Microcuentos de terror

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Después de horas buscando a mi esposa, el último lugar que quedaba por revisar era el pozo.

Y allí estaba ella, flotando, la piel blanca y blanda. Creo que grité.

Entonces oí pasos a mis espaldas. ¡Era mi esposa! Sorprendido volví a mirar al pozo: allí estaba ella, muerta.

—Francisco, ¿qué ocurre? —preguntó, al tiempo que posaba una de sus manos en mi espalda.

Después vino el empujón. Muy tarde caí en el detalle de que para mi esposa siempre fui Chico o Paco, nunca Francisco.




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