El hombre con abrigo desgastado mantenía el arma bajo el mostrador, apuntando al ombligo de la camarera. La chica temblaba bajo su sonrisa siempre manchada de labial barato. El último día antes de vacaciones, y ella era la única empleada disponible, suerte le dicen. El dinero estaba cerrado desde el exterior, pero los nervios le traicionaban e impedían que pudiera meter la llave.
—Vecina, ¿qué pasó con el pedido? —bufó uno de los hombres al lado de la ventana. Llevaba el reloj sobre la camisa sucia y el periódico estaba por terminársele.
—Mami, tengo hambre… —dijo uno de los hijos de la vecina. Ella siempre los llevaba a tomar batidos con emparedados de jamón.
El hombre sudaba bajo su espesa barba. El olor de días sin bañarse calaba en la nariz como un taladro conectado. Solo pensar que lo había saludado con tanto afecto esa mañana, le había servido gratis un desayuno, y le había permitido usar su bicicleta más de una vez…
—Como no te apuresh, te hago un shegundo ombligo. —siseó en voz baja. La maldita llaves con el corazón no entraba. No importaba si se demoraba más o menos, al fin y al cabo, era su último día por mucho, mucho tiempo; pero la llaves no entraba.
Una señora con peinado corto se acercó al mostrador y codeó irrespetuosa al asaltante. Tenía unos cuantos billetes en la mano y tenía a su hijito regordete detrás suyo. Hubiese gritado hasta quedarse sin aire para que todos corrieran, pero si hacía eso, él disparaba, y quien sabe a cuantos más mataría.
—Señorrrrita —dijo la señora con el tono más irritante que pudo. Hoy no era el día para reclamar, solo huya—. Llevamos diez minutos aquí y nadie nos ha atendido, no sabía que pagaran a vagas que se quedan hablando con los clientes.
El hombre temblaba, y la barba se retorcía en girones negros, sucios con comida de hace días. La mujer lo vio de arriba abajo despectiva. Su hijo se había sentado y jugaba con su teléfono.
—Por favor… huya. —Sintió las lágrimas correr por su rostro. La señora se quedó de pie en seco, regresó una última mirada al vagabundo antes de que él la cogiera por la nuca y apuntase con el arma a su rostro.
—Perra… no te pudishte quedar callada. —Echaba espuma por la boca. Todos se quedaron en seco. El hombre con el periódico lo lanzó al piso, parecía a punto de echarse a correr cuando el vagabundo apuntó su arma hacia él; luego a la vecina con los hijos cuando uno de ellos empezó a llorar—. ¡Nadie she mueva eshte esh un ashalto!
—¡Viejo, CÁLLATE! —gritaron desde el fondo del restaurante. El vagabundo temblaba tanto que parecía estar a punto de derrumbarse.
—¿Qui.. quién dijo esho?
Una manito blanca se alzó sobre la masa de personas que se había congregado en una de las esquinas. Era solo un niño, un niño insolente. Para.
—Nadie puede asaltar a un pirata, ¿tu madre no te enseño eso? —dijo el niño desde el fondo.
—¿Pi… pirata? —El vagabundo lanzó a la mujer hacia una silla, encima de su hijo gordo que rebotó a un lado y se golpeó la frente—. Largoooo. —Apuntó en la dirección al gentío, que se dispersó en un segundo dejando sollozos y gritos en su huida.
El niño no tendría más de doce años, pequeño y delgado. No lo conocía, pero era familiar, de algún modo. Su pelo blanco se asomaba por debajo de su sombrero de pirata, y encima de su parche negro. Parecía tranquilo, pero debía huir, debió correr con los demás, ¿por qué se quedaba quieto? No podía dispararle, a él no.
—No, no le dispare, por fav… —El vagabundo golpeó a la camarera en el rostro, dejándole un hilillo de sangre en los labios.
El niño regresó la mirada. Su pelo blanco y sus ojos rosas lo hacían parecer un sueño, un sueño vestido de pirata, perdón. El vagabundo apuntó al niño y disparó.
—No me molestes.
La bala se quedo atrapada en el aire. Flotaba en algún extraño modo, como detenido en el aire, brillando dorado a pocos centímetros de su cara pálida. Los miembros del vagabundo parecían entumecidos. Cuando intentó mover su brazo, ella tampoco pudo; era como un cosquilleo agudo. Sus ojos rosas lo veían interesado, con el pelo blanco flotando bajo su sombrero de pirata.
—¿Es la primera vez que tienes a un psíquico frente a ti, cierto?