Poco después de que Hareth se fuera, vinieron dos chicas para decirnos que las acompañáramos a las habitaciones asignadas para nosotras. Con Abby nos echamos una mirada suspicaz, insegura y desconfiada, pero luego ella torció un gesto afirmativo y aceptamos.
Salimos hacia el amplio recibidor, a unos cuantos metros hacia adelante se encontraba la escalera, los mismísimos escalones anchos, hechos de un material elegante, me resultaron intimidantes por la manera en la que se veía, los peldaños se perdieron de mi vista y sospeché que esta casa tendría unas tres plantas.
Ascendimos y confirmé mi sospecha, pero lastimosamente Abby se tuvo que quedar en la segunda planta porque allí se encontraba el cuarto para ella. Se me hizo demasiado raro que nos pusieran en diferentes plantas. Por un momento hasta había pensado que íbamos a compartir habitación.
En la segunda planta se podía notar un largo y amplio pasillo en forma de T, al final de este, en donde se doblaba el otro pasillo, se veía un enorme ventanal con un balcón incluido.
La chica castaña, que seguramente tendría un poco más de mi edad, me pidió que continuáramos e hizo un gesto con la mano indicándome que la siguiera. El pasillo de la tercera planta tenía la misma forma que la primera, incluido el ventanal, pero ella me guio lejos de la luz que proporcionaba aquella vidriera, guiándome a una habitación demasiada alejada del resto.
—¿Necesita algo más, señorita? —preguntó la chica después de que me abriera la puerta del cuarto.
—Eh, no —dije, dudosa—. Bueno, la verdad es que tengo hambre—mencioné, recordando que nunca comí lo que Hazal ordenó—, solo desayuné un café así que, si no es mucha molestia, ¿podrías traerme algo? No soy exigente, lo que encuentres —añadí, algo apresurada.
—Por supuesto—me respondió, bajando levemente su cabeza—. En seguida se lo traigo —dijo antes de irse rápidamente.
La observé hasta que su silueta desapareció escaleras abajo. Suspiré antes de adentrarme más en la habitación y notar que se encontraba muy oscuro, busqué el interruptor. Prendí las luces y en frente de mí se rebeló una habitación demasiado grande, una habitación que ni en mis más grandes anhelos hubiera tenido. Pero ahí estaba, delante de mis ojos.
La cama fue la que más llamó mi atención, era grande y las sábanas que los cubrían eran de color azul oscuro, haciendo juego con almohadas del mismo color y algunas blancas que solo estaban como decoración. Miré las dos mesitas de luz que tenía a cada lado para después dirigir la mirada hacia las paredes blancas que tenían algunos bonitos cuadros de la naturaleza. En la esquina de la habitación, delante de unas cortinas, vi una pequeña sala, me fui hacia ahí, impresionada.
Me tiré en el largo sofá esquinero color negro, extendiendo las piernas y acomodando la espalda contra el espaldar, más bien, el almohadón. En mi caso, ese modelo de sofá es para recostarse y ver una buena película o serie, según prefieran. A su lado, se encontraba otro, pero ese si era normal. Miré la mesita en el centro en donde estaban ubicados los controles remotos. Levanté el rostro para —volver a sorprenderme— viendo una pantalla gigante. ¿De cuantas pulgadas podía ser?
Me puse de pie para ir a abrir una de las grandes cortinas, de la que supuse que era una ventana demasiado grande. Deslicé hacia un lado la cortina color gris, revelando una puerta corrediza que daba hacia una hermosa terraza. Estaba a punto de salir para mirar hacia los horizontes, pero justo en aquel momento alguien llamó a la puerta.
Rápidamente fui a abrirla. Era la misma chica que me había acompañado hasta la habitación, traía una bandeja de comida.
Mmm.
La invité a pasar para después agradecerle.
—Si necesita algo más no dude en llamarme —me dijo después de poner la bandeja sobre la mesa de centro y enderezarse, girando a verme. Asentí ante su amabilidad—. Por cierto, mi nombre es Malia, pero me dicen Lía.
—Un placer, soy Rouse—me presenté, esbozando una pequeña sonrisa.
—Debo irme, y sin duda alguna, el placer ha sido mío —mencionó con una expresión bastante alegre, después se dirigió hacia la puerta, conmigo detrás de ella.
—Gracias, y nos vemos, Lía —me despedí antes de cerrar la puerta.
No sabía lo hambrienta que me encontraba hasta que me comí toda la deliciosa comida que ella me había llevado, y al probar la última bocanada de sándwich me pregunté ¿Y la comida?
Incluso me olvidé del evento de hace unas horas. Mi amiga y yo habíamos sido secuestradas y allí me encontraba yo, bebiendo un vaso de jugo como si nada, degustando el sabor naranja.
Dejé el vaso de vidrio sobre la mesa y me acomodé en mi asiento, descansado la espalda sobre el respaldo del sofá. Una expresión ausente quedó estampado en mi rostro cuando me puse a pensar en lo que estaba sucediendo. Solo que no llegué a ninguna conclusión. Giré el rostro, apoyando la mejilla contra el espaldar, y cerré los ojos con fuerza, un poco frustrada de que mis cavilaciones no me llevasen a ninguna parte. Entonces me entró un poco de sueño, bostecé y el cansancio fue mucho más evidente.
Pero no podía dormir, me obligué a enderezarme en mi asiento y a mantenerme despierta. Y encendí la tele en busca de algún entretenimiento. Pero al ver que aparecía algo raro en la pantalla, lo apagué de inmediato.
Que más daba, iba a ir a descansar un ratito. Solo cerraría los ojos por un momento. Un pequeño momento hasta que el sueño desapareciera...
Solo que, cuando abrí los ojos tiempo después, me di cuenta que mi pequeño momento se había extendido demasiado. Las luces seguían prendidas y yo me encontraba en la misma posición de antes. Solo había una diferencia, el dolor en mi cuello. Y también que la bandeja de comida ya no se encontraba, seguramente Lía se lo llevó y, qué vergüenza, me vio dormir en esa mala posición.
Me levanté del sofá, entrecerrando los ojos ante el molesto brillo de la luz del atardecer, que daba directamente hacia la entrada a la terraza.
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Editado: 12.07.2021