Mi vida intentando ser social

CAPÍTULO III El refugio en grado octavo

Creí que iba a llorar durante todas las vacaciones de final de año y el próximo año cuando no estuviera Cristian, pero eso no pasó. Lo que sí ocurrió fue que Daniela y Adriana perdieron el año, ya que no tuvieron voluntad para seguir, prácticamente tenían muchas materias por recuperar y se rindieron. Me sentí muy triste, ya no viviría las locas aventuras de antes, así que mi corazón estaba roto literalmente.

Al ser un nuevo año tenía entonces nuevamente la ilusión de encontrar amigos nuevos, y sí que llegó uno inesperado, pero cada día me generaba más y más dolores de cabeza. Él era Walter Alexander, un chico muy genial que hacía reír con sus bobadas graciosas y estúpidas. Además, era muy inteligente, entendía mis pensamientos filosóficos, nadie más lo hacía y me daba los mejores consejos posibles para cada situación. Le encantaba el rock, pues su pinta oscura y su cabello largo lo delataba. Mi padre un día lo confundió con una chica, —¡qué risa me dio esa vez! —Él y otro chico entraron a mi curso 1102 como repitentes, ellos eran muy pilos, pero no hacían tareas; por algo de que «la disciplina, tarde o temprano, vencerá la inteligencia» es cierto.

La amistad con este chico fue muy especial; sin embargo, por ayudarlo no había podido presentar mis tareas a tiempo, porque cuando le prestaba el cuaderno, él no asistía cuando tocaba entregar las tareas. Me ponía enojada y triste, un buen amigo no debería fallar, pero lo hacía y eso me descorazonaba. Cuando estaba con él no me sentía sola, y cuando no estaba padecía de una terrible soledad. Mis amigas no estaban y las otras de 1101 se iban a otros grupos, ya que precisamente eran de otro curso y no la pasaba mucho tiempo con ellas.

Temí volverme antisocial, no estaba en contra de todos, pero me molestaba que nadie estuviera conmigo para acompañarme. No hablaba, me tenían desconfianza y mi amigo casi nunca iba al colegio. Prácticamente me sentía apartada de todos y eso nunca fue agradable. Afortunadamente, en los descansos tenía una amiga de octavo grado que vivía obsesionada de un chico y cada cosa que él hacía con ella, me lo contaba a mí; a veces me aburría, pero me sentía feliz de que ella confiara en mí y no se sintiera sola como yo durante ese tiempo.

Ella se llamaba Carol, una chica agradable y social con quienquiera que le hable. Sin embargo, un chico le hacía trastornar sus pensamientos y era por él que no andaba con nadie en los descansos. Tenía atributos físicos parecidos a los míos como por ejemplo los ojos verdes, el cabello claro y la piel blanca. Algunos seguirían creyendo que éramos hermanas o primas, no obstante, sólo éramos únicamente amigas.

Lo bueno de tener una amiga es que uno puede contarle secretos y no sentirse sola. A ella le contaba quien me gustaba y cosas así, igualmente le daba consejos para que no pensara tanto en ese chico que la tenía loca. Sin embargo, andar con ella no era totalmente bueno. No podía andar todo el tiempo con alguien de otro curso, tenía que estar con el mío, o por lo menos en el mismo grado. Era cierto que intentaba recuperar momentos pasados de grados anteriores, pero tenía un presente, una realidad que, aunque no me gustaba tenía que aceptarla.



#11740 en Joven Adulto

En el texto hay: jovenes, colegio, sociabilidad

Editado: 14.04.2019

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