Miedo a las Inyecciones

CAMILA

Era un día especial para Camila. No solo porque cumplía 18 años, sino porque había decidido visitar a su hermano mayor, Andrés, en su consultorio. Aunque la diferencia de edad de once años entre ellos era considerable, siempre habían mantenido una relación cercana. Sus padres, sin embargo, estaban tan inmersos en sus propios asuntos que a menudo dejaban a sus hijos al margen.

Camila llegó al consultorio con entusiasmo, sin pensar en las formalidades, abrió la puerta sin tocar y entró precipitadamente. El consultorio de Andrés era acogedor, con paredes color crema adornadas con diplomas y fotografías. Un gran ventanal permitía la entrada de luz natural, haciendo que el ambiente se sintiera cálido y profesional.

Sabes, hermanita, la puerta está para ser tocada y preguntar si puedes pasar. ¿Acaso nuestros padres no te enseñaron modales? —le recriminó Andrés, levantando la vista de los documentos que estaba revisando.

Ay, hermano querido, qué drástico eres. Papá y mamá están muy ocupados para enseñarme esas cosas o prestarme atención alguna —respondió Camila mientras rodaba los ojos, claramente acostumbrada a la falta de atención de sus padres.

Andrés suspiró, sintiendo una mezcla de molestia y tristeza por la verdad de las palabras de su hermana. Se levantó lentamente para cerrar la puerta, pasando al lado de Camila, quien aprovechó para sentarse en la camilla. Esta, cubierta con una sábana blanca inmaculada, ocupaba un rincón del consultorio junto a un mueble lleno de instrumental médico.

Veo que sigues sin tener en cuenta las normas básicas —murmuró Andrés con un leve tono de reproche mientras regresaba a su escritorio.

De un cajón inferior sacó un paquete grande, envuelto con papel brillante y un lazo colorido. Lo sostuvo por un momento, observando a su hermana con una mezcla de cariño y resignación.

Toma, feliz cumpleaños, hermanita. Ya eres toda una señorita grande —dijo mientras le entregaba el regalo.

Camila saltó de la camilla con un brinco y agarró el paquete con entusiasmo, dando vueltas emocionada por el consultorio.

¡Gracias, gracias, gracias, hermano! —gritaba, girando en círculos, con su melena castaña revoloteando a su alrededor.

Andrés se sentó nuevamente en su silla, observando con una sonrisa a su hermana menor. A veces, pensaba, Camila seguía siendo una niña pequeña a pesar de sus 18 años. Verla tan feliz y despreocupada le alegraba el día, un contraste agradable a la rutina diaria de su trabajo.

¿Por qué no abres tu regalo y ves lo que hay dentro? Así dejas de saltar que te vas a marear —sugirió Andrés, riendo.

Camila se detuvo de inmediato, apoyó la caja en el escritorio y comenzó a romper la envoltura con entusiasmo. Al abrir la caja, se encontró con varios regalos: una taza de su personaje favorito, Stitch, varios accesorios para el pelo y, finalmente, un celular nuevo. Sus ojos se iluminaron y dejó escapar un grito de alegría. Corrió alrededor del escritorio y se lanzó a abrazar a su hermano.

¡Muchas gracias, hermanito, son los mejores regalos! —dijo mientras lo abrazaba con fuerza.

Andrés la abrazó de vuelta, sintiendo el calor y la gratitud en ese gesto.

De nada, hermanita. Ahora ve y disfruta de tus regalos —le respondió con una sonrisa.

Camila rompió el abrazo, rápidamente se levantó y comenzó a guardar sus nuevos tesoros en su mochila, dejando la camilla llena de envolturas y cajas vacías. Mientras lo hacía, la luz del atardecer entraba por el ventanal, dándole un toque dorado a la escena.

El resto del día transcurrió sin mayores incidentes. Andrés y Camila salieron del consultorio y caminaron por el pasillo del hospital, despidiéndose de los colegas de Andrés que la saludaban amablemente. Al final de la jornada, Andrés llevó a Camila de regreso a la casa de sus padres. La despidió con un cariñoso "Feliz cumpleaños" antes de regresar a su propio apartamento. Andrés ya no vivía con sus padres debido a diferencias irreconciliables, una situación que a veces le pesaba, pero había aprendido a manejar.

 

AL DIA SIGUIETE

Al día siguiente, Andrés estaba ocupado con sus pacientes cuando una de las enfermeras, María, irrumpió en su consultorio, asustando tanto al paciente como a él.

¿Qué es lo que quieres? No es apropiado entrar de esa forma y menos cuando hay un paciente, María —dijo Andrés, claramente molesto, ajustándose las gafas que siempre llevaba cuando trabajaba.

Lo siento, doctor, pero es una emergencia. Su madre llamó diciendo que su hermana se encuentra mal —respondió la enfermera, apenada.

El corazón de Andrés dio un vuelco. Inmediatamente se dirigió a su escritorio, llamó a otro doctor para que lo reemplazara y agarró sus cosas lo más rápido posible, disculpándose con el paciente antes de salir corriendo hacia la casa de sus padres.

Durante el trayecto, Andrés intentó llamar repetidamente a su madre, pero no obtuvo respuesta alguna. El tráfico era denso, y cada minuto que pasaba aumentaba su ansiedad.

Esa mujer solo contesta cuando le conviene —murmuró frustrado, guardando su teléfono y acelerando el auto, esquivando los coches que se interponían en su camino.

Al llegar a la casa de sus padres, bajó rápidamente del coche y abrió el maletero para sacar su mochila. Tocó el timbre varias veces hasta que su madre apareció con una expresión de disgusto.

Sabes, no soy turbo para que me andes tocando el timbre así, hijo —dijo con tono irritado.

Como si me importara si sos turbo o no, es mi hermana la que me importa. Y no soy tu hijo para aclarar —respondió Andrés, sin esconder su enojo.




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