Yo no quería este trabajo como recepcionista, me causaba miedo y morbo a un punto irracional de generar en mí el salir huyendo y gritando como loco del establecimiento. Sin embargo, poniéndome a reflexionar sobre la situación en la que me encontraba no tenía más opción de quedarme si quería llevar pan a la mesa.
Un consuelo, si puede llamar de este modo, es que el trabajo que realizo no es tan laborioso y bien remunerado, no como en los otros lugares en que he trabajado. Pero el trabajar en esta funeraria ha puesto a prueba el pensar sobre la muerte y los servicios que brindamos a la gente en estas situaciones. Esta parte de tratar con la gente mayormente se me da bien, excepto cuando son incapaces de procesar perdida de aquel que yace en un féretro. Hay quienes incluso se niegan tanto a la perdida que afirman que el difunto está vivo que piden que se le conserve por un par de días. Otros clientes, y no he de mentir, son indiferentes a la muerte de sus seres amados. Incluso hay quienes piden el servicio a sus difuntos, pero no tiene los recursos para pagarnos. En estos casos es el dueño de la funeraria, un hombre de setenta y tres años de aspecto simpático, era el que lidia con esos asuntos.
Los lleva a su despacho en la segunda planta y para cuanto terminan su reunión, la persona se encuentra temerosa mirándolo con absoluto horror a la persona a su lado, al dueño que se pavoneaba con una sonrisa amigable, mientras los escoltaba fuera. Muy poco se sabe de los acuerdos de negociación que llevaba a cabo.
Ahora que lo pensaba mejor, también, el dueño era el único encargado del crematorio y la sala de embalsamamiento, no había otro personal capacitado contratado para aquellas áreas de la funeraria. Admito que eso causaba curiosidad para mí y ms compañeros del departamento de ventas, que alguien de su edad aun contara con la fuerza suficiente de mover los cadáveres por sí mismo y no aceptar ayuda en los embalsamientos. Lo que causo que se extendieran rumores acerca de lo que hacía con los cadáveres una vez a sola. Escuche de todo desde canibalismo, necrofilia y cualquier cosa que se le ocurriera a mis compañeros para burlarse del anciano. Sin embargo, solo eran palabrería y nada más, mientras me pagase yo no me materia en la vida de mi jefe y pensar en eso, así que solo me enfocaría en mis labores de recepción a clientes.
Hasta ese día, en que toco trabajar solo. Todos los demás habían salido a comer antes, incluso el dueño, dejándome para atender imprevistos que surgieran. Y así fue, un cliente llego exigiendo a un familiar para enterrarlo ese mismo día, trate de calmarlo puesto que no sería hasta las cuatro de la tarde que le entregaríamos al difunto como decía la nota, pero eso no ayudo a apaciguar su incesante exigencia. No tubo sentido el tratar con aquella persona, y dejándome llevar por la impaciencia decidí entregarle al difunto a expensas de la autorización del dueño de entrar en el área de embalsamamiento, en donde se encontraba dicho difunto.
Mire la nota de entrega y el número de registro del difunto “18-456”.
Era simple entrar y salir lo más rápido, pero el olor a putrefacción y hierbas aromáticas de la habitación era tan penetrante para hacer vomitar al más fuerte de los estómagos. Ahora podría admirar al dueño por ser alguien capaz de tolerar tan horrible olor y seguir como si nada, y por qué no nos se nos permitía entrar. Dejando de tomar en cuenta el olor, busque el número de registro en los contenedores de aluminio, en cuanto lo halle lo extraje de inmediato.
Un fuerte golpe me hizo saltar mi corazón. Provenía de una de las gabelas de arriba, como si algo intentara salir como en una película de terror. Y como estúpido que era, no pude resistirme a abrirla, en centrándome a una persona viva con los ojos y boca cosida, sus orejas estaban mutiladas y sus manos y pies atados con alambre. Aquella persona trataba desesperadamente de llegar mí.
Salí corriendo dejando lo que estaba haciendo y de paso dejando al cliente confundido con mi comportamiento histérico. Para cuando recobre un poco la cordura denuncie los hachos a las autoridades, las cuales rápidamente llegaron a lugar.
Me negaba a entrar de nuevo a la funeraria para indicarles el lugar del hallazgo de aquella persona. Así que solo tomaron mi testimonio en frente del establecimiento ante la mirada de la gente que pasaba.
En total se hallaron otras dos personas en las mismas condiciones que la primera. Todas eran personas desaparecidas.
Mis compañeros de trabajo también fueron puestos a interrogación en cuanto llegaron, el único que no apareció después de tal macabro descubrimiento fue le dueño.
Ahora busco un nuevo empleo después de haber renunciado al anterior, jurando que no pisaría aquel establecimiento, no mientras siguiera vivo. Sin embargo, tengo la extraña sensación de que me observan en mi casa más preciso desde mi ventana.