Jonás, no sé ni como contarte todo por lo que pasé en ese tiempo. Siento que si me suelto simplemente serán palabras y acciones demasiado atropelladas que no tendrán orden y carecerán de sentido. Es por eso que mientras te cuento me obligo a respirar.
Una y otra vez. Inhalando y exhalando lo más lento que me es posible.
¿Recuerdas que lo hacíamos en clase?
En redacción, con esa maestra a la que hacíamos llorar en general debido a que el grupo no se comportaba. Recuerdo que cuando empezaba a hartarse golpeaba el pizarrón con el borrador y pedía silencio, cuando—por milagroso que suene— ocurría, nos pedía:
—Quiero que se relajen— extendía mucho sus manos y hacía ademanes al mismo tiempo que abría de par en par sus ojos, —Lo necesito y ustedes también, quiero que inhalen y exhalen ¡Lentamente!—
Todos lo hacían a la par con ella, pero a mí me parecía extraño.
Me causaba un gran conflicto el pensar en que si respiraba aunque fuese un poco más lento estaría inhalando el dióxido de carbono de alguien más, entonces en mi cuerpo entraría eso y...
Tú lo tomabas como un juego.
Inflabas mucho tus pulmones y aguantabas la respiración.
¿Recuerdas cuál era tu marca?
Esa vez que resististe un minuto y estabas rojo cuál tomate mientras la maestra te suplicaba que respiraras mientras ella lloraba.
Y yo solo pensaba en que estaba respirando los gérmenes de al rededor de treinta y tantas personas.
La clase de redacción para mí era un martirio. Y uno grande. No me era fácil el expresarme o darme a entender. Mucho menos describir situaciones o sentimientos.
Recuerdo que me quedaba aterrada mirando al papel blanco que tenía al frente. Si te soy honesta, aquello carecía de sentido para mí. No encontraba la lógica de tener una clase en la cual se nos obligara a redactar historias, no le veía utilidad. Yo quería aprender a escribir contratos, llenar pagarés y demás. No historias.
Y es que, creía que no tenía nada interesante que contar.
En cambio tú parecía que competías a quien puede escribir más palabras por minuto.
—Le saldrá humo a la hoja— bromeé.
—Si no ocurre me sentiré decepcionado— sonreíste al decir aquello y por fin soltaste tu pluma, —¿Cómo vas tú?—
—Llevo dos palabras— contesté, ibas a reír hasta que te diste cuenta de que no bromeaba,
—¿De verdad?—
—¿Cuándo se entrega?—
—Hoy— golpeé mi frente con mi palma cuando me dijiste aquello. Tú empezaste a tomar tus hojas y a acomodarlas, —Entrega esto—
—¿Qué?—
—Estaba escribiendo algo por mi cuenta— señalaste, —Tengo mi trabajo en la mochila, así que puedes entregar este—
—¿Escribes por tu cuenta?— sonreíste cuando te pregunté aquello y asentiste efusivamente, —¿Por qué no me lo habías contado?—
—Bueno, sé que a las mujeres les gusta el misterio y si anduviera por ahí contándote todo ¿Cómo llamaría tu atención?—
Me sonrojé demasiado.
Pero tú también lo hiciste.
Jonás, aunque tu tono de voz fuera demasiado sereno y seguro, tu rostro te traicionaba y te sonrojabas demasiado, tanto o más que yo.
—No puedo entregar tu trabajo— luciste decepcionado al escuchar eso, —No sería justo—
—¿Y si lo tomas como un regalo?— reí un poco, pero pudiste darte cuenta de que no cedería, —¿Qué te parece si te acompaño con la maestra y ambos le pedimos que te dé más tiempo?—
—¿De verdad harías eso por mí?— asentiste sin dudarlo,
—¿Vamos?— asentí y me puse de pie, tú me imitaste y ambos nos dirigimos a donde la maestra.
¿Te soy honesta?
Es muy extraño que olvide nombres, sobre todo de maestros. Puedes preguntarme los nombres de las maestras que me dieron en jardín de niños y aún los recordaré, soy capaz de nombrar cada uno de ellos y es que, tenía la firme creencia de que ellos eran capaces de marcar la vida de cualquier alumno e inspirarlo a mejorar.
La maestra Ariadna marcó mi vida más adelante. ¿Recuerdas cuándo me defendió de la maestra Lidia mientras que yo lloraba en su oficina?
¿No?
Bueno, tarde o temprano llegaré a ese momento.
Pero aún no.
—¿Maestra?— la llamé con mi voz temblorosa.
Ella alzó su mirada de los papeles que revisaba en su escritorio y me sonrió amablemente mientras acomodaba sus gafas.
—Quería preguntarle sí...— colocaste tu mano sobre mi hombro en ese instante, asumo que para darme ánimos, pero mi mente solo se desconectó y dejé de procesar que era lo que estaba diciendo.
Entonces empecé a tartamudear y tú saliste a mi rescate.
—Queremos saber si nos es posible entregarle el trabajo mañana—
Frunció su entrecejo y negó ligeramente con su cabeza antes de agregar:
—Creí que ya habrías terminado—
—Lo que pasa es que quería afinar detalles e Inés quiere desarrollar más su historia—
No te creyó.
Hizo una mueca y restregó un poco su rostro.
—Jonás, eres mi mejor alumno y creo que has podido con trabajos más elaborados en cuestión de menos tiempo—
—Por favor—
—Jonás, creo que no ordenaste esta vez tus prioridades...—
—Por favor, maestra—
—Debiste de haber medido tus tiempos y...—
—¡Dejaré de respirar de nuevo!—
—¡Bien!— accedió, —Solo no vuelvas a hacer eso.
Sonreíste triunfante.
Y así aquel día ambos quedamos en la biblioteca.
Una vez estando ahí, en lo único que podía pensar era en que no lucías como un chico que fuera demasiado expresivo.
—¿Cuándo aprendiste a escribir?— lo sé, mi pregunta fue bastante tonta.
—En jardín de niños como la mayoría— bromeaste sin apartar tu mirada de lo que escribías. Reíste un poco y después me miraste antes de agregar: —Lo he hecho desde secundaria—
—¿Te gusta?—
—Me entretiene—
—¿O sea que no te gusta?—
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Editado: 16.12.2021