Microcuentos de terror

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A mitad de nuestro viaje encontramos una laguna ubicada en un pequeño valle, cerca de un pueblito de nombre desconocido. Hacía un sol de justicia y nos metimos para nadar un rato.

Todo iba bien hasta que alguien gritó que algo le había rozado. Entonces, como si respondieran a un aviso, empezaron a emerger huesos humanos, piernas, torsos, brazos; un aluvión de cuerpos sin carne y carne a medio podrir.

No fue hasta que los lugareños nos auxiliaron que nos enteramos de una pequeña historia: aquel era un cementerio que las últimas tormentas habían anegado.




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