—No, para nada —Cooper rió entre dientes y apagó la cocina—, en este caso tu serias la más ocupada con el chico velocista. Leí las noticias.
—¿Ah sí? —preguntó ella.
Sólo quería esconderse bajo tierra. Podía imaginar todo lo que vio. Un rayo, un campo que rodeó la ciudad eliminando cualquier señal de electricidad, la ciudad en pedazos y por supuesto, la bomba que destruyó todo.
—Sip —asintió él aún concentrado en su comida—, Jeff debe de estar muy enojado.
De solo imaginar el rostro de Jeff siendo una pizarra el balanco al ver las noticias la hacía estremecer. Se hundió más en el sofá.
—¿Has hablado con él? —preguntó ella con un hilo de voz.
—Siempre me reporto —habló Cooper por encima de su hombro—, ¿Tú no?
Se hundió cada vez más. El desastre había sido tan descomunal que reportarse no le había pasado por su cabeza en ningún momento.
—Al principio, sí —se cruzó de brazos haciendo que su rostro fuera cubierto por ellos.
Cooper se acercó a la isla y dejó las ollas encima.
—¿Y qué tal te fue?
—Dentro de lo que cabe —se encogió de hombros—bien. Él es... increíble. Los primeros meses duré escondida, pero el resto... ¿Quieres que te ayude?
Lissa se colocó de pie al ver cómo Cooper tomaba un cucharón a su vez que intentaba tomar varios platos. Antes de que lograra responder Lissa se acercó y tomó el plato que tanto le costaba tomar.
Los colocó encima de la isla y observó la pasta recién cocinada. olía delicioso.
—¿Increíble? —repitió él con recelo.
—Es decir, es bueno, es buena persona y muy paciente, al menos así lo fue conmigo.
Ella apoyó ambas manos encima de la encimera mientras Cooper se posaba a su lado. Tenía un hueco en el estómago y su corazón latió deprisa. ¿Qué le pasaba? Apartó su mirada, no quería que notara sus mejillas sonrojadas.
—¿Y... te gustó?
—Como un hermano, como un mejor amigo, un amigo gay —ella acomodó los pequeños hilos de cabello que cubrían su rostro.
Cooper liberó una risita.
—¿Y sabe de sus poderes?
—Si te refieres a lo que me dijo Jeff, no —negó con la cabeza y vio cómo Cooper servía la pasta en cada plato—, aún no lo sabe y no creo que le diga ahora.
—Deberías decirle en algún momento.
—Él sabe lo que hace. Alan es bueno, no quiero asustarlo con sus habilidades. Si llega a pasar algo yo estaré allí.
—Tendrás que decirle a Jeff eso.
—Lo sé —Lissa bufó—, ¿Y qué es esto?
—Yo le llamo —Jeff tomó los implementos de cocina sucios y vacíos colocándolos en el lavaplatos—, Un Lebanon Tradicional.
—Es decir, pasta con carne molida.
—No —Cooper alzó ambas manos haciendo un presentación teatral—, Un Lebanon Tradicional.
Lissa contuvo la risa y asintió estando de acuerdo con su nuevo Lebanon Tradicional.
Ambos se dirigieron al comedor pequeño con el cual solo contaba con dos sillas. Por lo visto, él no recibía muchas visitas.
—¿Y jamás saldrías con tu hermano? —Cooper mantenía su mirada en el plato—, es decir, también existe lo incesto.
—¡Asco!, ¡No! —exclamó ella—, además a él le gusta otra chica.
—Eso no te ha impedido antes...
Lissa colocó los ojos en blanco y comenzó a masticar.
—¡Esto está delicioso! —exclamó señalando la pasta.
—¿Y qué hay de ti?
Lissa no comprendía. Cooper no había tocado su comida, solo la agitaba con su tenedor y se limitaba a observar. Quería saber qué sucedía pero no era capaz de captar la electricidad que emanaba de su cuerpo para verificar la agitación de su corazón.
—¿A qué te refieres?
—¿A ti también te gusta alguien más?
Lissa tragó saliva. Dejó caer el tenedor en el suelo, esto nunca había pasado. El repiqueteo del metal contra el suelo se escuchó en toda la sala. Limpió la comisura de sus labios con velocidad pero Cooper ya se había levantado de su silla para recoger el cubierto.
—¡No!, yo lo levanto —interpuso ella y le arrebató el implemento. Se acercó a la cocina mientras continuaba hablando—. Bueno, sí, creo, me gusta alguien. No lo sé.
Cooper estaba de pie entre la sala y la cocina. Solo de pie.
—¿Y él lo sabe?
Lissa solo quería callar su corazón por un momento. Era una percusión en su anatomía. Su estómago se sentía vacío y sentía frío por todo su cuerpo. ¿Estaba enferma? No podía estar enferma. ¿Miedo? No, ella no sentía miedo. ¿Nervios? ¿Eran nervios?
—Yo no lo sé —negó con la cabeza y dejó caer el cubierto encima del lavaplatos—, espero que sí. Porque sería muy incómodo decirle y que no sienta lo mismo.
Comenzó a abrazarse a sí misma para esparcir su calor. Escuchó las pisadas de su amigo acercarse a la cocina.
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Editado: 19.11.2024