Soy Eduardo Santiago Montenegro; y desde siempre he sentido una fascinación por las por las pinturas de cualquier teman, por más extravagantes o hermosas que estas sean. Debido a esto, dedique mi vida a ser un catador de arte en la especialidad de pinturas antiguas y contemporáneas. Aunque la mayoría de las obras que llegaban a mis manos estaban hechas desde oleo sintético hasta pigmentos naturales caseros. Aun así, las obras que llegaban a mi seguían sin ese algo de aquella chispa única de emociones trasmitida por sus creadores, que le daban vida al dibujo plasmado en el lienzo.
Él envió de este mes consistía en la valoración de al menos ocho cuadros elaborados por un artista desconocido. El cliente pedía que las obras fuera examinadas para posteriormente venderlas en una subasta importante en el extranjero, sino antes de exhibirlas en el palacio de Buenas Artes de la ciudad de México.
Era una buena acción la de aquel sujeto, el de exhibir ante el público el trabajo de aquel artista, ante de que terminara en la colección de personas ricas que jamás las compartirían con nadie la hermosura plasmada en los lienzos que adquirirían.
En cuanto abrí la caja enviada y proseguí a sacar uno por uno las pinturas. Por lo que llegue al admirar en todos los lienzos se hallaban plasmados los retratos de niños, niñas o gemelos no mayores a los cinco o siete meses de edad. Las imágenes eran totalmente realistas y finamente pinceladas, sin pasar de alto ningún detalle de los rostros de los infantes. Pero lo que más llamaba la atención era el único matiz en las pinturas; rojo en todas sus escalas, ningún otro color más que aquel.
El tiempo que me fue asignado por el cliente era de una semana para evaluar el costo monetario que pueda poseer estas pinturas, aunque considerando la temática de las obras podrán no valer nada; pero aquellos inusuales pigmentos rojizos eran atrayentes; talvez eso le daría algo de valor a las obras.
Decidí echar un vistazo detenidamente al último lienzo del envió, en el cual aparecía una niñita sonriendo en su cuna, extrañamente me provocaba ganas de cortarme las venas dado que me embargo un sentimiento de depresión extrema. Voltee el lienzo no podía mirarla más era deprimente y atemorizante, así que la coloque con cuidado con las demás en la mesa de mi estudio, mañana empezaría con la valoración, por ahora solo quería descasar y olvidarme de la extraña sensación experimentada.
Estando en mi habitación los sonidos del llanto y lamentación de una mujer me hicieron pensar que alguien más se encontraba conmigo dentro de esas cuatro paredes, pero lo descarte de inmediato, deduciendo que se trataba de uno de los vecinos de la cuadra, ya que mi casa era demasiado acústica al punto en que los sonidos de afuera se podían filtrar y escuchar claramente en el interior de la casa. Con eso en mente me metí a la cama y apagué las luces con el propósito de dormir.
Desgraciadamente apenas pude conciliar el sueño durante la noche, porque cada vez que cerraba los ojos las imágenes de masas rojas arremolinándose a mí alrededor y los sonidos ensordecedores de llantos infantiles eran lo suficientemente aterradoras como para ahuyentarme el sueño. Pensé que todo era producto del estrés de aquel nuevo trabajo u otra cosa.
En cuanto por fin pude dormir el reloj de la mesita de noche marcaba la seis de la mañana, a las ocho me levantaría para comenzar, sino antes de que me diera estas dos horas de descanso, antes de ir de nuevo a mí estudio.
A medida que estudiaba la superficie de uno de los lienzos, note que la tinta tenía características inusuales; era más espesa de lo habitual y el aroma que desprendía parecía terroso u oxidado, sin duda aquello trajo mi interés. Talvez el pintor trabajaba con alguna clase de oleo casero sin diluir o podría tratarse de otra clase de tinta casera desconocida para mí. Puesto que hoy en día se sabe que hay una gran gama de materiales y técnicas de pintura que cualquiera podría usar, desde cosas orgánicas hasta polímeros sintéticos.
Pero volviendo a lo mío, jamás me había encontrado con algo similar en todos estos años ejerciendo mi profesión. Entonces decidí investigar un poco acerca del autor de aquellas inusuales obras, talvez podría darme una pista de qué clase de pigmento uso en los lienzos o al menos una pista, después de todo no podía ser exigente con la información sumamente carente.
Por la tarde llame a tantos contactos de mi ramo como me fueron posibles, buscando alguna información acerca de alguna técnica parecida de tintado a la que yo estudiaba, pero ninguno mis colegas habían escuchado o visto alguna similar. Frustrado decidí llamar a la última persona del directorio; si él no tenía idea de lo que estaba hablando daría por terminada aquella búsqueda infructuosa.
Teclee el número con esperanza y en seguida mi amigo contesto. Al principio la conversación se llevó casual pero conforme le iba comentando acerca de mi problema sobre de las pinturas, la conversación se extendió demasiado, mencionándole las inusuales características de la tinta, además de que las gamas de los rojos me eran desconocida. Al final mi amigo opto por tomar la decisión de pasar mañana por la mañana a mi hogar para darles un vistazo a aquellas pinturas.