Alan tamborileaba la mesa con ambos pulgares ¿Por qué estaba nervioso? No tenía sentido, hace unos días había estado con Lissa y aún así se sentía ajeno a tener una salida con una chica que no fuera Twyla. El olor a pastel impregnaba la tienda y era una delicia, siempre tenía hambre. Odiaba su metabolismo.
Vio la ventana a su costado, esta ciudad no era Acrisea, era grande y de edificios enormes, pero no era Acrisea. Iba a extrañar su ciudad, su tierra natal. No estaba mal, pero no era perfecta.
—¡Hola! —Lissa tomó asiento frente a él y dejó su cartera encima de la silla de madera.
Tomó asiento mientras que Alan solo observaba a su amiga. Estaba distinta, se le veía incluso más felíz y con una sonrisa menos forzada que la usual.
—Hola —sonrió él de regreso. Una claro de calor abrigó su corazón al solo verla—, ¿Cómo te ha ido?
—¡Muy bien! —dijo ella y colocando ambas manos por debajo de los bolsillos de su abrigo color mostaza—, ¿Puedes creer que hace mucho frío? Es increíble, en serio.
—¿Y por qué no te calientas repartiendo más electricidad a tu cuerpo? ¿O eso no funciona así?
—Si funciona así —Lissa colocó los ojos en blanco—, pero si queremos que ellos piensen que somos normales hay que actuar como tal.
Alan asintió sin querer darle la razón. Suspiró y colocó ambas manos en su suéter de igual forma. Antes de lograr decir algo una chica con una corbata negra de rayas y una gabardina irrumpió en su mesa con la carta de malteadas debajo de su brazo.
—Buenos días —les entregó a ambos el menú—, si necesitan algo, háganmelo saber.
—¡Gracias! —respondió Lissa y se la chica se marchó—, he escuchado que este lugar es hermoso.
Lissa abrió el menú y comenzó a leer. incluso la carta del menú era más grande que su rostro, opacaba todo su cuerpo, lo que Alan lograba distinguir eran sus dedos largos y pálidos.
—Lo es —admitió él mientras leía el menu—, me sorprendió cuando entré al local. Las luces navideñas le dan el toque.
—Típica tienda de malteadas con buenas vibras —Lissa colocó los ojos en blanco—, ¿En Acrisea había un lugar así?
—Muchos —Alan alzó ambas cejas—, demasiados para ser exactos. A Twyla le encantaba eso.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó ella fingiendo desinterés—, ¿Te gusta este lugar?
—Es bueno, la gente es maja y nuestra casa es lo suficientemente grande como para evitar a Enrique, por si quieres darte un paseo por allí.
—Tranquilo, estoy bien.
—A todos nos ha costado encontrar trabajo —dijo con ojos sombríos—, más que todo a Twyla. No sabe qué hacer.
—lo siento por eso —Lissa dejó el menú encima de la mesa—, ¿Necesitan más dinero?
—No, tranquila, no es eso —Alan alzó ambas manos y las dejó caer cuando el menú golpeó contra su mesa. Estaba nervioso—, no es eso —repitió—. Es adaptarnos, aún no sabemos donde encontrar las verduras más frescas o más asequible.
—Uno nunca se adapta rápido en un lugar nuevo.
—Twyla sí —dijo Alan con mirada ensoñadora—, ella está bien por los momentos. Cada vez que sale a buscar trabajo habla de la nueva ciudad y de lo hermosa que és, de cómo todo es tan claro y bello, es como la ciudad de las luces.
—Y Acrisea era la ciudad de cristal.
—Eso es cierto —Alan tenía la mirada perdida, sin reconocerlo dejó escapar una sonrisa—, no se le puede negar.
—¿Y qué hay de Andron? ¿A él le gusta la ciudad?
Alan se rió entre dientes.
—Bueno —volvió su mirada en el cristal observando los coches ir de un lado a otro—, todos lo conocen aquí. Ha aparecido en noticias y ha salvado a cantidades de personas, la criminalidad ha bajado mucho más en solo 2 días.
—Es decir, ¿pasó de ser 10% a ser 8%? Qué gran cambio —Lissa apoyó su cabeza encima de su puño empuñado.
El ambiente del lugar era cálido y rústico con sus mesas de madera y muros cubiertos por césped sintético. Las luces navideñas que decoraban el techo eran amarillas. En cada mesa se posaba un pequeño ramo de flores con un portador de servilletas. Habían asientos en la parte de afuera pero muy pocas personas se arriesgaban a tomar una malteada en este frío tan inconcebible.
—Enrique aún pregunta por ti —bromeó Alan alzando una ceja.
Lissa hizo un mohín.
—Por favor, no.
—¿Ya decidieron por su malteada? —preguntó la chica y tomó los menús de la mesa.
—Sí, yo voy a querer un mocachino —respondió Lissa—, y el señor...
—Una malteada de chocolate —sonrió y ella se retiró devolviéndole una sonrisa.
—Podrías conquistar tantas chicas, Alan —comentó Lissa una vez que se percató que la chica estaba lo suficientemente lejos como para escucharla—, solo te falta convicción.
—Yo no quiero a todas las chicas del mundo —admitió—, yo solo quiero a una.
—¿Y qué tal te va con ella?
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Editado: 19.11.2024