Mientras Te Observo

PREFACIO

Los nombres tienen poder.

 

Fue la primera lección que me enseñó mi padre incluso antes que aprendiera a pronunciar nuestro apellido. Nos colocaba a mi hermano Aaron y a mí en el balcón delantero de Mansión Fortress para mirar las estrellas por el telescopio gigante. Estaba horas enseñándonos sobre ellas mientras nosotros escuchábamos embobados. Pero no porque fuéramos afines a la astronomía, más bien nos atrapaban las leyendas fascinantes que él relataba detrás de las constelaciones. Reinos en cada dimensión del cielo, guerras por un trono infinito, criaturas místicas velando los sueños...

 

Podíamos estar toda la noche anestesiados sin salir del balcón.

 

Pero sobre todos los relatos, nuestro padre nos enseñó algo importante respecto a las estrellas: Los nombres que descendían de las mismas.

 

Nos contó que nuestros antepasados se remontan al universo paralelo de Irlendia, donde son respetados por pertenecer al clan de los guerreros. Su poder según dicen, aumentó por una excepcional estrella llamada Saol. La energía desprendida de esta se nombró Oserium y fue controlada con maestría por el clan superior Daynon solidificando así su posición por encima de los demás clanes; aunque los daynonianos cedieron parte de esta energía para que todos los irlendieses de los distintos clanes prosperaran. Y así creció nuestra fuerza, y así crecimos nosotros. Nuestros antepasados legendarios formaron a sus descendientes con un ímpetu ambicioso.

 

Y los Kane fuimos formados para estar en la cima del mundo.

 

El colegio privado Howlland tan solo es una muestra de nuestro poder. Vivimos en una mansión más lujosa que la condenada Casa Blanca. Poseemos tierras más allá de lo que cualquier humano debería poseer, y no me refiero solo a Estados Unidos, sino respecto a todo el mundo. Francia, Inglaterra, Grecia, Noruega..., pasamos las vacaciones en un lugar diferente cada año. Nos criamos con la mentalidad que somos inigualables y especiales, por tanto obramos como tal. Quizás yo más que Aaron, por ser el primogénito. A mi corta edad de veinte años llevo algunos negocios familiares, hablo ocho idiomas con fluidez y gestiono mi propio Concesionario de automóviles. Sí, porque soy un fanático de los buenos autos.

 

Nuestros compañeros de la Academia son nada menos que los descendientes de las industrias multimillonarias del planeta. Vienen representando su país con la meta de ser los primeros en su rama. Cadenas de hoteles, líneas de ropa, productoras cinematográficas..., cada nación con su imperio predominante. Y lo más importante que aprendemos en Howlland: perfeccionar las habilidades adquiridas gracias a nuestro clan para poder controlarlas.

 

Según la leyenda cada clan desarrolló poderes diferentes, pero con el paso de los siglos se fueron perdiendo por razones no tan claras. Unos cuentan que los descendientes empezaron a mezclarse con gente común, otros que la gran guerra entre clanes los debilitó demasiado. El punto es que a día de hoy, los descendientes solo contamos con pequeñas habilidades que perfeccionamos en la Academia.

 

Los Kane descendemos del clan Fayrem, así que somos los guerreros, los más fuertes, los amos.

 

Nuestra habilidad especial es dominar el aire. No, no como Clark Kent que se convierte en Supermán y vuela con una ridícula capa, eso quizás fuese posible en el tiempo de nuestros ancestros y dudo que ellos usaran los calzones por encima de pantaloncillos ajustados. Dominar el aire para nosotros es como para un jugador de fútbol el balón. Se maneja y usa a nuestro favor, por ejemplo produciendo cortas ondas para cambiar el curso de algo de poco tamaño y pequeñeces por el estilo. No es la cosa más extraordinaria del mundo como lo pintan los libros, pero al menos es un arte que perfeccionar. También como buenos guerreros, somos estrategas natos. Por eso nuestros negocios van viento en popa, porque la manera de proyectarlos y promoverlos es infalible.

 

Así que la Academia Privada Howlland de la cual mi padre es el director, tiene reconocimiento por encima del Le Rosey de Suiza, del Oxford de Inglaterra y de la mismísima Harvard aquí en Estados Unidos. Los magnates, sultanes, emires y duques de las potencias mundiales que tienen la leyenda de la estrella en su linaje, internan a sus hijos en Howlland un total de cinco años para que reciban preparación a nivel físico, empresarial y psíquico. Como resultado los herederos se convierten en seres inigualables que explotan el poder de su apellido para que nuestro universo siga funcionando como tiene que funcionar.

 

La tradición de transmitir el orgullo por el linaje propio generación tras generación es inviolable. Aunque a todos los efectos, ¿quién se atrevería a quebrantarla? Cualquier humano común mataría por ser como nosotros, por juntarse con nosotros, por servirnos a nosotros. Somos respetados y envidiados.

 

 

Repito: los mejores de todo el mundo.




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