—Hay que hablar, Rouse —demandó serio, dio un paso atrás dándome espacio. Suspiré de alivio ante ese hecho, pero de todas formas no podía sentirme segura por el atuendo que llevaba puesto.
—Lo único que yo quiero de ti es que te marches —sostuve con firmeza.
—Entiendo que te sientas desconcertada por este inesperado acontecimiento, pero no me pidas que me aleje de ti. ¿Sabes lo que está sucediendo? —Me negué en darle esa respuesta, quedé muy seria para que comprendiera que estaba en completo desacuerdo—. Puedes sentirlo también, no puedes negarme del calor abrasador que se extiende en ti por mí, Rouse.
Y no pude negarle, mi semblante adquirió un gesto desafiante porque yo me encontraba en contra de esa sensación. Me estaba molestando tanto, quería que esta incontrolable tormenta de emociones que había provocado él se calmara, que se alejara rápido de mí.
—Esto no es correcto. No quiero esto, ¿puedes irte?
—Quisiera obedecerte, creí que esto ya no me importaba —me confesó—. Pero me equivoqué, esperé mucho por ti, siempre quise conocerte y ahora que estás aquí, que estamos juntos, todo me pide más cercanía —me apoyé por completo contra la baranda detrás de mí, que él se moviera produjo que reaccionara enseguida—. Quisiera obedecerte, pero no puedo, ni quiero.
Sus manos fueron a parar a los lados de mí, ante ese hecho me quedé muy quieta. Estaba a punto de darme un ataque al corazón, temí por esta proximidad, pero temía más por lo que me hacía sentir. Y no lo quería, supliqué en mi fuero interno despertarme de esta pesadilla.
«No sientas, no sientas, no sientas», me exigí ejerciendo presión en mis manos hecho puños. No lo estaba mirando, mis ojos se concentraban en el piso y también me estaba esforzando por controlar mi respiración. No quería evidenciar lo que él ya había afirmado.
Me negaba a aceptar esto, no quería aceptar que había otro.
—Dime, ¿él te hace sentir lo mismo que yo?
—Solo vete.
—Rouse —él dijo mi nombre, reaccioné ante ello y lo miré al mismo tiempo que sentía por primera vez el contacto de sus manos a mi cara. Él me sostuvo por la barbilla y yo fui incapaz de alejarlo, no me atrevía a tocarlo. Me vi perdida en su mirada, solo que él cerró los ojos y yo me quedé una vez más admirando sus rasgos.
En un segundo, cerré los ojos ante un ligero pinchazo de dolor en la cabeza. Una sensación nueva, que reconocí como de temor, me abordó de pronto. No tuve de otra que situar mi mano en su brazo para sostenerme cuando creí que me caería, esta cercanía aceleró más mi pulso.
—Tranquila —escuché su voz.
Abrí los ojos, un poco desorientada.
—¿Qué estás haciéndome?
—Nada.
—Estás mintiendo —aseguré y me obligué a escaparme de sus brazos. Él me lo concedió con facilidad. En cuanto nuestras miradas volvieron a encontrarse, noté en su gesto facial una misteriosa emoción.
—Dime si en verdad quieres que me aleje y me iré.
—Tienes que hacerlo, lo quiera o no, tienes que irte. ¿Es que no entiendes que estoy con alguien más? Tengo novio.
—Y eso me molesta —aseguró en un tono serio y cargado de negatividad que me hizo estremecer. Su mirada se oscureció, sus rasgos se endurecieron como muestra de enfado. Aedus se pasó una mano por su azabache cabello, desordenándolo en un gesto de impaciencia.
—Lo que sea que haya entre los dos debe cortarse —expresé, solo que él, en vez de molestarse más, se recompuso y con postura relajada y gesto serio pero con un asomo de emoción, comenzó a dirigirse hacia mí—. Lo digo en serio, yo ya tengo un compañero destinado. Tú no puedes serlo también.
—Pero lo soy —se detuvo a aproximadamente medio metro de mí—. Estoy seguro que existe un error aquí, hay que averiguar quién es.
—¿Cómo se supone que lo sepamos?
—Con los dioses —me respondió con simpleza—. Solo debes tener una pareja destinada, que exista dos en tu camino no es bueno.
—¿Y cuándo lo sepamos qué?
—Tendrás que rechazar a uno de los dos si no dan otra alternativa.
—¿A ti, por ejemplo? —tenté. No conseguí molestarlo, él curvó sus labios en una ligera sonrisa, viéndome casi divertido.
—Exacto, o a él —jugó también, y mi expresión al instante manifestó mi enfado y contrariedad.
—¿Por qué te noto despreocupado ante este hecho? —tuve que preguntar—. Yo quiero a mi novio, lo elegiría a él una y mil veces —aseguré consiguiendo que su sonrisa reluciera en su rostro.
Una mueca de disgusto apareció en mi cara, su seguridad no me advertía algo bueno. Sentí que él sabía algo que yo no, su mirada delataba que sí.
—Eres adorable y muy inocente, Rouse —pronunció con calma, se precipitó hasta mí de la nada, sorprendiéndome. Y también me tomó desprevenida sus manos en mi cintura, quise alejarme, mis manos rozaron su pecho pero no me atreví a nada más porque sí quería tocarlo, pero no precisamente para distanciarlo.
—¿Qué estás haciendo?
—Te enseño cómo reaccionas ante mí —habló y alcanzó mi mentón en una de sus manos, sus fríos dedos causaron escalofríos en mi piel. Quisiera decir que de miedo, pero estaría mintiendo—. ¿Uhm? ¿Cómo te sientes?
La mano que mantenía en mi cintura se trasladó por el bajo de mi espalda, ascendió en una larga caricia despertando más calor. Yo no debería permitir esto. Quise resistirme a este contacto, le demostraría que podía. Pero que él me estuviera mirando tanto, no ayudaba.
—Quiero que te… Ah, ¡aléjate! —exclamé intentando zafarme de él, solo que él no me dejó e incluso mi pecho golpeó contra él suyo. Entonces me di cuenta de lo erguido que se encontraban mis pezones y de que mis vellos estaban de punta, todo en mi interior y exterior se encontraba alterado—. ¿Por qué no me dejas?
—No puedo —susurró. Y se oía tan sincero. Su mano se perdió por detrás de mi cabeza, sus dedos se hundieron ligeramente en mi cabello y de pronto mi pelo cayó suelto por detrás de mi espalda y algunos mechones a los lados de mi cara. No dije nada por estar una vez más controlando su expresión—. Eres tan bella.
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Editado: 12.07.2021