Mi versión de nuestra historia

Capítulo 2: Capricho adolescente

Creí que lo dejarías pasar. 

Que ambos lo dejaríamos pasar. 

Pero no fue así. 

Tú empezaste a sonreírme entre clases. Cuando nos topábamos en los pasillos, o cuando nuestras miradas lo hacían. Me sonreías ampliamente y alzabas un poco tu rostro a forma de saludo.

No te diré que mis piernas temblaban cada que lo hacías, o que mi corazón se aceleraba demasiado. Ni siquiera que me ponía tan nerviosa que no importaba cuantas veces lo hicieras en el mismo día, yo no sabía como reaccionar. 

No. 

Porque tu ya lo sabes. 

—Actúas raro— me susurró Fede después de que hicieras aquello como por décima vez en aquel día. 

—No sé como responder a su gesto— le expliqué. 

Ella pasó una mano por su corta melena verde y te miró de la manera más discreta en que pudo mientras lo hacía. 

—Solo imítalo— dijo —Pero intenta mover tu cabello cuando lo hagas—

—¿Por qué lo haría?—

—Por qué les gusta— 

—¿A quienes?—

—¿Eres tonta?— no pude evitar reír ante aquella pregunta —A los hombres les encanta cuando una chica es prácticamente una barbie—

—No recuerdo las películas— Fede me miró bastante seria cuando le mencioné aquello —Bueno, las vi hace tiempo, ¿Tendré que volver a hacerlo?—

—Jesús…— exclamó y pude ver que estaba horrorizada —Las mañanas para ti seguramente son un reto, ¿Cierto?—

No le contesté. 

Algo que aprendí después, es que las personas torpes o inocentes, son aquellas que tienen menos experiencias. 

Lo explicaré. 

En ese momento de mi vida, yo era bastante inocente —por no decir torpe—, sobre todo con lo referente a los chicos. En cambio Fede tenía un conocimiento más amplio en el tema. No era que una de las dos estuviera mal, solo era la forma en la que las cosas se habían dado para ambas.

Las experiencias forjan el carácter y es por eso que con el paso del tiempo, vamos viendo las cosas desde otras perspectivas. Claro, que en ese momento yo no tenía ni idea de ello. Por lo que atribuía todo a que quizá era bastante torpe. 

Pronto me vi evitando tu mirada. Escabulléndome entre los pasillos para no verte y fingiendo que no te veía cuando nuestras miradas se cruzaban. 

Lo atribuyo a mi sexto sentido, ¿Sabes? 

Ese que dicen que solo las mujeres poseen; es como si este me hubiese dicho ¡Corre! o ¡Huye! porque de cierta manera intuía que aquello no terminaría bien. 

Así que me obligaba a tranquilizar a mi corazón. 

Una pequeña voz en mí me incitaba a saludarte, con una sonrisa coqueta e iniciar una conversación en la cual fingiera risitas y agitara mucho mi cabello. Pero la otra, —que era mucho más grande— insistía en que lo mejor que podía hacer era alejarme. Después de todo, era solo un capricho adolescente. 

O yo lo quería caracterizar como ello. 

Tendría sentido. No te conocía y realmente me sentía atraída por tu físico. 

Hasta ese día. 

¿Lo recuerdas?

De no ser así, refrescaré un poco tu memoria.

Había un chico llamado Izan, al cual lo molestaban desde secundaria. Yo no me juntaba con él, ya que siempre que intentaba buscarlo, él simplemente desaparecía. Pero ese no es el punto.

Un día estos chicos lo estaban golpeando. 

Literalmente. 

Enfrente de los casilleros cercanos al laboratorio de química. Nadie les pedía que pararan. Y no es como que no hubiese personas cerca, ya que había un tumulto formado alrededor de ellos. Pero todos estaban bastante concentrados en grabar o hacer apoyo con efectos especiales —es decir, gritar e incitar a que aquello continuara— por lo que decidí intervenir. 

—¡Ya basta, Sean!— grité apenas me interpuse entre aquel rubio e Izan. 

El rio. A carcajadas. 

Al igual que lo hicieron Nicolás y Sabino. 

—¡Muévete Caldeira!— me gritó Sabino. 

—¡No!— sentencié. Algunos de los chicos que estaban presentes empezaron a abuchearme y lanzarme bolas de papel, borradores e incluso comida. —No me moveré. Ya basta—

—Ya basta Caldeira— 

—¿Estás bien?— le pregunté a Izan mientras le ayudaba a ponerse de pie. Pero no terminé de hacerlo. 

Nicolás me alzó y literalmente me sacó de en medio. 

Pero no fue delicado, no. Aquellos muchachos no conocían que era el respeto. Por lo que literalmente me tiró a unos centímetros del suelo. Recuerdo que me dolió. No mucho, pero lo hizo. Me quedé unos segundos plantada ahí mientras el dolor se extendía de lo más bajo de mi espalda al resto de mi cuerpo. Varias libretas y otras cosas salieron del interior de mi mochila y él no hizo más que patearlas. 

—¡Eres un bruto!— 

—Si, ya, ya— Nicolás había hecho un gesto con la mano restándole importancia a aquello. 

Iba a ponerme de pie, aún no tenía claro lo que haría. Quizás accionaría la alarma de incendios o correría por un profesor. Pero estaba segura de que nadie detendría aquello. 

Hasta que llegaste. 

—Chicos, ya basta— dijiste poniendo una de tus manos sobre el hombro de Sabino. —Déjenlo en paz—

—¿O que harás?— te preguntó Nicolás,

—¿De verdad?— preguntaste incrédulo, —Esto es ridículo—

—¿Me estas diciendo ridículo?—

—Acabas de agredir a una mujer…—

—No la golpeé, idiota—

—No estoy diciendo que lo hayas hecho, pero si la agrediste— insististe —Déjenlo irse—

—¿O que?—

—Esto es una estupidez— sentenciaste —¡Todos váyanse de aquí! ¡No hay nada que ver!—

—No seas cobarde Jonás—

—No voy a pelear— te alzaste de hombros al decir aquello —Mejor váyanse—

Izan te hizo caso de inmediato y salió corriendo de aquel lugar. 

—¿Lo ves?— Sabino reía con ironía —Hasta tu novia te abandona—

—Les dije que no iba a pelear— te limitaste a decir mientras caminabas apartándote de ellos. 

Pensé que te irías, así que me dispuse a recoger mis cosas. 




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