¿Qué dijo?
Había escuchado bien o... ¿Acaso este chico había dicho que yo le pertenecía?
—¿Disculpa? —Me indigné, denotando incredulidad en mi tono de voz y expresión—. Que mi nombre sea Mia no significa que le vaya perteneciendo a cada hombre que lo pronuncie, ¿eh? Y tú no serás la excepción —aclaré con seriedad.
Solo que mi subconsciente conocía la verdad.
Ya quisiera ser suya.
Él me miró un poco confundido al igual que yo a él, ¿qué estaba sucediendo?
Di un paso hacia adelante con la vista fija en él. Moví la cabeza hacia un lado y levanté ambas cejas al vislumbrar como una sonrisa burlesca se asomaba en su rostro.
—Toda tu vida me has pertenecido a mí, Mia —aclaró usando una voz que solo me hacía querer postrarme a sus pies, humedeció sus labios rosados y tuve que resistirme las ganas repentinas de besarlo.
Demonios. ¿Qué me pasaba?
—Eres preciosa —su repentino halago me tomó desprevenida, alcé la mirada hacia él y, al notar como levantaba su mano con la intención de tocarme el rostro, retrocedí.
—¿Qué haces, loco extraño? —solté sin preámbulos.
—Solo admiro la belleza de mi reina —contestó simple, y parecía sincero.
—Lo lamento, pero creo que te has confundido —empecé a decirle retrocediendo varios pasos más, los pasos que él acortaba inmediatamente—. Solo quiero irme.
—Ya te dije que eso no será posible, reina —dijo mostrándose sereno—. Desde hoy vivirás siempre conmigo —añadió con nota exigente.
—¿Te has fumado algo antes de venir aquí o qué? —no pude evitar preguntar, él soltó una carcajada. Debo admitir que su risa me había sonado hermosa, por primera vez podía decir que había sentido algo raro en el estómago. Algo se removió en mi interior al verlo reírse, y sin querer, sin poder retenerlo, me reí.
No podían culparme, las risas son contagiosas.
Solo fue por un momento leve, se me había escapado.
—Retiro lo dicho porque ya puedo afirmar que si —le dije aparentando seriedad. Me crucé de brazos y lo observé endureciendo el gesto, con cierto desafío chispeando en mis ojos.
—Si fumara lo que tú has afirmado que sí, no me afectaría para nada —me informó—. Déjame decirte que en estos momentos me encuentro con todos mis sentidos activos, no estoy loco ni tampoco me he fumado nada, así que espero que me creas cuando te digo que eres hermosa.
Sus palabras hicieron que mi semblante serio decayera. ¿Qué se supone que debía decirle? Pude notar el calor apoderándose de mis mejillas, lo que dijo había aumentado el latir de mi corazón súbitamente mientras que en mi cara se mostraba un gesto tímido y confundido.
¿Hoy era el día de dejar a Rouse en una extrema confusión o qué?
Durante toda la mañana me había encontrado con cosas que todavía no lograba entender, y mucho menos ponerle lógica.
—No es que tenga baja autoestima para negar mi... belleza —pronuncié esa última palabra con lentitud—. Así que, gracias—me reí sin poder creer que le estaba agradeciendo mientras negaba con la cabeza—. Volviendo a lo otro... No tengo dinero para pagar los daños y tampoco quiero ir a la cárcel así que por favor —supliqué, juntando las palmas de mis manos delante de mi pecho—. Déjame ir antes de que llegue el malhumorado.
—Olvídate de lo sucedido —dijo al instante—, no hay nada que pagar, y tampoco vas a ir a la cárcel por haber roto algo insignificante... Pero ¿has dicho malhumorado?
—Pero me dijeron que era importante para alguien, y sí —le afirmé—malhumorado, alguien dijo que el dueño era, pues eso. Y también, la misma persona me dijo que tenía que irme porque podría hacerme algo, no quiero imaginar qué, pero...— me quedé callada cuando él presionó su dedo índice contra mis labios, callándome. Siseó y en ese momento noté que nos encontrábamos demasiado cerca. No me había dado cuenta, por tratar de explicarle, que él había disminuido la distancia entre nosotros.
—Lo único que él quiere hacerte en estos momentos es besarte —pronunció en un tono bajo y una voz ronca, luego observé como se remojaba los labios con la lengua, dándole un color más vivo y... apetecible. Parpadeé varias veces porque me había quedado sin palabras y sin aliento por culpa de ese gesto tan malditamente sexy—. Él quiere sentir tus suaves labios contra los suyos por primera vez—deslizó el dedo que presionaba mis labios hacia un lado, sujetando con delicadeza el lado izquierdo de mi rostro y dejando su pulgar rozar mi labio inferior.
De un momento a otro sentí los labios muy secos, tenía la intención de remojármelos pero me contuve. Mis ojos azules se encontraron con su iris marrones claros, tan claro como la miel.
—Tú eres mucho más importante que un antiguo jarrón sin vida —me aclaró, dirigiendo su pulgar hacia mi pómulo izquierdo en una suave caricia. Se sentían condenadamente bien sus dedos contra la piel de mi cara. Solo por ese motivo no me había apartado desde el inicio.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —cuestioné sin darme cuenta de nada, sus ojos me tenían hipnotizados, su mirada salvaje producían pequeños espasmos en mi cuerpo manteniéndome muy desconcentrada.
—Porque soy yo.
—¿Qué?—dije con el entrecejo fruncido, la mirada de suficiencia y la sonrisa que surcaron su rostro me hizo entender su afirmación— ¡Qué! —pronuncié al salir de mi ensoñación, entendiéndolo todo.
—Ese chico malhumorado del cual te hablaron soy yo —me confirmó. Toda la tranquilidad se había evaporado del ambiente para dejar en su lugar a un corazón demasiado acelerado, o sea, el mío.
Me aparté de él, poniendo una distancia prudente entre nosotros a la vez que observaba el entorno. Los guardias se habían vuelto a posicionar en sus lugares y a lo lejos, en la entrada de la casa, pude apreciar a mi amiga hablando con Edward. Y no tan lejos de ellos a Hazal y a su ¿novio?
El portón negro se encontraba totalmente cerrado, era demasiado alto como para poder treparlo y en su cima se podía vislumbrar algo filoso, los muros a sus costados tenían la misma altura. No tenía escapatoria, aunque ¿A dónde iría si lograba salir de allí?
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Editado: 12.07.2021