En cuanto salí del apartamento de mi gemela, tomé mi Jeep y salí en dirección al aeropuerto increíblemente molesta. Mi necesitad de estar en Alabama, mi pequeño pueblo, y en mi casa me era más grande que estar en ciudades grandes. Era totalmente una chica de pueblo y no estaba más que feliz con eso.
Estaba alcanzando la salida del aeropuerto de L.A cuando recibí la llamada de papá.
—Papá —contesté, tratando de bajarle tres mil a mi estado de ánimo actual.
—Pequeña Lanie —su voz llenó el auto debido al manos libres.
Esbocé una sonrisa.
—¿Qué pasa, papá? —Pregunté, tomando un desvío a la casa de papá. Lo conocía tan bien...
—¿Vendrás a comer con éste viejo anciano?
Sonreí. Es que si no te conociera...
—Tendrás que darme media hora, papá —respondí, riendo.
—Las que quieras, Lanie —dijo y colgó.
Suspiré y subí de velocidad. Papá era demasiado impaciente cómo para poder esperarme la media hora completa.
❄ ❄ ❄
1:46PM
—¡Estás más grande, hija! —Exclamó papá en cuanto entré a la casa.
Reí.
—Y tú puede que más viejo —respondí con cariño.
Mi papá sonrió y me llevó a sus brazos, dándome un fuerte apretón.
—Papá, me asfixias —traté de decir en medio de su abrazo de oso. Él me soltó—. Bueno, para ser tan viejo, aun aprietas.
Papá, o como todos los conocían, Tobías Carter Hoyers era un retirado de la industria musical y teatral hace cinco años, y ahora dueño de su propio bufete de abogados más exitoso de todo L.A. A sus 56 años aún tenía la astucia y la habilidad para convencerte de hacer todo lo que él quisiera y estaba malditamente en forma, tanto así que no aparentaba estar en sus 56.
Medía 1.85, tez pálida igual que la de Jules e Ethan, ojos color miel y una sonrisa que te arrebataba el aire. Amaba a mi papá tanto cómo amaba a mis hermanos. Eran mi familia y, a pesar de que le faltaba un integrante, era perfecta.
A sus 56 años, papá había hecho bastante con su vida y eso me encantaba. A pesar de que lo pasó bastante mal cuando se divorció de mamá y que ella, luego de una semana de divorciada, muriera, lo estaba sobrellevando. Daba gracias a todo lo sagrado de que lo estuviese haciendo.
—Tan idéntica a tu madre —dijo, mientras me acariciaba suavemente mi cara.
Sonreí tristemente.
Habían pasado cerca de tres años desde la muerte de mi mamá, y, maldita sea, la extrañaba demasiado. Sus consejos, sus comidas, su risa, sus ánimos. Extrañaba a mi madre.
Entre Alana, mamá y yo, parecíamos trillizas. Alana y yo habíamos sacado absolutamente todo de mamá. Los ojos, el color de cabello, la forma un poco ovalada de la cara, los gestos, las pequeñas pecas en todo el cuerpo... Todo. Las tres parecíamos hermanas.
Cuándo perdí a mamá, una parte de mí se fue con ella. En esas, mi vocación por la música o por cualquier cosa artística, dado a que eso fue una de las cosas que me la arrebato. Estar metida de pies a cabezas en la industria musical trae sus consecuencias y a mamá, los 40 años de carrera no le pasaron en vano.
"Oh, Lanie, no llores pequeña —murmuró papá, encerrándome en sus brazos de nuevo.
Sollocé en su hombro hasta quedarme sin lágrimas. Si mi mamá fue mi refugio, mi papá era mi roca. Contaba con él para todo y él me apoyaba en todo. Éramos un equipo.
—La extraño —susurré en su pecho.
—Yo también, pequeña. Todos los días —contestó—. Pero el que ella no esté no significa que pares tu vida, Khalanie.
Salí de sus brazos, y lo miré con el ceño fruncido mientras trataba de secar mis lágrimas.
—¿De qué hablas, papá? —Inquirí—. Mi vida está bien. Estoy haciendo todo lo que quiero, no te entiendo.
Mi papá ladeó su cabeza, tomó mi mano y me guió hasta la sala de estar en dónde aún estaba colocado el piano de cola blanco de mamá. Me sentó en el banquillo. Lo miré reacia.
—Toca —pidió.
—Papá...
—Khalanie, toca —pidió nuevamente.
Suspirando, toqué una tecla del piano y lo volví a mirar.
—Listo —dije.
Me dio una mirada carente de emociones.
—Khalanie, por favor —prácticamente rogó.
Alcé mi cabeza al techo, intentando que Dios dijera que ya era mi tiempo para irme de ésta tierra.
—Papá, por favor, no me hagas...
—Hija, sólo hazlo —interrumpió.
Lo miré. Papá me estaba rogando. No podía decirle que no cuando me aplicaba todo el poder de sus ojos color miel y él lo sabía. Demonios.
Bajé mi vista al teclado y me concentré en la siguiente canción que tocaría. Sin pensarlo mucho, mis manos empezaron a moverse por las teclas del piano de mamá, llenando la casa de mi papá con una dulce melodía y sin poder creerlo, empecé a cantar con mis ojos cerrados.
What would I do without your smart mouth
Drawing me in, and you kicking me out
Got my head spinning, no kidding, I can't pin you down
What's going on in that beautiful mind?
I'm on your magical mystery ride
And I'm so dizzy, don't know what hit me, but I'll be alright
My head's under water
But I'm breathing fine
You're crazy and I'm out of my mind
'Cause all of me
Loves all of you
Love your curves and all your edges
All your perfect imperfections
Give your all to me
I'll give me all to me
You're my end and my beginning
Even when I lose I'm winning
'Cause I give you all of me
And you give me all of you
En cuanto toqué las últimas notas de la canción, abrí mis ojos, me quedé muy quieta y respiré profundo. Tocar me hacía sentir en casa, me hacía sentir completa y, lo más importante, me hacía sentir cerca de mamá nuevamente.
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Editado: 20.01.2024