—¿Quién eres? —preguntó al ver el reflejo.
La respuesta tardó tanto que la piel se arrugó y el cabello encaneció.
—¿Quién eres tú? —La voz, cansada, apenas se oyó por encima del silbar de la brisa.
Las miradas se apagaron y los cuerpos cayeron. No eran más que polvo.