien como mi hermana, tenías que vestir de una pieza.
Le sonreí.
—Hannah —saludé.
Hannah me dio una vista de arriba hacia abajo haciéndome sentir un poco cohibida. Ella suspiró.
—Si te arreglaras más, Khalanie, juraría que eres Alana. Es más, si quieres le digo a Rose...
Resoplé. Alana me dio una mirada divertida. Sabía por dónde iría ésta conversación. Siempre pasaba.
—Alto, Hannah —pedí, levantando mi mano derecha en una clara señal de tiempo fuera—. La famosa es mi hermana, no yo. Lo sabes.
Hannah hizo un puchero gracioso.
—Toda tu familia es reconocida mundialmente, Khalanie —replicó ella—, así que eso no es excusa. Tan sólo si dejaras que Rose arreglarte un poco...
—¡Hannah! —Gemí frustrada.
Hannah paró de hablar y apretó sus labios en señal de frustración absoluta.
Alana tiró el grueso fajo de papeles en su pequeña mesa brillante que tenía al frente y le sonrió a su manager.
—Muy bien, demasiado drama por hoy —rió mi hermana—. Hannah, ¿te importaría dejarnos solas un momento? Quisiera hablar en privado con mi hermana.
—Pero dijiste que me necesitabas para una...
—Y lo hago, pero eso podemos resolverlo más tarde —interrumpió Alana con una sonrisa tranquilizadora—. Ve, te espero aquí dentro de una hora.
Hannah hizo una mueca, pero asintió y dándome una última mirada, salió del apartamento, dejándonos solas.
Entrecerré los ojos hacía mi hermana.
—¿A qué se debe tanto misterio? —Inquirí, curiosa—. Rara vez me pides que venga a Los Ángeles de no ser algo importante, además, sonabas muy extraña la última vez que hablamos por teléfono.
Mi hermanita tenía la tendencia de llamarme cada fin de semana para ponernos la corriente de la vida. El hecho de que ella viviera en Los Ángeles, mientras que yo residía en Alabama nos sacaba bastantes temas de conversación. Incluso más de lo necesario.
Así que cuando me llamó el domingo pasado, ronca, casi que llorando para que tomara un vuelo lo más pronto posible a Los Ángeles, me entró el desespero dado a que ella nunca me suplicaba absolutamente nada.
Alana salió de su sofá sin decir una palabra y se fue a la cocina, trayendo consigo a dos personas a las cuales estaba más que feliz de ver.
—Princesa —cantaron ambos idiotas cuando me les fui encima.
—¿Saben que son tres malditos años sin verles la cara, jodidos imbéciles? —Musité cuando me rodearon en un abrazo—. Los odio.
Ambos rieron.
—También nos alegramos de verte, princesa —indicó Jules, soltándome por fin—. Además, tú fuiste quien quiso irse a Alabama —rodó sus ojos azules.
—Tiene un punto —secundó Ethan, quién no me había soltado y me estaba empezando a sofocar.
—Necesito aire —traté de decir en sus brazos.
Él rió y me soltó.
Jules e Ethan eran, aparte de Alana, mis hermanos mayores. Este par de individuos raramente salían del estudio de grabación y raramente salían sin su grupo, o sea, su banda. Sí, ellos conformaban una banda. Push, que era la banda pop/rock más joven y con más premios de los que me acordaba, además de mis preciados One Direction, estaban en la cima de las carteleras Billboards.
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Editado: 20.01.2024