Mi compañero regresó por mí, dejó caer la toalla precipitándome a su cuerpo. Solo que yo hice que pusiéramos distancia al distinguir algo nuevo en su cuerpo. Dirigí la yema de mi dedo índice en la línea de las caderas, hacia el lado derecho, que solía parecer una V para trazar las letras que había visto, un tatuaje. Hareth se había hecho un nuevo tatuaje.
—Es… —estaba sin palabras, muy asombrada por ese inesperado detalle—… es hermoso, Hareth. ¿Cuándo te lo hiciste?
—Hace poco, cada tatuaje que me han hecho tiene su significado y quería algo que me hiciera recordar y pensar en ti, aunque la verdad es que todo el tiempo te pienso, pero quería llevar tu nombre en mí.
Mia, volví a pasar el dedo sobre la tinta negra, estaba escrita de una forma que insinuaba una llama de fuego a su alrededor. Mi primer nombre se veía de lo más hermoso decorando su piel.
—Gracias —hablé bajito, esbozando una sonrisa de labios pegados.
—Puedes agradecérmelo del modo que quieras —dijo de una manera sugerente, solté una risa entendiendo lo que quería decirme. Me acerqué a él, me puse de puntillas y rodeé mis brazos a su cuello, mis dedos tocando su pelo.
—Gracias —volví a decir, cerca de sus labios—. Tienes que saber que te amo a ti, lo estuve pensando y yo quiero estar únicamente contigo y estoy dispuesta incluso a renunciar a mi parte vampiro si el problema lo requiere. No quiero perderte.
—Te amo —fue su respuesta acompañada de una sonrisa, su mirada despejando esa oscuridad tormentosa.
Lo besé con todas las ganas que tenía de él, sus labios hicieron una presión fuerte y firme sobre los míos, correspondiéndome. Sus manos recorrieron mi espalda con suavidad, ascendiendo hasta mis muslos y sin que yo me lo esperase me alzó las piernas y yo las enrosqué a su alrededor.
Él nos guio a la cama, me dejó sobre él colchón y yo quise echarme para atrás y acomodarme. Solo que él no me lo permitió, me lo impidió sosteniendo mi cuerpo y situándome de espaldas a él, así en cuatro.
Sus dedos recorriendo mis glúteos, subiendo por mi espalda consiguieron estremecerme de ganas. Una de sus manos regresó a una de mis nalgas, la acarició de forma circular hasta que de pronto recibí un azote que expandió un calor intenso por todo mi cuerpo, despertando sensaciones estremecedoras.
Lo miré inmediatamente, sus ojos me recibieron chispeando esa ira antigua.
—Así que verdaderamente te portaste muy mal en mi ausencia, ¿eh? Y volviste a hacerlo.
Recibí otro azote desprevenido, contuve un jadeo tras atrapar con fuerza mi labio inferior entre mis dientes. No dije nada, él tomó mi silencio como una afirmación mientras pegaba su cuerpo al mío, noté su dureza pasear sobre mi trasero. Su mano derecha paró sobre mi abdomen, bajando hasta mi bajo vientre alcanzando de pronto esa zona baja entre mis piernas. Presionó sus dedos justo ahí, contuve la respiración resistiendo la necesidad de buscar más fricción.
—¿De quién es esto? —exclamó autoritario.
—Tuyo.
—Sí, recuerda que a parte de mí nadie más puede tocarte. Solo yo, Mia, siempre yo.
—Sí —le afirmé, incluso asentí con la cabeza concentrándome en ese latido exigente. Él de a poco, lentamente, comenzó a darme la atención que esperaba.
—Todo de ti es mío, esto —presionó con fuerza su mano en mi sexo, consiguiendo alterar más mis sentidos— es mío. Nadie más es admitido aquí —me lo dejó en claro, yo volví asentir, obediente—. Solo yo, este —agregó en tono posesivo cargado de autoridad rozando la punta de su miembro en mi húmeda entrada, luego empujó con dureza produciendo que ambos al mismo tiempo soltáramos un jadeo—. Dilo, solo yo.
—Solo tú —le respondí dejando descansar la cabeza contra el colchón, en una mejor posición para recibirlo todo. Y así fue como sucedió, su mano sujetándome del pelo mientras me lo daba todo de un modo implacable con unos ardientes azotes de por medio.
—Quiero marcarte —dijo debajo de mí, ya en otra posición.
—Ya te dije, te quiero a ti —susurré en el medio del éxtasis—. Pero sabes que está prohibido marcarme.
—Pero puedo hacerlo —repuso besándome el cuello, pasando su lengua de una forma estremecedora por ahí.
—¿Y lo harás?
—¿Lo quieres?
—Yo te quiero —le dije siendo aquello mi afirmación. Él no me dijo nada más, continuó besando mi cuello, mordisqueándola hasta que de pronto percibí la insinuación de unos colmillos rozándome.
De golpe, lo sentí, sus colmillos se adentraron en el interior de la piel de mi cuello, me sostuve con fuerza de sus hombros para no alejarme de él, el dolor fue leve, sumamente ligero dejando en su lugar una excitación totalmente insólita.
Hareth volvió a moverse, yo lo acompañé en sus movimientos; jadeante, deseosa, gimiendo en casi todo el momento y diciendo su nombre. Él alejó su cara de mi cuello, vi su boca llena de sangre, él se lamió los labios y quise ser yo quien le limpiara la sangre de ahí, y probé mi propia sangre de sus labios. Saboreé su boca y mordí con fuerza su labio inferior, provocando que su sangre y la mía se mezclasen volviéndose deliciosa.
Pensando en que esto era lo correcto, yo decidí esto. Lo elegí a él.
(…)
No recuerdo a qué hora exactamente nos dormimos, lo único que podía afirmar es que lo hicimos hasta muy tarde. Arrugué los párpados y abrí los ojos sintiéndome aún cansada, con sueño. Hareth se encontraba contemplándome con un brillo de felicidad en los ojos, le sonreí ligeramente y me moví, acercando mi cuerpo a su calor corporal. Él me estaba acariciando el cabello con suavidad y sonreía con los labios pegados, una sonrisa genuina lindísima dibujaba esos candentes labios que tanto besé.
—Buenos días, mi luna.
—Buenos días —dije con voz somnolienta. Sonreí un poco y me acurruqué en sus brazos, volví a cerrar los ojos y disfruté de las caricias en mi pelo de su parte.
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Editado: 12.07.2021