Mi víctima

Capitulo 8

El comisario Burj miró una vez más los papeles; su mente se perdió en el sin fin de palabras impresas en aquellas hojas blancas. Su cerebro trabajaba a mil por segundo. Perseguir al Burlador de Nueva York no era tarea fácil, sobretodo porque ese jodido criminal era bueno en lo que hacía.

Usaba guantes, no dejaba huellas. Limpiaba con cloro y sal los cuerpos, no dejaba rastro alguno de sangre. Pero lo más perturbador era la forma en la que aparecían los cadáveres: siempre con los labios y los ojos cosidos, con las caras maquilladas como mimos y ropa medieval. Era extraño.

Era su sello.

Era un hijo de perra ¿Cómo era capaz de hacer desaparecer personas inocentes por más de dos semanas, para luego abandonarlas en alguna carretera?

Los cuerpos siempre aparecían sentados a una silla, con peinados extravagantes y expresiones tristes. Pero siempre mujeres. Siempre vestidos. Siempre estilos femeninos. Pero lo más importante y extraño: siempre enfermas mentales.

Después de los veinte homicidios Burj pudo darse cuenta de la preferencia del criminal, las mujeres que poseían algún tipo de trastorno mental, a veces reversible, a veces incurable.

—¡Hijo de puta! —gritó y arrojó los papeles de su escritorio al suelo.

Se estaba volviendo loco. Su mente le estaba consumiendo el juicio.

Respiró agitadamente y luego se calmó, si perdía la cabeza haría un mal movimiento y las pocas pistas que tenía no le servirían de nada. Recogió los papeles y los dejó sobre su escritorio en una pila mal acomodada, luego se sentó y revisó la hora en su teléfono.

¡Once de la noche! ¿Cuánto tiempo había estado en la estación?

Revisó el reporte toxicológico de Sandy Harmore nuevamente: nada, no consumía drogas. Más no le sorprendió que el Burlador la hubiese elegido, pues Sandy sufría depresión severa y un trastorno bipolar. Lo que no supo fue como el jodido criminal había podido saber aquello en tan solo dos semanas de haberla conocido —o secuestrado—. A menos que...

—¿Ese idiota tiene acceso a registros médicos? —dijo en voz alta.

Bien, aquello era algo. Debía investigar entre médicos y personas del hospital, gente que tuviera acceso a registros de enfermos mentales. Porque a menos que fuese un hacker el asesino seleccionó a las mujeres de aquella forma, haciéndose con la información de algún centro psiquiátrico. Vaya a saber de cual.

La puerta se abrió, y Dimitri, su ayudante, apareció tras ella. Buen pudo sentir una especie de relajación mental al verlo.

—Señor, creo que debería ir a casa —dijo Dimitri con voz tranquila—. Está muy cansado, y sin su máximo potencial no podrá ayudar mucho.

Tenía razón.

—Es cierto —Vladick Burj se levantó de su silla—. Iré a casa a dormir y mañana volveré con mi cerebro encendido.

Guardó algunas carpetas grises en su morral negro y salió de la estación, subió a su Porsche y no dudó en acelerar. Quizá podría ir a un bar y despejarse sus penas personales, pero mientras él no tuviera todas sus luces encendidas el Burlador seguiría suelto, y las personas —las enfermas mentales— seguirían corriendo peligro.

¿Por qué? ¿Por qué hacerle eso a jóvenes tan vulnerables? ¿Era aquello lo que le gustaba al criminal? ¿La vulnerabilidad de sus víctimas? ¿Saber que sus mentes eran tan débiles que no serían capaces de defenderse de él? Vaya a saber.

—Te voy a atrapar, aunque sea lo último que haga —susurró y apretó con fuerza el volante.

Dió un volantazo al ver que casi atropellaba a un venado. Una vez estuvo de nuevo en la calle respiró profundamente, inhalando un olor agridulce, como a sudor. Acercó su cabeza al comienzo de sus brazos y supo que era él ¿Hacía cuánto no se daba una buena ducha? ¿Una semana? ¿Tal vez más? Ya no lo sabía.

Burj sentía la furia arder dentro suyo; a pesar de ser de sangre fría y mente calma darse cuenta que una sola persona era capaz de vulnerar la fuerza policial lo hizo cegarse de ira. Seguía sin entender por qué hacía aquello, por qué atacar personas inocentes, personas que seguramente no tenían nada que ver con él. Porque sería demasiado extraño que veinticuatro personas, todas con algún trastorno mental, estuvieran vinculadas con un mismo hombre ¿O no?

El Burlador sería demasiado listo como para asociarse con una personas vinculadas directamente con él. Se mantendría anónimo, totalmente alejado del radar policial...

—Podría ser un doctor —se dijo, mas no se creyó.

¿Por qué un doctor, cuyo trabajo era salvar vidas, iba a ser capaz de arrebatarle todo a unas indefensas personas? Aunque si no era doctor ¿Quién más tendría acceso a los registros médicos?

Dejó de pensar en el caso, no sin antes recordar una última vez cómo era la primera escena del crimen: en medio del campo una silla azul, en ella una mujer que parecía victoriana atada con alambres y cadenas, éstas adornadas con lazos rojos y dorados. Burj no olvidaría jamás aquellos ojos, orbes verdes que se perdían en la nada, labios carnosos pintados de rojo y cabello dorado pegado a su cuero cabelludo.




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